Desembarcaron los temibles toros de Miura en Las Ventas. Se esperaba que con los miuras llegara la bravura, la casta, la incertidumbre, el peligro, el "ay"... Ese "ay" que distingue a las tardes de toros verdaderas de las tardes de borregos, torerines de pitiminí y glamour. La diferencia entre el "ay" que destila emoción, y el "biiiiiiiennnnnnnnnjjjjjjjjjj" que destila aroma a ginebra de garrafón. Pero nada, o casi nada de eso llegó con los miuras, y sí lo hizo el desencanto en su mayor parte.
La corrida de Miura solamente se trajo consigo el sonido relativo al chascar de las pipas. Tarde importante para los vendedores de pipas, los únicos beneficiados del petardo ganadero con el que la legendaria vacada ha agasajado a la afición de Madrid durante este domingo de feria. En realidad, esta bendita afición fue agasajada una vez más por los señores ganaderos con una corridita dispar de hechuras, intercalándose algún que otro toro de buenas hechuras e imponente, con toritos escurridos y menos descarados de cara; así como el típico miureño largo, fino y cornalón, el 6º, que parecía sacado de una antigua litografía de La Lidia en el siglo XIX. En definitiva, corrida de retales. Esos retales sobrantes de Sevilla y de Pamplona, las dos plazas en las que los señores ganadero de tan legendario apellido echa el resto. Por encima de cualquiera, incluso de Madrid. Y cuando se confecciona una corrida de retales para venir a Madrid, mal asunto. Esto es Miura en Madrid, nos guste o no. Y así pasa.
Los retales de Miura hicieron en conjunto una corrida de juego muy decepcionante. Y con la decepción, pronto llegaron los bostezos, las protestas, el desencanto y los montones de cáscaras de pipas apilados a los pies de cada espectador. Y también las voces disconformes, en forma de "qué vergüenza, ganaderos", "buuuum, petardo", o "que no vuelvan hasta el año 2030". Mal empezó la tarde con el 1º, un toro muy parado y sin opciones al que Rafaelillo se quitó de encima con rapidez y diligencia. ¿Cosa única y exclusivamente de los genes, o es que el picador asesinó al animal de dos puyazos carniceros en mitad del espinazo? He ahí la cuestión. Al 2º toro de Miura se le picó mucho menos, y es que este sí dio claras muestras de blandear en los primeros capotazos. Por ello, se le suministraron dos picotazos de nada, y a correr. Y aquí entran en disonancia dos facciones muy diferenciadas: los partidarios de echar el toro al corral, o aquellos quienes preferían comerse un inválido de Miura antes que jugar a la ruleta rusa con el sobrero de El Montecillo. El señor Presidente pareció ser de esta última, por lo que Juan de Castilla acabó lidiando al flojo miureño con aseo y dignidad. Realizó la única faena que cabía: la de enfermero, esa de sobar y sobar a base de muletazos a media altura, midiendo los tiempos y no molestando. Una faena de menos a más que acabó con una muy buena serie por el lado derecho, mandando y bajando la mano. Con dos pinchazos y una estocada baja, lo mandó Juan de Castilla a hacer filetes. Con el 3º, pareció que los vendedores de pipas se quedaron durante un rato cruzados de brazos. Fue este 3º el mejor toro del encierro, y de largo. El único que empujó con casta y poder en el último tercio, aun haciendo una pelea discreta en varas. Hablar con detalle de lo realizado por Jesús Enrique Colombo, quizás acabaría en el cierre de cuenta y de blog por las autoridades competentes, por lo que la cosa quedará en un simple y escueto "el toro muy por encima del torero". La tarde volvió a bajar en picado, como una montaña rusa, con la lidia del 4º. Descastado, corto de recorrido y sin poder, Rafaelillo anduvo aseado y realizando la faena justa. Sin más. Una estocada desprendida y salida al tercio a recoger una ovación, más en señal de respeto a una trayectoria y a un torero que siempre da la cara, que a otra cosa. La salida del 5º despertó del letargo a las 20.000 almas registradas: dos saltos al callejón en menos de dos minutos, y a continuación lo previsible: masacre en varas. Y, como no podía ser de otra forma, el torete venido a menos en el último tercio. Juan de Castilla perdió esta vez parte del crédito ganado en su anterior actuación: faena larga y muy aliviada, haciendo un uso excesivo del pico y sin pisar los terrenos comprometidos ni una sola vez. Algún que otro muletazo largo y mandón llegó a trazar, pero de nada sirve correr la mano así si se cita fuera de cacho y se escupe el toro fuera a final del muletazo. La estocada cayó, nunca mejor dicho, en mal sitio. Y para finalizar, de nuevo Jesús Enrique Colombo pasando las de Caín. Esta vez, ante el único toro que, por orientado, incierto y peligroso, sí pareció algo más de Miura. Aunque muy lejos de aquello que se espera y desea.
La esperada corrida de Miura resultó soporífera, con algunos sobresaltos pero pocos detalles para el recuerdo. Rafaelillo, que permitió la masacre en varas de su primero y, con ello siempre nos quedaremos con la duda de si sí o si no, anduvo pulcro y sin pena ni gloria. Juan de Castilla recibió una ovación de reconocimiento tras finalizarse el paseíllo, en reconocimiento a su maratoniana jornada: sendos toros de Prieto de la Cal y de Pagés Mailhan por la mañana en Vic-Fezesanc, y dos de Miura por la tarde en Madrid. Se entretuvo en cortarle una oreja a ese de Pagés Mailhan, y lo suyo ante los dos de Miura que les correspondieron en suerte, ya queda dicho. A Jesús Enrique Colombo, simple y llanamente, le vino demasiado grande el compromiso de matar una corrida de Miura en pleno San Isidro. Ni se entendió con el bueno y exigente, ni se vio con recursos e ideas lidiadoras para hacerse con el manso.
Así que como decía aquel, los retales para la caja de costuras y las pipas, para dar de comer al hámster y al periquito. Nunca para una corrida de toros en Madrid.
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