Qué días más felices eran aquellos en que los victorinos eran victorinos de verdad. No los trozos de carne y cuernos que conforman los bichejos de ahora, y que de victorinos tienen el hierro y el pelaje cárdeno, como mucho. No, estos no son victorinos. Aquellos victorinos no llevaban sangre en las venas, sino fuego. Fuego que se exteriorizaba en forma de un temperamento y una fiereza desde que asomaban por la oscuridad de toriles hasta que caían rodados tras la estocada. Fuego, temperamento, fiereza, poder, dureza... ¡¡Casta!! Aquello sí era casta de verdad, y seleccionada con mucho esmero y dedicación por quien fue uno de los mejores ganaderos de todas las épocas. Se comían los capotes y las muletas, empujaban al caballo con presteza y grandes alardes de poder, buscaban los tobillos por detrás de los engaños, no admitían fallos por parte de los de luces y no consentían la más mínima duda. ¡¡Esos, esos eran los victorinos verdaderos, y no los de ahora!!
Ahora, ¿qué diablos queda de todo aquello? Poco. Muy poco a decir verdad. ¿A qué diantres se ha dedicado el señor Victorino Martín (García) desde que se encarga de llevar este hierro en solitario? ¿A qué aspira usted, señor Victorino? ¿Acaso a que sus toros acaben matándolos los figurines esos de todo y a la vez de nada? Pues si es así, "congratulations" que se dice en idioma oficial de la Mundo. "Congratulations", porque está muy cerca de ello. Y la corrida lidiada en la tarde de hoy en Madrid, como tantísimas otras de los últimos años, así lo certifica. Lo de hoy, y lo del pasado Domingo de Ramos, y del pasado San Isidro, y del Domingo de Ramos del pasado año, y de ahí hasta unos cuantos años más atrás, si se les quitara el hierro de la A coronada y se les diera un brochazo en negro o en castaño, pasarían perfectamente como cualquier producto de esas ganaderías de Dios con sangre Domecq por los cuales las figuritas de porcelana suspiran.
¡¡Qué birria más grande lo de esta tarde!! Si con solo con verlos la pinta que gastaban cuando saltaban al ruedo, uno ya se barruntaba que la cosa no iba a ir bien. Seis victorinines seis chicos, escurridos, sin culata ni remate, y con caritas de adolescentes. Un aunténtico saldo ganadero que, como ya digo, su sola presencia en el ruedo despertaban las protestas y el mosqueo del personal. Y eso que la corrida no empezó del todo mal, pues la estrenó un ejemplar que recordó, y mucho, a esas alimañas que le salían antes a esta ganadería con cierta frecuencia. Pero solo fue un mero espejismo, porque lo que vino después, se caracterizó por una cosa que se resume en una simple frase: falta de casta. Tal cual, así como suena. Que no quiere decir esto que la corrida fuera una bueyada de órdago ante la cual cualquier opción de triunfo hubiera sido remota, no. Al contrario, hubo toros para hacer el toreo y con mucho que torear. O como se dice hoy en día, para expresarse, disfrutar una barbaridad, y tal... Para ser exactos, tres toros: uno por cada matador, y que fueron lidiados en 4°, 5° y 6° lugar. Pero, dentro de esa vertiente, hay toros y toros: los que se dejan con bondad, sin hacer extraños y con dulzura empalagosa; y los que son más exigentes, tienen nobleza pero también temperamento, no son la tonta del bote y no admiten errores. Victorinines vs victorinos. Nobleza dulzona y toreabilidad, toda la del mundo. Casta y fiereza, cero. Haciendo referencia a la pelea en varas, los victorinines fueron, metieron la cara abajo y pelearon, pero no con verdadera bravura, ni mucho menos poder. Cumplieron, sin más.
Y en la muleta, toreables y para soñar el toreo. Magníficas personas. Pero de ahí a encastados, hay un universo entre medias. Y esto es lo que siempre ha caracterizado a los victorinos: la casta. No la nobleza boba, no. La casta. Ce, a, ese, te, a. Mientras esta no aparezca, ya pueden salir como quieran los victorinines, que decepcionarán a buen seguro.
