Cuentan de San Isidro Labrador que fue hombre bueno, bondadoso, de carácter noble y afable. Todo un bendito. Pero hasta el más bendito de los hombres hubiera salido de la plaza de Madrid, en la tarde de toros de ayer, lanzando pestes y mentando al diablo. Y el bueno de San Isidro seguro que el primero, pues no le hubiera sentado nada bien que se mancillara de semejante manera su buen nombre y su festividad, 15 de mayo. Igual, si San Isidro le hubiera tenido gusto a eso del gintónic, a estas horas estaría tranquilamente en su catre durmiendo la mona después de jalear en la Plaza de Madrid, foro que le rinde tributo año tras año con el mayor de los respetos, la chabacanería hecha (des)toreo, y partirse las manos palmeando una infame puerta grande que no hace sino mandar al carajo el rigor y la seriedad que (se supone) se guarda en esta plaza. Pero como seguro que San Isidro, por los tiempos en que vivió, solo tomaría vino y nada más que convertida en sangre de Cristo cuando acudía a misa, lo de hoy hubiera hecho que se le llevaran los demonios.
Al patrón de Madrid y de los agricultores, entre otros, tanto como llevárselo los demonios, igual no. Como mucho, se removería en el interior de su tumba y, si hiciera ademán de levantar la cabeza, se volvería a caer del pasmo. Pero sí que esos demonios antes mentados nos llevaron a gran parte de la afición de Madrid después de que se le concedieran dos orejas de aunténtica vergüenza a Miguel Ángel Perera. No se recuerda en estos fueros puerta grande tan barata y tan bochornosa como esta que nos ocupa en intentar describir. Mejor será comenzar por el principio:
La segunda de feria apenas estaba creando interés al arrastre del segundo. La predisposición que esta tarde traía consigo la parroquia clavelera ya se dejó entrever cuando le jalearon al de Sabadell unas pocas verónicas por el pitón derecho que resultaron candenciosas pero dando un paso atrás en cada una de ellas, cuando recibía al que abrió plaza. Muy poca disposición a ponerse en el sitio y hacer el toreo derrochó este espada en su primer turno, disponiendo para la ocasión de un animal al que pegaron fuerte en el caballo y que manseó durante toda la lidia, pero que sacó casta y sí tuvo qué torear. Cites desde Manuel Becerra, uso exagerado del pico y muchísimas precauciones, pero eso sí, poniéndose bonito y rezumando jarte por los cuatro costados. Que lo de torear con verdad y pureza ya si eso para otro día, pero por lo menos que a los pintores de pincel y a los fotógrafos les dé para llevarse algo a la boca, oiga. No vaya a ser... Un pinchazo precedió a un bajonazo, y protestas para el torero una vez arrastrado el toro. El segundo fue más manso aún y derrochó un feísimo estilo. Casta inexistente, embestida bronca y a la defensiva. Diego Urdiales, que tras el paseíllo fue obligado a saludar una fuerte ovación que iniciaron los malos afisionaos que todo protestan y solo acuden a la plaza a reventar a los toreros, hizo una faena larga, quizás demasiado para tan poco material, pero bien es verdad que sacó a relucir por momentos gran disposición de hacer ese toreo tan personal y llenos de clasicismo. No llegó la faena a gran cosa dadas las nulas condiciones del bicho, pero ahí quedó la esencia y algún que otro muletazo que hace recordar que torear es algo radicalmente distinto a lo que se premió a continuación.
