sábado, 24 de mayo de 2025

24 SE MAYO DE 2025, DÉCIMOCUARTA DE FERIA: "EN EL NOMBRE DEL ARTE, DE LA CLASE, DEL RITMO Y DE LA SANTA TOREABILIDAD. AMÉN"

En el nombre del arte, se han cometido (y cometen) numerosos disparates. En el nombre del arte, un plátano pegado a una pared con cinta de carrocero se exhibe en la feria Arte Basel de Miami. En el nombre del arte, se considera "obra" a una pared pintada de blanco. En el nombre del arte, una estructura metálica forrada con extensiones de pelo rubio, es exhibida en Arco y cuesta la friolera de once billetes de los violetas... Y en el nombre del arte, ahí queda la imposición de la toreabilidad, de la falta de casta, de la borreguez y de la falta de fuerzas como el paradigma de la bravura. Amén. 

La ganadería artista por excelencia, Juan Pedro Domecq, con los dos artistas por excelencia del momento: Juan Ortega y Pablo Aguado, más conocidos en estos lares como Juan Con Miedo Ortega y Pablo Clazeyritmo Aguado I, El Educador de los güenos afisionaos. El paradigma del arte taurino más contemporáneo: una gatada inválida y descastada, para que dos torerines de pitiminí se harten a pegar pases. Pases, eso sí, con mucho gusto y duende. A esto hemos llegado.

Semejante bodrio cuela en cualquier otro sitio, especialmente de Despeñaperros para abajo. Pero Madrid, aunque a veces flojee, siempre es Madrid. En Madrid, semejante parodia de inválidos escuálidos y descastados, no cuela. Como tampoco cuelan las caricias a media altura, la pinturería, el gusto, los desplantes y el aroma a sevillanía, cuando ahí delante falta el actor principal de la corrida. Véase, el Toro. Y como Toro fue precisamente lo que no hubo en esta tarde, el resultado se ha condensado en un infumable (anti) espectáculo que, a Dios gracias, no se extendió mucho más de dos horas. 

No valieron para nada los pocos detalles de pinturería que le jalearon a Juan Ortega durante la lidia de sus tres entes. Alguna cosilla por ahí suelta, pero que muy suelta, con el capote; y algún que otro detallín en forma de remates con la muleta. Tres babosas fue lo que lidió, con las tres babosas hizo intento de recrearse con su esencia, y en los tres turnos apenas llegó a alcanzar el menor caso del personal. Y ya si eso, hasta otro rato. Que ya será en otra feria.

Al Educador de los güenos afisionaos, el mismo que da una pataleta de niño chico porque le devuelven los inválidos, le otorgaron una oreja del 6°. Antes, anduvo con su pinturería y su plasticidad ante otras dos babosas que no hicieron un mal gesto ni le pusieron en apuro alguno. Detallines ante esos dos cuarto y mitad de toros que le correspondió lidiar en  segundo y cuarto lugar. Entre el tedio y el cabreo generalizado del personal, que se sentía cual víctima del tocomocho ante la falta de casta y de bravura que caracterizaba la tarde. La oreja se la cortó, efectivamente, al 6°; remiendo de Torrealta. Porque no, la BECERRADA de Juan Pedro Domecq no pasó  al completo la criba veterinaria (cómo serían los rechazados, Dios santo...). Ese sobrero de Torrealta llegó a cumplir en el caballo, recibiendo más castigo él solito que los otros cinco restantes. Llegó a la muleta noble, suavón y a medio gas. O lo que es lo mismo, con claze y ritmo. Por fin, parecieron alinearse los astros para el Educador de los güenos afisionaos, pues aparte de que pareció encontrar un torete al gusto, también parte del personal ya se vio completamente educado para entender todo lo que le hizo. Y así le cortó la oreja, tras una faena basada principalmente en la mano izquierda y en la que, de manera suelta y aislada, soltó algunas caricias muy estéticas e inspiradas. Granitos entre mucha paja. Torería y sabor a raudales, pero faltaron dos cosas: por un lado, rotundidad; esa rotundidad que solo puede llegar con una serie de esos naturales completa y muy bien pegada. Y por otro lado, el actor principal: el Toro. El de Torrealta se dejó con dulzura, pero le faltó mucha más emoción, una emoción que solo podía llegar con la casta. Y de eso no hubo. Mató Aguado de estocada rinconera que, además de provocar un derrame, surtió efecto fulminante. Y orejita. Un orejita que en absoluto maquilla el fiasco ganadero y jartista con el que se había publicitado la tarde.

Aunque nadie le hizo ni caso, aunque nadie tuvo la decencia de invitarle a hacer un quite... Pero ahí anduvo, una vez más, Álvaro de la Calle como sobresaliente. Siempre atento a todo, bien colocado y perfecto en sus labores. Había que resaltarlo. 

En el nombre del arte, de la clase, del ritmo y de la santa toreabilidad, la Fiesta se va, literalmente, a la mierda. Y tardes así, le hacen más daño a esto que los quince-veinte cazurros que ayer, una vez más y con el beneplácito de esa infamia política que guía los destinos de España, gritaban a las puertas de la plaza de Madrid. Toro, Toro y solamente Toro es lo que hace falta aquí; y lo demás, que venga después. Si quiere venir y medirse al Toro, claro. 

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