domingo, 10 de noviembre de 2019

MANUEL JESÚS CID SALAS, TORERO DE CULTO POR LOS RESTOS

Tendrán que pasar unos cuantos años, tal vez décadas, para que el toreo dé otro ilustre que sepa interpretarlo como lo ha hecho El Cid. Cuentan los viejos aficionados sobre la retirada de otro ilustre, Su Majestad El Viti, que por aquel entonces se auguró otro saco de años para que saliera otro torero como El Viti, cuyo poderío sobrio y con aires muy clásicos lo habían convertido en un referente de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Veintiún años concretamente tuvieron que pasar, los que transcurren desde su retirada en 1979 hasta la alternativa de El Cid en el 2000, un período de tiempo en el cual surgieron otros grandiosos toreros, faltaría más, pero ninguno con el sello propio del que vino al mundo en Vitigudino.

Baches y etapas mejores que otras aparte, lo que ha supuesto El Cid en el toreo del siglo XXI no ha sido lo que se dice moco de pavo. Posiblemente, el torero más completo que se haya visto en todo lo que llevamos de siglo (muy en especial durante la primera  década de este, no ya solo por su pureza manifiesta a la hora de interpretar el toreo, sino porque su poderoso estilo le ha valido para imponerse ante todo tipo de ganaderías). Si bien ha sido un torero corto en cuanto a repertorio se refiere, tuvo una gran capacidad para lidiar los toros con el capote, y aunque no solía ir más allá de la verónica y el delantal, la ejecución de estos dos lances siempre la realizó con elegancia y cierta dosis de arte; así como su media verónica, la cual tuvo muchos aires a Belmonte. Pero sin lugar a dudas, donde verdaderamente ha destacado El Cid y ha sido lo que le ha hecho rico en los toros, ha sido en su uso de la muleta con la mano izquierda. El natural de El Cid ha sido un muletazo de quilates, que embebía a los toros con toda la panza de la muleta, y los llevaba largo larguísimo, y despacio despacito. Y sin retorcerse, ni hacer feas contorsiones, ni nada raro. Su hacer se desarrollaba por la vertiente de la naturalidad. ¡¡Cuántas veces no nos habrán hecho saltar del asiento las maravillas que dibujaba Manuel Jesús con la zocata!! Gastaba también ciertos aires barrocos para rematar las series de muletazos, pues en este punto sí contaba con un abanico más amplio de suertes: molinete, pases del desprecio, de la firma, molinete invertidos... Y el rey de sus remates: el pase de pecho, rematado en la hombrera contraria y que terminaba de poner en ebullición al personal tras tres o cuatro naturales no menos arrebatados.

Pero, como todo ser humano, El Cid tuvo un punto débil. Muy débil, tanto como para hacerle perder docenas de triunfos en ruedos de suma importancia. Si don Rodrigo Díaz de Vivar ganó grandes batallas Tizona en mano, Manuel Jesús Cid Salas perdió puertas grandes a espuertas por hacer mal uso de su Tizona particular. Así a bote pronto, solo en Madrid perdió unas ocho puertas grandes. ¡¡Ocho!! Ocho que sumadas a las dos que sí consiguió, hubieran sido iguales al número de puertas grandes alcanzadas por colosos de la talla de Ruiz Miguel y Andrés Vazquez, y superiores a las de otras leyendas de la Tauromaquia como Diego Puerta, Gregorio Sánchez, Antoñete o José Tomás. Pero quedó únicamente en dos, y culpa de ello fue ese talón de Aquiles que arrastró El Cid toda su carrera, de principio a fin, y que fue la espada.

No fue el camino de Manuel Jesús un camino de color rosa y de fantasía desde que se iniciara como novillero. Para llegar a ser lo que fue, es y será siempre, tuvo que pasar por la dureza extrema del toreo en las plazas del Valle del Tiétar (el famoso Valle del Terror, donde si el toro y novillo que se lidia es imponente y exigente, el público que se congrega en el tendido de sus plazas no se queda a la zaga). Seis temporadas de novillero con picadores hasta llegar a la alternativa, en los cuales adquirió un oficio y una cabeza privilegiada para entender al Toro de verdad. Sería quizás por eso por lo que después fue el torero que fue. Su alternativa en Madrid, su Madrid, no fue triunfal, pero sí llegó a dejar entrever que ahí olía a torero grande. La alternativa no terminó de mejorar su situación, pues no consiguió salir de ese duro circuito donde se forjó, aunque sí seguía contando para empresas importantes, como la de Sevilla o la de Madrid, para confeccionar algunos carteles de sus respectivas temporadas. Fue precisamente en esta última (dónde iba a ser si no) donde se produjo el primer aldabonazo gordo que le empezaría a cambiar la situación. Corría la temporada de 2002, y El Cid había conseguido entrar en la feria de San Isidro para lidiar y estoquear la corrida de Hernández Pla en el segundo festejo de abono. Fue la tarde en que inmortalizó al gran Guitarrero, y también la tarde en que empezó su pasional idilio con Las Ventas. Pero pocos meses tuvieron que pasar para que comenzara otro gran idilio que todos, desde él mismo hasta el último aficionado que se precie, y durante toda la historia de la Tauromaquia, recordarán: el romance Cid - Victorino. Y es que ese mismo verano de 2002, poco tiempo después de torear como los ángeles y en Madrid al bravo Guitarrero, El Cid se las iba a ver en Bayona con su primera corrida de Victorino Martín, la primera de muchas que iba a estoquear. Y mal no debió de dársele aquellos primeros albaserradas, pues cortó un rabo. Desde aquel día, El Cid comenzó a ser un clásico en las ternas que habrían de estoquear las corridas de Victorino en todas las ferias. En especial, Madrid. Y precisamente al año siguiente, en 2003, su primera corrida de Victorino Martín en Madrid, en la última de la feria de San Isidro. El Cid hizo aquella tarde el paseíllo aún con los puntos frescos de una cornada que le infirió un toro de Celestino Cuadri en esta misma plaza semanas antes, y de nuevo otra tarde para el recuerdo en Madrid. En el marco de una sobresaliente corrida de Victorino (el mayoral fue obligado a saludar tras finalizar la corrida) El Cid le realizó un faenón al segundo, de nombre Gaditano, y al que le hubiera conseguido cortar las dos orejas si no hubiera fallado con la espada. La afición de Madrid ya le tenía como uno de sus toreros predilectos, y en las ferias de toda España y Francia ya se comenzaba a dejar caer su nombre en los carteles. Su ascenso al Olimpo del toreo era una evidencia.