Y llegó el suceso culmen de la tarde. Salió de chiqueros el tercero, apodado Pijotero y bautizado a fuego con el 61, de capa castaña. Un animal con bonita lámina pero sin grandes alardes al que Perera lancea de salida con la tan poca gracia que le es característica, pero consigue ganarle terreno y acaba con él en los medios y dejándolo parado. Efectivo al menos fue. Dos varas tomadas al relance y en las que cumple sin más, aunque salió suelto de la primera. Curro Javier es encargado de lidiarlo, magistralmente por cierto, y es en el capote de este hombre donde el toro ya saca a relucir unas cualidades tremendas. Perera lo ve rápido y, sin dilación ni tan siquiera un pase alguno de tanteo, se coloca casi en los medios, con el toro plantado en el tercio del tendido 1, a gran distancia. Lo cita con la mano derecha y el toro se viene, una tanda de muletazos consiguiendo templar al toro pero llevándolo hilvanado en el pico de la franela y escupiéndolo literalmente con un feo tirón hacia fuera, no sin antes descargar la suerte como él acostumbra. Le da aire al toro durante unos instantes el matador y vuelve a citarlo a larga distancia, el toro se viene pronto y alegre, y además embiste de lujo en la muleta. Perera, en el más puro estilo Perera: perfilero, zancada atrás, pico y tirón hacia fuera. La plaza, como loca. Vuelve a darle tiempo al toro y ejecuta una tercera serie sobre la mano derecha con el mismo corte 2.0 que caracteriza a este torero, y que termina de encender al personal. Cambia de mano y agarra la zurda, y es entonces cuando Perera acorta excesivamente las distancias y ahoga al toro, el cual no deja de embestir con la misma clase y transmisión con que estaba embistiendo hasta ahora. La faena de muleta baja el listón de golpe, Perera no es capaz de ligar los muletazos ni tampoco de pegarlos tan limpios, y tras este conato de (des)toreo al natural, vuelve a agarrar la mano derecha para seguir ahogando al encastado ejemplar, y aunque el personal le sigue jaleando como si aquello fuera inventar el toreo, Perera no saca muletazos tan limpios. A sabiendas de que estaba la faena, se fue a por la espada tras ello. Tres series con la derecha que, dentro de ese estilo 2.0, había conseguido tirar del toro y aprovecharlo, pero al coger la zurda todo acabó y nunca más volvió a retomar el vuelo. "Si mata bien, solo si mata bien, oreja. Y aquí paz y despues gloria". Si hubiéramos sabido la verdad, hubieramos aprovechado para salir a hacer aguas menores antes de tiempo y así no ser testigos de la chacota: estocada trasera y caída. Ni rinconera ni leches, no. Casi un bajonazo, pero sin el casi. "No creo que le den la oreja, estamos en Madrid y...", y antes de terminar la frase, dos pañuelos blancos colgando de la barandilla. ¡¡Dos!! Surrealista cuanto menos. Baste con decir que los pitos y abucheos ahogaron los aplausos, y que seguramente ni el mismo interesado se creería tal situación. Y Perera paseó, con una sonrisa que delataba sin disimulo la soberbia que gasta y bajo un enorme alboroto, la casquería de la que era injusto merecedor.
El resto de la corrida transcurrió entre el cabreo ocasionado por tan lamentable suceso y la decepción que los toros de Fuente Ymbro estaban creando, aun lidiando ese buen tercero. El señor de Sabadell (por muy de Córdoba que ponga en los carteles que es) las pasó canutas ante el manso cuarto, que seguramente en una muleta mas poderosa hubiera sacado otra condición. Pero con un tío ante sí mismo con tanto miedo, tanta desconfianza y tomando tantas precauciones, ¿qué otra cosa podía hacer si no era defenderse de los telonazos a los que era sometido? Como suele decirse, que salga a saludar al tercio aquel a quien se le ocurrió anunciar a Finito de Córdoba en San Isidro un año más. ¡¡Que salga a saludar!! Del quinto, decir que se quedó sin picar, y quizás eso pesó demasiado en el tercio de muerte. Diego Urdiales porfió ante él, consiguiendo un comienzo de faena portentoso con doblones muy toreros que ganaron terreno al toro, pero una vez agarrada la muleta para realizar el toreo fundamental, no llegó a acoplarse ni a conseguir mandar sobre la correosa embestida del animal. Muchos muletazos sobre ambos pitones, pero apenas algún resquicio de temple y mando. Otro día será para Urdiales. Y el sexto, un inválido y descastado ejemplar con el cual Perera no hizo sino gala, otra vez (aunque ahora sin material) de su pegapasismo vulgar en otra interminable faena que debió terminar muchísimo antes de cuando lo hizo. Y una vez hubo doblado este último, flechaíto a la salida para no ser testigo ni por casualidad de la más vergonzosa puerta grande de cuantas se recuerdan.
Y entre medias, Curro Javier y Javier Ambel se llevaron grandes ovaciones tras bregar con consumada maestría y efectividad a los toros tercero y sexto; amén de que Curro Javier le sopló al sexto un par de banderillas de enorme categoría.
San Isidro Labrador, perdónalos. No saben lo que hacen.
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