"¡¡Hay que picar!!", fue el grito de guerra durante toda la tarde. Se repitió de manera constante cuando los clarineros anunciaban el tercio de banderillas, y acompañó toda la corrida. Hay que picar... ¡¡Qué tan repetida es, desgraciadamente, la frasecita de marras!! La Tauromaquia postmoderna pasa, entre otras cosas, precisamente por eso: porque la suerte de varas desaparezca del mapa y los picadores se vayan a recoger cebollas, o a servir cafés. Una corrida de toros que en la muleta ha desarrollado muy buena condición a gracias a que se le simularon los puyazos, puede ser una corrida de toros con interés. Pero nunca una gran corrida de toros.
Y así, la corrida de Santiago Domecq que se ha lidiado en esta tarde fue una corrida con interés, gracias al sensacional juego que dio en la muleta. Hubo casta y embestidas vibrantes, y eso es de agradecer. ¡¡Cómo no!! A la inmensa mayoría de las corridas lidiadas en los últimos días se les picó lo mismo y solo mostraron podredumbre, como para no celebrar una corrida de toros que gastó una condición excelente en la muleta y propicia una buena tarde de toros. Pero al pan, pan y al vino, vino: la corrida de Santiago Domecq, tan magnífica y completa en la muleta, hizo de la suerte de varas un mero trámite. Doce picotazos, doce. Eso se llevó en el primer tercio. A algunos, ni de refilonazos se les puede calificar. Pero, a diferencia de otras, se vino arriba y propició un buen espectáculo en el último tercio. Una buena corrida de toros que, yendo hilada a la grandísima bazofia de feria que llevamos, pudiera parecer la corrida del siglo. Pero ''¡¡hay que picar!!", porque la suerte de varas forma parte de la lidia tanto como la muleta. Y si se obvia el castigo en varas solo para que en la muleta "se venga arriba"... Ainsss.
Y ante semejante corrida de toros, con tantísimo que torear y tanta oportunidad que ofreció, naufragó estrepitosamente Arturo Saldívar, se aprovechó a su manera Fernando Adrián para cortar dos orejitas de discutible valor (ay, los bajonazos) y anduvo por debajo Álvaro Lorenzo, que tardó una eternidad en enterarse de lo que tenía enfrente (si acaso se enteró).
Hubo puerta grande, la tercera de la feria, para un torero modestísimo como lo es Fernando Adrián. Su tarde ante la importante corrida de Santiago Domecq puede resumirse en tan solo una palabra: valentía. Muy valiente sí, pero nada más. Cosa que está muy bien, pero ante dos toros como los que sorteó a las 12 del mediodía, hay que ir más allá. Complicado por su casta y mansedumbre fue el toro segundo, y su firmeza ante semejante ejemplar fue su mejor carta de presentación. Y la única, porque no templó ni mandó en ningún momento sobre las correosas embestidas. Mucho trapazo por ambos pitones, arreones y sustos que tragó estoico el torero, y hasta las bernadinas de rigor para culminar el muleteo; pero de torear, lo que se dice torear.... Pues anduvo muy justito, el hombre. Y de la espada, ni hablamos: obra culminada de un bajonazo, seguida de una petición dudosamente mayoritaria que, unida a la imprescindible labor de aquellos a los que con tan buen criterio se les llama "peseteros" todas las tardes, hicieron caer la primera oreja. Una oreja cuanto menos discutible, y en gran parte por la estocada. Con media puerta grande abierta y un toro enfrente para soñar el toreo, el quinto, echó el matador la moneda al aire yéndose a los medios. Y allí, con ambas rótulas plantadas sobre el albero, se lo dejó venir desde lejos y se lo cambió por la espalda para continuar toreando, en redondo y sin levantarse, sobre el pitón zurdo. La faena prosiguió con muletazos por ambos pitones, pecando siempre de no pisar los terrenos adecuados y echarse al toro siempre fuera. Lo de tirar del toro atrás, como mandan los cánones del toreo puro, ya si eso para otro momento. Y el kiosko, vociferando la vulgaridad postmoderna como si se tratara de Chicuelo ante el Corchaíto de Graciliano Pérez-Tabernero. Hasta con el dichoso biiiiieeeeeennnnnnnjjjjjj , que suena más a "gooooool", se llegó a celebrar un metisaca en los bajos, y otro bajonazo más que tumbó al animal. Así está esto. La histeria colectiva, los pañuelos flameando, oreja tras dos bajonazos, puerta grande a cambio de tres bajonazos, vuelta al ruedo a un toro que ni fue rozado por el picador... Y nos lo queríamos perder. Sea enhorabuena, pues, al modestísimo Fernando Adrián.
Ávaro Lorenzo pasaba por allí. Sin más. Y aun pasando sin más, no fue capaz de darse cuenta de que el toro tercero tuvo una embestida extraordinaria. Muy exigente por encastada, pero había que apostar. Pero, lejos de apostar, no fue capaz ni de sacar la moneda del bolsillo para lanzarla al aire. Su faena a este toro tercero consistió en la cansina soflama de pases, pases y más pases. Pases por ambos pitones, muchos pases que no dijeron nada que no fuera vulgaridad y chabacanería. Y así, es como se fue sin torear semejante animal. Tardó, igualmente, en darse cuenta del toro sexto. Tras llevarse un volteretón espeluznante al comienzo de faena (se lo dejó venir de lejos y al segundo muletazo el toro no pasó), siguió en los medios porfiando con la mano derecha, pero le costaba pasar al animal. Más cerrado, el toro embistió con mejores formas. Y ahí, en tablas, consiguió Álvaro Lorenzo unos pocos naturales, verdaderamente mandones y despaciosos, que terminaron por ser los mejores de la tarde. Con diferencia. Pero todo quedó diluido en otra faena larguísima en la que volvió a predominar la soflama de pases, pases y más pases. La estocada fue buena, y se le pidió oreja y todo. Pero esta vez no se consideró oportuna ni mayoritaria la petición.
¿Qué decir de Arturo Saldívar? Quizás, lo que alguno le vociferó mientras se enfrentaba al primero. O sea, "kamikaze". O también, lo que se le espetó cuando trataba de entenderse con el importantísimo toro cuarto: "se va sin torear". Y vuelva usted mañana. Buen toro ese primero, el único de toda la tarde al que se le pegaron dos puyazos en toda regla, permitiéndose incluso el lujo de meter la cara abajo y los riñones. Un toro bravo en varas, así como encastado y también bravo en la muleta, que se entretuvo en hacerle pasar un quinario a su matador, siempre a merced del animal y sin saber realmente por dónde meterle mano. Tampoco se la supo meter al toro cuarto, otro encastadísimo animal con el que anduvo rematadamente mal y vulgar. ¿Y para esto, dejan fuera de San Isidro a los Rafaelillo, Manuel Escribano, David de Miranda o Sergio Serrano? Hay que tener valor.
La de Santiago Domecq va para corrida de la feria. Y de hecho, lo es hasta la fecha. Una señora corrida de toros que presentó algunos ejemplares de impresionante estampa, junto a otros que más bien parecían hijos de algunos novillos lidiados en esta plaza. Una corrida de toros sensacional en la muleta, y muy deficiente en varas. ¿Todo vale? No debiera...