martes, 22 de mayo de 2018

21 DE MAYO DE 2018, DECIMOCUARTA DE FERIA: ¿QUÉ MÁS NECESITÁIS PARA TOREAR?

"¿Qué más necesitáis para torear?", espetó una voz desde el tendido, cuando la tarde ya languidecía. Es el perfecto resumen que se podría hacer sobre el correspondiente festejo de esta tarde, el cual hacía las veces de segunda novillada de San Isidro, y en la que se lidió un encierro del Conde de Mayalde excesivamente cómodo de cara y hechuras, además de lidiarse algunos ejemplares de embestida empalagosa y nobilísima, muy apta para cogerse un empacho toreando. Muy mansa, sin emplearse en los caballos y sin que apenas les hiciera falta más de medio picotazo, pero para andar con ella más que bien y llegar a triunfar con rotundidad.

Igual, la cosa no es que no hubiera toros de triunfo, que sí los hubo en esta tarde. Igual, la cosa está más en que esta tarde no hubo novilleros con la suficiente enjudia para torear con el capote, ni mucho menos lidiar, poner a los toros en suerte en varas o colocarse en el lugar adecuado durante la lidia. No hubo novilleros esta tarde capaces de someter a los novillos y llevarlos embebidos en la franela, tirar de ellos y correr la mano con mando, ni ponerse en el sitio, ni cargar la suerte, ni torear sin ventajas. Ni tampoco hubo novilleros que hicieran uso de la espada con un mínimo de decoro.
Quizás, tanto Pablo Atienza, como Alfonso Cadaval y Toñete (este último aun llevándose una orejita tras aguantar en el ruedo bajo un fuerte aguacero), deberían hacerse de mirar muchas cosas después de vérselas y deseárselas con tal novillada, y no ser capaces de sacar ni un muletazo bueno de verdad.

Pablo Atienza fue novillero revelación en esta plaza el pasado 2017 por derecho propio, tras regalar retazos de buen toreo a lo largo de las tardes en las que actuó. Sin embargo, ha actuado en este 2018 ya dos tardes en pocas semanas de diferencia, y la imagen que ha dado en ambas ha sido radicalmente opuesta a la que se vio hace no muchos meses. El primer novillo de la tarde andó muy suelto durante toda la lidia y tuvo una marcada tendencia a las tablas, pero el novillero no dudó en comenzar la faena desde los medios con el pertinente pendulazo, para seguir con algunos trallazos con la mano derecha que no consiguieron fijar al novillo, pues este huía en cada muletazo y Atienza debía andar detrás de él y volver a recolocarse después de cada carrerita. El novillo se cerró más hacia el tercio posteriormente, y allí, siendo citado al hilo de las tablas, sí entraba mejor y repetía con más franqueza, cosa que no aprovechó un Pablo Atienza dentro de una faena insustancialmente aliviada y aseada, plagada de muletazos por ambos pitones metiendo el pico con mucho descaro, citando al hilo y pegando el trallazo hacia fuera.
Sin embargo, le aguardaba en chiqueros el cuarto, un novillo con el que cualquiera sueña poder sortear en Madrid: nobilísimo y empalagosamente dulce, embestía con franqueza en cada muletazo y haciendo gala de una colaboración para con el novillero más que excelsa. Atienza nunca se acopló ni fue capaz de llevar el novillo toreado con temple ni poder, más bien fue el propio novillo quien hacía que el matador moviera la muleta hacia donde aquel quería embestir, sin ser capaz en ninguna fase de su larga faena  invertir la situación. Tal perita en dulce se fue al desolladero con la casquería en su sitio y sin torear.

A Alfonso Cadaval, El Moranquito, el Joshua, o el hijo de Omaíta, esto de debutar en Madrid, y en plena feria de San Isidro además, le vino excesivamente holgado. Tras dejarse ir con las orejas puestas otros dos pastelitos de merengue, no se puede pensar algo distinto. El segundo novillo embestía rebrincado y doliéndose de los garapullos, pero a medida que pasaba la faena se fue asentando y embistiendo con más suavidad. Y si a eso se le suma que ya de por sí no hizo un mal gesto ni derrochaba demasiadas ganas de poner en apuros a su oponente,   el resultado es el de un novillo para romperse a torear bien de verdad. Cadaval nunca lo consiguió. Empezó su quehacer desde los medios citando de rodillas, para después seguir con muletazos con la mano derecha sin asentarse ni correr la mano con suavidad y temple. Cambió la muleta a la mano izquierda y con esta mano sí se le vio más reposado, pero fue la única virtud dentro de un popurrí de medios-muletazos por ambos pitones en los que, sin llegar nunca a ponerse verdaderamente en el sitio, pegaba un feo tirón hacia fuera sin llegar jamás a conseguir que el novillo quedara embebido y fijado en la muleta.
Con el pastueño y manejable quinto, tampoco terminó Cadaval de cogerle el aire en ningún momento, embarullándose en una faena vulgar y plagada de trapazos sin interés alguno. Queda todo dicho: esto le viene muy grande, por mucho que se empeñe su entorno en hacerlo torero.

Toñete sorteó en tercer lugar un novillote soso y flojo de remos que no derrochó la más mínima emoción, y con él se mostró demasiado aseado, sin apreturas y, a fin de cuentas, imitando la tan de moda monofaena que todos hacen. Con el sexto haciendo aparición en la arena, el cielo de Madrid se derrumbó sobre las Ventas en forma de un fortísimo aguacero, dejando en ruedo convertido en el estanque del Retiro en cuestión de pocos minutos, y los tendidos completamente vacíos. Solo quedaron, además de los aficionados y público protegidos bajo la teja de las andanadas y las gradas, un grupúsculo de unas 15 personas entre amigos, familiares, paisanos y fans alocados y alocadas del novillero, quienes le jalearon todo, hasta los enganchones, e incluso por un momento fueron invadidos por ese espíritu sanferminero coreando a voz viva "¡¡Toñete, Toñete, Toñete!!".
No se amilanó Toñete ante tal difícil situación, y salió tirando de orgullo y hasta una pizca de épica para vérselas con otro novillo que también tuvo lo suyo para torear bien de verdad y a placer. Pero, lejos de sacar a relucir los viejos y clásicos cánones del toreo eterno, relució bajo la lluvia esa Tauromaquia 2.0 de cites al hilo, pico, trallazos hacia fuera y pierna descaradamente retrasada. Los gritos esos de "¡¡Toñete, Toñete!!", que tanto recordaban a La Misericordia, se entremezclaron con algunos exagerados oles procedentes de las gradas y andanadas, y con voces discrepantes de quienes no se dejaron llevar por tanta emoción, y que le recriminaban al novillero su colocación y sus medios-muletazos hacia fuera. Y no se le puede quitar el más mínimo mérito a Toñete de ponerse delante del novillo con semejante tromba de agua y el ruedo empantanado, pero quizás cabría preguntarse si, en situaciones metereológicas más amables, esa faena tan al uso 2.0, más la estocada caída, hubiera calado de tal manera entre la poca concurrencia que quedaba.
¿Y lo de torear, qué? ¿Acaso ahora los toreros, después de esto, basarán su suerte en un fuerte chaparrón más que en una corrida o novillada de magnífica condición?

Desde luego que después de lo ocurrido en esta tarde, con novillos de triunfos desperdiciados y un despojo que llegó únicamente por torear bajo la lluvia, queda bastante claro que sí, que ahora para cortar orejas y triunfar lo de menos es torear de verdad.

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