La primera parte de la corrida fue protagonizada por esa alimaña ya mencionada, y a la que le siguió un pobrecito desgraciado que tuvo la malísima suerte de toparse con un señor llamado Juan de Dios que, montado a caballo, se lo ventiló de mala manera con dos marronazos. El animal dejó entrever nobleza y afán por acudir a cada muletazo, pero se quedaba corto, se paraba y embestía a media altura. Y el tercero, un tetrapléjico que debió haber hecho a los bueyes de Florencio Fernández mover el trasero, pero estos se quedaron en sus aposentos y el torete, en el ruedo para inri de los parroquianos.
Pero el asunto cambió durante la segunda parte de la corrida, pues salieron tres toros que se prestaron al toreo y ofrecieron posibilidades de triunfo, que fueron aprovechadas o desaprovechadas según los casos. Octavio Chacón no se acopló nunca a las buenas embestidas del cuarto, basando la faena en una vulgar colección de trapazos sin parar quieto en ningún momento. Confianza y mando para conseguir tirar del toro fue lo que en verdad le hizo falta para conseguir aprovecharse del animal. Antes, con la alimaña, tampoco dio la sensación de tener claras las ideas. Bien es verdad que no era un toro para florituras, sino para una lidia de aliño sobre las piernas, como antaño. Pero, lejos de esto, hizo gala de un quiero hacer el toreo moderno, pero no puedo porque mi toro es a contraestilo. ¿Dónde quedaron en esta tarde sus buenas maneras como lidiador poderoso? No, no fue la tarde de Octavio Chacón.
Daniel Luque, don nosecuantostorosparaserfigura, estuvo muy centrado y hasta bien con el segundo. Sí, ese al que su picador destrozó. El toro no tenía mucho recorrido, pero Luque consiguió tirar de él y llevarlo largo en algunos derechazos muy mandones sobre la diestra, sin obligarlo mucho por bajo, pero llevándolo muy metido en la muleta. Si hasta causó una grata impresión y todo... Pero hete aquí que salió el 5°, y a hacer puñetas todo, porque salió en todo su esplendor el verdadero Daniel Luque al que estamos acostumbrados, el pegapases vulgar que si sabe agarrar la muleta es porque los milagros existen. Qué toro para reventar Madrid, por nobilísimo, colaborador y dulce. Luque, pues eso: Luque. Pases. Muchísimos pases. Tantos pases, y ni uno, ¡¡ni uno bueno!! Hacia fuera y desde fuera todos.
Y el bueno de Emilio de Justo, que quedó inédito ante la babosilla inválida que se lidió como 3°, se desquitó de este contratiempo cortándole una oreja al también buen sexto. Buenas en verdad fueron las verónicas de recibo y la enorme media verónica abelmontada con la que abrochó tan buen toreo de capote. No fue una faena completa ni rotunda la que consiguió hilvanar, más aún teniendo en cuenta que había toro de sobra para ello, pero sí cargada de muchos detalles de toreo caro. Comenzó, sin antes doblarse por abajo ni tantearlo, sobre la mano izquierda dando distancia al toro y dejándoselo venir, para darle una serie de naturales algo acelerado, pero siempre cargando la suerte y con intención de rematar la embestida atrás, cerrando la serie con un pase de pecho a pies juntos y llevado a la hombrera contraria que fue de aunténtico cartel de toros. Fueron algunas series más de naturales en las que hubo buena colocación, mucha plasticidad y hasta por momentos logró mandar y llevar al toro atrás, aunque bien es verdad que en otros momentos se le vio un tanto acelerado y no consiguió correr la mano del todo, quedando en muchos medios pases. Siguieron a estas series de naturales otras tantas de derechazos las cuales mantuvieron la misma línea de las anteriores: mucho clasicismo y alardes de toreo caro, colocación y algunos muletazos despaciosos y mandones, entremezclados con otros en los que le quitaba rápido la muleta del hocico al toro y no terminaba de rematarlos. La faena no fue larga. Suficiente para dejar buenas impresiones, pero sin terminar de aprovecharse al máximo del bonacible animal ni de alcanzar gran rotundidad. Cerró la faena, tras cambiar de espada, con intención de torear por naturales completamente de frente, aunque fue más la intención que el resultado, y cerrados eso sí con otro pase de pecho eterno, a pies juntos y rematado en la hombrera contraria. De locura. Mató de un bajonazo que no fue impedimento para que cayera un despojo, baratito baratito si se tiene en cuenta la mala estocada. Por algo es la "suerte suprema".
Otra unánime ovación se la llevó la cuadrilla de Emilio de Justo cubriendo el tercio de banderillas del 6°. Morenito de Arles y Manuel Pérez Valcárcel anduvieron bien con las banderillas, pero quien realmente hizo que se avivaran los aplausos fue Ángel Gómez moviendo el capote. Tan absorto estaba en su gran quehacer, que al llevarlo hacia el burladero del tendido 6 a punta de capote, pegó un traspié que le hizo quedar a merced del toro, el cual no le perdonó y le infirió una fuerte paliza. Por suerte, sin aparentes consecuencias graves, pues se levantó enrabietado tras salir del trance y terminó lo que empezó, para dejar al toro en el burladero del 6 plantado. Plata con quilates.
¡¡Qué birria más grande lo de esta tarde!! Si con solo con verlos la pinta que gastaban cuando saltaban al ruedo, uno ya se barruntaba que la cosa no iba a ir bien. Seis victorinines seis chicos, escurridos, sin culata ni remate, y con caritas de adolescentes. Un aunténtico saldo ganadero que, como ya digo, su sola presencia en el ruedo despertaban las protestas y el mosqueo del personal. Y eso que la corrida no empezó del todo mal, pues la estrenó un ejemplar que recordó, y mucho, a esas alimañas que le salían antes a esta ganadería con cierta frecuencia. Pero solo fue un mero espejismo, porque lo que vino después, se caracterizó por una cosa que se resume en una simple frase: falta de casta. Tal cual, así como suena. Que no quiere decir esto que la corrida fuera una bueyada de órdago ante la cual cualquier opción de triunfo hubiera sido remota, no. Al contrario, hubo toros para hacer el toreo y con mucho que torear. O como se dice hoy en día, para expresarse, disfrutar una barbaridad, y tal... Para ser exactos, tres toros: uno por cada matador, y que fueron lidiados en 4°, 5° y 6° lugar. Pero, dentro de esa vertiente, hay toros y toros: los que se dejan con bondad, sin hacer extraños y con dulzura empalagosa; y los que son más exigentes, tienen nobleza pero también temperamento, no son la tonta del bote y no admiten errores. Victorinines vs victorinos. Nobleza dulzona y toreabilidad, toda la del mundo. Casta y fiereza, cero. Haciendo referencia a la pelea en varas, los victorinines fueron, metieron la cara abajo y pelearon, pero no con verdadera bravura, ni mucho menos poder. Cumplieron, sin más.
Y en la muleta, toreables y para soñar el toreo. Magníficas personas. Pero de ahí a encastados, hay un universo entre medias. Y esto es lo que siempre ha caracterizado a los victorinos: la casta. No la nobleza boba, no. La casta. Ce, a, ese, te, a. Mientras esta no aparezca, ya pueden salir como quieran los victorinines, que decepcionarán a buen seguro.
La primera parte de la corrida fue protagonizada por esa alimaña ya mencionada, y a la que le siguió un pobrecito desgraciado que tuvo la malísima suerte de toparse con un señor llamado Juan de Dios que, montado a caballo, se lo ventiló de mala manera con dos marronazos. El animal dejó entrever nobleza y afán por acudir a cada muletazo, pero se quedaba corto, se paraba y embestía a media altura. Y el tercero, un tetrapléjico que debió haber hecho a los bueyes de Florencio Fernández mover el trasero, pero estos se quedaron en sus aposentos y el torete, en el ruedo para inri de los parroquianos.
