¡¡Que caiga agua, que a los pantanos, a la atmósfera y al campo les vendrá más que bien!! No tan bien, a lo mejor, le vendrá al albero de la Plaza de Madrid, el cual ahora, sin pendiente, se empantana en cosa de pocos minutos.
¿Que qué es eso de la pendiente? Pues la pendiente del ruedo venteño es, o mejor dicho, ERA un desnivel que existía en este ruedo, decreciente desde los medios a las tablas, que deslizaba el agua de lluvia hacia los sumideros ubicados en el callejón, evitando así que el ruedo se encharcara y quedara impracticable para la lidia. Y digo "era" porque, en verdad, ya no existe. Prueba de ello es el lamentable estado en el que ha quedado el ruedo, en cuestión de pocos minutos, tras el fuerte chaparrón caído al salir de chiqueros el cuarto. Esto, con la pendiente, no sucedía. Con la pendiente el ruedo drenaba y tardaba mucho, muchísimo más tiempo, en convertirse en un híbrido entre el lago de la Casa de Campo y el pantano de Buendía. Pero ahora, por obra y nada de gracia de uno de la Puebla, torero caprichoso y ridículo hasta los extremos más insospechados, la pendiente no existe y el ruedo se empantana con un fuerte chaparrón en menos que se persigna un cura loco. Y desde aquí, háganse a la luz las mismas palabras que aparecen ante situaciones similares: Morante, váyase usted a la real mierda de una puñetera vez.
El agua ha caído de manera torrencial, otra vez, sobre Las Ventas y sobre la verbena que hay montada en ella de público festivalero, toreros circenses, y toreros que torean bien de verdad pero no con la rotundidad suficiente como para llevarse dos orejas de un mismo toro. Pero claro, puestos a extrapolar las cosas, si a un vulgar y mentiroso pegapases se le pide una oreja en Madrid, ¡¡en Madrid!! tachada de ley, entonces cuando ven a un tío torear de verdad aunque sea a cuentagotas, ¿cómo no se van a volver locos del todo? Pues eso es lo que ha pasado con Alejandro Talavante en esta tarde, quien pidió ocupar la vacante del lesionado Paco Ureña para "poder quitarse la espina" que le dejó su poco afortunada tarde de hace 48 horas, y ha terminado quitándosela con creces. Ante un toro nobilísimo y de embestida de ensueño que fue el segundo de Núñez del Cuvillo, consiguió dejar muchos destellos de esa esencia taurómaca casi perdida en el siglo XXI. No fue, sin embargo, una faena rotunda, pues muchos de esos destellos de toreo puro se entremezclaron con otros muletazos que, si bien llevaban las mismas intenciones por colocación y ofrecimiento de la muleta, no terminaron de dejar ser enganchados, o de ser rematados de manera lineal. El culmen de esta faena llegó en unos muletazos, tres o cuatro a lo sumo, ejecutados de frente y en los que Talavante llevó al toro muy sometido en la franela roja y rematándolo atrás. Cerró la faena con esos genuflexos tan toreros por el lado derecho que ahora ha hecho de su cosecha, y terminó de una buena estocada. Faena de oreja de verdad y con mucha fuerza, pero por allí abajo pudieron las ganas de ver a un torero salir en hombros por fin en esta feria, al precio que fuere, y cayeron dos. Premio excesivo teniendo en cuenta la seriedad que ha de tenerse en Madrid, pero justo en consideración de lo que se lleva premiando en esta calamitosa feria, y mas aún comparando con lo que se ha premiado después del quehacer de Talavante. Allá cada uno saque sus propias conclusiones.
¿Que qué fue lo que vino después de Alejandro Talavante y su faena de toreo grande a ese Cuvillo? Pues vino, primero, el primer toro devuelto en esta feria después de 18 tardes. ¡¡El primero devuelto por inválido, ojo!! Que ahora en Madrid también está de moda devolver a los mansazos, y no es broma, no señor. Ojalá lo fuera, qué leches.