Comenzaban los años gloriosos del Cidismo. Entró en todas las ferias y en carteles de relumbrón, pero nunca se olvidó de sus duros orígenes, pues siguió matando de todo y triunfando ante todo lo que se le pusiera por delante. Un nuevo faenón en la de Victorino de San Isidro 2004, de nuevo pinchado, y el corte de una oreja en la Beneficencia de aquel año, no hicieron sino refrendar todo lo anterior. Pero faltaba lo que faltaba: que rematara con la espada todo lo bueno de la muleta, y en las plazas importantes. Madrid y Sevilla ya le bendecían y le apreciaban, pero estaban deseosas de verlo en hombros de los aficionados al terminar la corrida. Y llegó un momento en que parecía imposible que algo así llegara. Pero llegó. Y vaya si llegó...
Tres fechas claves en el calendario de 2005: 27 de marzo, 7 de abril y 3 de junio. Dos puertas del Príncipe en Sevilla, y una puerta grande en Madrid. Por fin lo consiguió, y por fin sus adeptos le veían como hacía algunos años que deseaban verle. Las de Sevilla, por Resurrección ante toros de Juan Pedro Domecq y en la Feria con la de Victorino (como no podía ser menos), fueron colmadas de gloria porque transcurrieron en un período de tiempo muy corto (apenas diez días). La de Madrid, punto y aparte como siempre. Venía aquel 3 de junio de pinchar por enésima vez otra puerta grande ante una corrida de Alcurrucén, aquella en que otro ilustre de Madrid como lo es César Rincón se reencontró con su querida afición madrileña. Y tras derramar otro buen puñado de lágrimas días antes, Manuel Jesús consiguió por fin meter a la primera la espada al toro de Victorino que había vuelto a cuajar con consumada maestría. La primera de dos que tuvo, completándose el cupo un año después ante otra corrida de Alcurrucén.

El Cid mantuvo su gran nivel unos cuantos años más, entre los cuales protagonizó tardes verdaderamente históricas. Tardes como la de la encerrona con seis toros en Sevilla en el año 2006, y en la que cortó cuatro orejas; la de Bilbao al año siguiente con seis de Victorino Martín y que supuso un verdadero hito en su carrera, su faena al gran Borgoñés en la feria de abril de 2007, su puerta grande en Barcelona ante una corrida de Parladé tres días después, su San Isidro de 2008, en el que pudo salir a hombros las tres tardes en que actuó, con corridas de El Pilar, Victorino (siempre Victorino) y Núñez del Cuvillo; no consumándose ninguna de ellas por lo mismo de siempre. En fin, muchas tardes y muchos grandes recuerdos de alegría y de gratitud.

Y después... ¿Qué? Después, el ostracismo. La oscuridad. El socavón. La tristeza. La abulia. La apatía. La suya y la de todos sus adeptos. Dicen los cercanos a él que la enfermedad de su padre  y otros problemas personales le pasaron factura anímica. Madrid y Sevilla, sus dos amores, le seguían esperando, y lo cierto es que le esperaron hasta el final. En ambas consiguió llevarse algún que otro trofeo de cuando en cuando, pero los que le vieron en todo su esplendor reconocían que ya no era lo mismo, que a aquel Manuel Jesús le faltaban muchas cosas de las que le pusieron en órbita. Milagrosamente, esas mismas cosas resucitaron por un día aquella feria de Otoño de 2013, la de el faenón al coloraíto de Victoriano del Río apodado Verbenero, en lo que resultó ser su penúltima gran faena, con su penúltimo sainete de pinchazos a la puerta grande, en Madrid (la última siempre quedará por escribir).

Su última temporada en activo ha sido un completo homenaje a la figura del torero que tanta grandeza ha ofrecido a la Tauromaquia. La afición sevillana se lo llevó en hombros tras su última tarde en la Maestranza, y los madrileños no pudimos quedar atrás y tuvimos que hacer lo propio la pasada feria de Otoño, cuando se despidió de Madrid. Aquella tarde fue obligado a saludar, tras romperse el paseíllo, hasta en dos ocasiones; y aunque su tarde fue discreta, tras la muerte del cuarto fue obligado a dar una vuelta al ruedo. Y también, la salida de la plaza sobre los hombros de aficionados que vivieron aquella tarde un cúmulo de nostalgias, recuerdos y evocaciones al pasado que difícilmente se les olvidará. Porque Manuel Jesús Cid Salas, El Cid en los carteles, ha dado mucho al toreo. Y el toreo y los aficionados le recordarán por siempre lo que siempre será: un torero de culto. Suerte MAESTRO.