Pero el asunto cambió durante la segunda parte de la corrida, pues salieron tres toros que se prestaron al toreo y ofrecieron posibilidades de triunfo, que fueron aprovechadas o desaprovechadas según los casos. Octavio Chacón no se acopló nunca a las buenas embestidas del cuarto, basando la faena en una vulgar colección de trapazos sin parar quieto en ningún momento. Confianza y mando para conseguir tirar del toro fue lo que en verdad le hizo falta para conseguir aprovecharse del animal. Antes, con la alimaña, tampoco dio la sensación de tener claras las ideas. Bien es verdad que no era un toro para florituras, sino para una lidia de aliño sobre las piernas, como antaño. Pero, lejos de esto, hizo gala de un quiero hacer el toreo moderno, pero no puedo porque mi toro es a contraestilo. ¿Dónde quedaron en esta tarde sus buenas maneras como lidiador poderoso? No, no fue la tarde de Octavio Chacón.
Daniel Luque, don nosecuantostorosparaserfigura, estuvo muy centrado y hasta bien con el segundo. Sí, ese al que su picador destrozó. El toro no tenía mucho recorrido, pero Luque consiguió tirar de él y llevarlo largo en algunos derechazos muy mandones sobre la diestra, sin obligarlo mucho por bajo, pero llevándolo muy metido en la muleta. Si hasta causó una grata impresión y todo... Pero hete aquí que salió el 5°, y a hacer puñetas todo, porque salió en todo su esplendor el verdadero Daniel Luque al que estamos acostumbrados, el pegapases vulgar que si sabe agarrar la muleta es porque los milagros existen. Qué toro para reventar Madrid, por nobilísimo, colaborador y dulce. Luque, pues eso: Luque. Pases. Muchísimos pases. Tantos pases, y ni uno, ¡¡ni uno bueno!! Hacia fuera y desde fuera todos.
Y el bueno de Emilio de Justo, que quedó inédito ante la babosilla inválida que se lidió como 3°, se desquitó de este contratiempo cortándole una oreja al también buen sexto. Buenas en verdad fueron las verónicas de recibo y la enorme media verónica abelmontada con la que abrochó tan buen toreo de capote. No fue una faena completa ni rotunda la que consiguió hilvanar, más aún teniendo en cuenta que había toro de sobra para ello, pero sí cargada de muchos detalles de toreo caro. Comenzó, sin antes doblarse por abajo ni tantearlo, sobre la mano izquierda dando distancia al toro y dejándoselo venir, para darle una serie de naturales algo acelerado, pero siempre cargando la suerte y con intención de rematar la embestida atrás, cerrando la serie con un pase de pecho a pies juntos y llevado a la hombrera contraria que fue de aunténtico cartel de toros. Fueron algunas series más de naturales en las que hubo buena colocación, mucha plasticidad y hasta por momentos logró mandar y llevar al toro atrás, aunque bien es verdad que en otros momentos se le vio un tanto acelerado y no consiguió correr la mano del todo, quedando en muchos medios pases. Siguieron a estas series de naturales otras tantas de derechazos las cuales mantuvieron la misma línea de las anteriores: mucho clasicismo y alardes de toreo caro, colocación y algunos muletazos despaciosos y mandones, entremezclados con otros en los que le quitaba rápido la muleta del hocico al toro y no terminaba de rematarlos. La faena no fue larga. Suficiente para dejar buenas impresiones, pero sin terminar de aprovecharse al máximo del bonacible animal ni de alcanzar gran rotundidad. Cerró la faena, tras cambiar de espada, con intención de torear por naturales completamente de frente, aunque fue más la intención que el resultado, y cerrados eso sí con otro pase de pecho eterno, a pies juntos y rematado en la hombrera contraria. De locura. Mató de un bajonazo que no fue impedimento para que cayera un despojo, baratito baratito si se tiene en cuenta la mala estocada. Por algo es la "suerte suprema".
Otra unánime ovación se la llevó la cuadrilla de Emilio de Justo cubriendo el tercio de banderillas del 6°. Morenito de Arles y Manuel Pérez Valcárcel anduvieron bien con las banderillas, pero quien realmente hizo que se avivaran los aplausos fue Ángel Gómez moviendo el capote. Tan absorto estaba en su gran quehacer, que al llevarlo hacia el burladero del tendido 6 a punta de capote, pegó un traspié que le hizo quedar a merced del toro, el cual no le perdonó y le infirió una fuerte paliza. Por suerte, sin aparentes consecuencias graves, pues se levantó enrabietado tras salir del trance y terminó lo que empezó, para dejar al toro en el burladero del 6 plantado. Plata con quilates.