Bueno, pues a lo que iba, que después del buen toreo de Tala y el primer toro devuelto en esta feria por inválido, salió un sobrero del Conde de Mayalde que le correspondió nada menos que a una de las mayores birrias vestidas de luces que ha salido en la historia de la tauromaquia, véase Alberto López Simón, y que en esta tarde ha demostrado dos cosas, nada nuevas por cierto: una, que ni sabe torear, ni nunca ha sabido ni tiene la más mínima ambición de aprender a hacerlo; y dos, que de no ser por las volteretas y los porrazos que recibe, a día de hoy andaría ganándose la vida descargando camiones en Mercamadrid. Ahí queda si no su tarde: al sobrero del Conde de Mayalde lo trapaceó con su mal gusto y su pésimo concepto del toreo sin que nadie le hiciera el menor caso, hasta que el toro se lo terminó echando a los lomos y le propinó la torta padre. Y el ginc-tónic hizo el resto. Más trapazos después del mismo corte despegado y hacia fuera, la parroquia ahora como loca, pinchazo, estocada entera con otro tremendo porrazo, y... Efectivamente, despojo al esportón. Lo que vendría rato después, una vez estuviera presente en el ruedo el sexto, no era difícil a prever. Y menos, con el ruedo hecho una piltrafa. Coge la muleta López Simón y, por si algún despistado ha dejado de atender, brinda al público para captar esa absoluta atención, y comenzar posteriormente doblándose por bajo y sacando al animal a los medios, donde ejecutó algunos trapazos con la mano izquierda que destaparon las múltiples carencias tauromacas de este hombre. El de Cuvillo, precioso de capa y hechuras, era una máquina de embestir por ambos pitones. López Simón lo pasó en muletazos por ambas manos siempre citando fuera de cacho y llevándose al toro fuera con el pico, sin que nunca el toro fuera sometido. Pesaban muchísimo más las ganas de una doble puerta grande que la importancia de la faena en sí, tanto como si a cada uno que berreaba como un poseso eso de biiiiiieeeeeeeennnnjjjjjjj por cada trapazo que ejecutaba el torero, se llevaran comisión por ello. Entró hasta la bola la espada a la primera, y segundo despojo para López Simón, el cual propiciaba su quinta puerta grande en esta plaza. Ya ha igualado a colosos de la talla de Luis Francisco Esplá o Marcial Lalanda, y superado a otros como Ángel Teruel, Manolo González o al mismísimo Dios: Manuel Laureano Rodríguez Sánchez. Y sin haber pegado medio muletazo en su vida. Así está esto, y quien diga que no tiene mérito algo así, que se vaya a acostar.
Talavante cumplió el trámite del quinto toro sin ánimo de realizar las grandes cosas que hizo saltar a la palestra en su primero. Con este quinto, muy bueno en la muleta por nobilísimo y de embestida dulce, tiró líneas sin ponerse en el sitio ni una sola vez, y tomando precauciones. Con la puerta grande ya en el bolsillo y el ruedo como estaba, cualquiera en su sano juicio hubiera hecho lo mismo.
Pero para faenón de Talavante en el día de hoy, el de donar los honorarios que le correspondían de este festejo a causas benéficas. Actos que engrandecen a una persona.
Juan Bautista actuó como primer espada, dejando para las postrimerías la estocada de la feria. Fue esta ejecutada al cuarto toro, cuando ya la lluvia había conseguido que muchos nos acordáramos, y no con buenas intenciones, de Morante de la Puebla y sus paparruchas dañinas. A la suerte de recibir fue, por las circunstancias del terreno, y cayendo en todo lo alto haciendo que el toro rodara. Ante este ejemplar, Juan Bautista aguantó estoico el temporal y el estado del piso como pudo, y cumpliendo la papeleta con la dignidad propia de tales circunstancias. Con su primero, un pastueño y soso ejemplar, lo trapaceó sin mucho ánimo y contagiado por la sosería del bicho.
La corrida de Núñez del Cuvillo fue poco castigada en varas y menos aún se empleó en el caballo, pero en el tercio de muleta cumplió más que sobradamente. El medio-toro, propiamente dicho, ese que para que embista hay que llevarlo entre algodoncitos durante la lidia, como si solamente importara el tercio de muleta. Teniendo en cuenta esa premisa, toros de alta nota fueron segundo y sexto, si bien no dejaron de colaborar con los matadores cuarto y quinto. En otras circunstancias meteorológicas, quizás...
Madrid, ¡¡qué poquito queda de ti!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario