Que la corrida de La Quinta ha estado baja de bravura y de poder, y además le ha faltado casta, es una gran verdad. Tanto como que, aun así, ha lidiado ejemplares de triunfo y que los tres toreros que se han visto las caras con ella han estado muy por debajo de la situación y no han conseguido poder con ella.
¡¡Qué mojón de tarde!! Los santacolomas de don Álvaro Martínez Conradi no han sido fieles ni por asomo a las expectativas que suele generar un hierro de esta magnitud. Pero de ahí a que haya sido imposible ya no para estar bien, sino para triunfar de manera rotunda, hay un trecho largo. Muy poco castigada en varas, tercio en el que muy poco se han empleado y por lo general se han defendido. Pero, como ya digo, con ejemplares que se han venido arriba en la muleta y han ofrecido un puñado de arrancadas de esas que posibilitan el toreo. Quizás el señor Conradi debiera hacérselo mirar, porque tal flojera de remos ya desde la salida, tan poco empuje y bravura en el primer tercio, y esa excesiva nobleza que es inversamente proporcional a la existencia de la casta, es preocupante. Y más, en una ganadería que hace algunos años ofreció tardes importantes en esta plaza a base precisamente de eso que hoy ha estado prácticamente ausente: la casta.
Pero, si la cosa va de hacérselo mirar, los tres señores que han lidiado y estoqueado esta corrida, sí que deberían hacérselo mirar de verdad. Y además con carácter urgente. Juan Bautista, con el lote más soso, ha realizado dos trasteos que no han derrochado más alma que sus dos oponentes. No se ha pasado mucho rato ante el primero, cuya pelea en varas ha sido muy discreta y el castigo muy medido. Después de pasarlo por ambos pitones y comprobar que no tenía absolutamente nada dentro, lo ha pasaportado a la industria cárnica de un feo bajonazo que necesitó de un golpe de descabello. Así de rapidito cuando hay muy poco o nada que hacer, es lo ideal. El cuarto se quedó sin picar, y llegó a la muleta con muchísima nobleza y la dulzura suficiente para volcarse en una quincena de muletazos, no más, y poner Madrid como una olla a presión. Juan Bautista se mostró ante este cuarto toro de la tarde fácil, aseadito, sin demasiadas apreturas y vulgar. Vamos, que se mostró como siempre acostumbra. Mató de estocada rinconera esta vez.
Con El Cid, más vale ser breve: está para irse. Sí, es cierto que así lleva desde hace unas cuantas temporadas, pero a medida que pasan los años, mucho más queda en evidencia tal cosa. Hacía tiempo que no se veía por Las Ventas un torero tan inseguro, medroso, triste y falto de ideas para sacar adelante su tarde. Ante dos ejemplares más que óptimos para hacer el toreo, la imagen que ofreció fue cuanto menos deplorable, impropia de un matador con tantos años de alternativa a sus espaldas.
Morenito de Aranda remató la terna. Recibió al tercero con algunas verónicas de categoría que rubricó con tres medias que no fueron menos. Héctor Piña le asestó a este toro dos puñaladas traicioneras en mitad del espinazo, de las que se defendió. El toro, ya en el tercio de muleta, acudía con prontitud a cada cite, pero no terminaba de pasar y se quedaba corto, frenándose a mitad de cada muletazo. Morenito mostró voluntad de hacer el toreo y hasta consiguió dejar algún destello de bisutería fina, quedando en muy poca cosa dada la nula condición del oponente.
"Ya podría salir el sexto con más chispa, porque estando así de voluntarioso por ponerse a torear seguro que le formaría un lío", hablamos unos cuantos al arrastre del tercero en referencia a Morenito de Aranda. Y le salió. Vaya si le salió. Se nos hizo realidad ese deseo con el sexto y, la verdad, de haber conocido el resultado una vez arrastrado este toro, sabiendo que lo deseado se haría realidad, hubiera pedido que me tocara el Euromillón. Un buen toro este sexto, quizás el único de los seis que sacó algo de casta, y con el que Morenito de Aranda, embarullado en una faena larguísima y trapacera, se ahogó en un mar de dudas y de inseguridad, sin ser capaz ni una sola vez de estarse quietecito para conseguir embarcar al toro en la muleta y de llevarlo toreado. Se eternizó, además, con la espada y el descabello, y por poco escucha el tercer aviso.
El banderillero Zamorano se llevó las mayores ovaciones de la tarde tras parear al sexto. Sin duda, lo más brillante de una festejo en el que, de nuevo, una corrida que no fue la panacea dejó en evidencia a una terna incapaz de realizar algo mínimamente provechoso.
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