Otra vez El Pilar. Otra vez, los toros herrados con el símbolo del número Pi vuelve a dedicarle un hermoso petardo a la afición de Madrid. Ni aunque tres, o catorce, o dieciséis o cincuenta y siete años pasasen, la vida va a cambiar. El Pilar ha vuelto a dar el cante, y lo ha hecho con una corrida de toros que en hechuras, fuerzas y comportamientos, fue cuanto menos censurable.
Pitardo de El Pilar. Pitardo de esta insufrible ganadería número... ¿Tres, catorce, dieciséis, cincuenta y siete...? Cualquiera sabe, a estas alturas ya han sido tantos y tan seguidos, que uno ya perdió la cuenta. Y es que lo de esta corrida se veía venir de lejos. Se vio venir nada más leer su nombre plasmado en el cartel, allá por el mes de enero. Se vio venir esta mañana, cuando los toros a lidiarse por la tarde quedaron expuestos a los ojos de los curiosos. Y cuando salió el primero y empezó a blandear de aquella manera, haciendo de la suerte de varas un simulacro, las sensaciones se convertían en una realidad rotunda. "Vaya tarde nos espera", espetaban unos pocos cuando, al segundo muletazo de Diego Urdiales a ese toro, este se derrumbó cual castillo de naipes. Y efectivamente, vaya tarde que se nos acabó echando encima. Inválido y descastado ese primero, como también lo fue el que le sucedió. No así el tercero, que se quedó totalmente crudo en varas y acabó siendo un animal más correoso y con mucho más que torear. Al cuarto, además de asestársele dos puñaladas con muy mala sombra en el primer tercio, se le (mal) lidió en medio de un vendaval que imposibilitó todo lucimiento por parte de los lidiadores; y por ello poco pudimos saber de él, salvo que se le vio blandear de remos bien poco. Y los dos últimos, hicieron salir de paseo a los berrendos de Florito, siendo sustituidos por sendos toros que tampoco fueron la alegría de la huerta.
Así fueron las cosas y así se consumó un nuevo pitardo de El Pilar. Con ellos y ante ellos, una terna compuesta por un indolente Diego Urdiales, un elegante enfermero llamado David Galván, y un joven con hambre de ser algo en esto y que fue Víctor Hernández. Y entre medias, un público de lo más benévolo que premió con más aplausos y peticiones de orejas de los debidos. A David Galván se le aplaudió mucho, quizás merecido a veces pero otras no tanto. También se le pidió oreja del 2°, y oreja del 5°. Pero ¿fue para tanto? Se podría decir que estuvo muy por encima de la babosa que lidió en segundo lugar. Se puede decir que entendió a la perfección al tetrapléjico, realizando una faena de enfermero que derrochó buen gusto, elegancia, suavidad y ningún sometimiento. Lo muleteó siempre a media altura, sin molestarlo; por ambos pitones, y llegó a sacar muletazos de muy buen corte. ¿Que qué le faltó? Lo esencial: TORO. En otros lugares, con eso que realizó Galván hubiera bastado para cortar una, dos orejas, el rabo y hasta quién sabe si no se hubiera concedido el indulto... Pero en Madrid, si no hay toro nada tiene importancia. Y como no lo hubo, pues tampoco hubo petición mayoritaria ni rotundidad. También se aplaudió mucho a David Galván durante la lidia del 5°, sobrero de Castillejo de Huebra que fue perfecto para los que padecen de problemas cardíacos, por lo soso que fue. De nuevo elegancia en las maneras a la hora de acompañar la embestida. Y ahí estuvo la clave: acompañar, que no torear. Acompañando fuera de sitio y a media altura pero, eso sí, con mucha finura. Y se le pidió la oreja de nuevo, y de nuevo no hubo mayoría y el señor Presidente se dejó guardado el pañuelo para mejor ocasión. Como debe ser.
A Víctor Hernández se le dio una oreja tras vérselas con el regalito envenenado de la corrida. Ese 3° no anduvo tan falto de fuerzas como el resto, pero se le trató en varas como si apenas de sostuviera de pie. Y claro, el animal se vino arriba y acabó sacando temperamento. Víctor Hernández realizó una faena de menos a más basada en el aguante. Y vaya si aguantó el torero las tarascadas y miraditas que le echaba el ejemplar. Faena de valor seco y buenas intenciones de torear de verdad, muy bien puesto siempre e intentando llevar la embestida en redondo. Otra cosa es que el joven lo consiguiera siempre y terminara por hacerlo de manera rotunda. Víctor Hernández anduvo sobrado de valor y de firmeza ante este toro, pero le faltó mayor pulso en las muñecas para terminar de someter al toro y poderle de verdad. Hubo algunos muletazos de mano baja en los que el toro persiguió la muleta hasta el final y con claridad. Todo lo malo que hizo, de pegar cabezazos y pararse a mitad de viaje, lo hizo cuando el matador le pegaba el latigazo hacia arriba. Gustó la disposición de Víctor Hernández, su sinceridad y lo convincete que anduvo para hacer el toreo; aunque no terminara de someter al toro de El Pilar. Y por ello se llevó una oreja. No gustó tanto ante el sobrero de Villamarta que sustituyó al 6°. Un sobrero, por cierto, de casi seis años y que ha hecho una mili de tres años con destino en los corrales de Las Ventas y en El Batán. Cuántas veces no habrá figurado el animalito como sobrero en corridas de toros y hasta novilladas durante las temporadas anteriores... Y al final, salió como tenía que salir: manso en varas, con una embestida bronca y a la defensiva. Así salió el toro, y el torero ante él salió a morder de nuevo, pero no pasó de ahí. Toda la faena, más larga de lo necesario, se compuso de medios pases citando muy encima, sin llegar a someterlo. Muy valiente y sincero otra vez, aguantando firme los arreones del manso, pero faltó mayor pulcritud en el toreo.
Diego Urdiales pasó sin pena ni gloria una vez más. Su primero no valió un real y tampoco se excedió mucho con él; y ante el cuarto, el fuerte viento que se levantó le imposibilitó todo cuanto pudiera haber intentado. Pero ¿y si no le hubiera soplado tanto viento y sus toros hubieran sido más lucidos? Cualquiera sabe... Dicho de otra manera, tampoco se le ve fino ni con ganas a Urdiales últimamente, y con eso está todo dicho.
Dos horas y media, ocho toros, dos sobreros, tres avisos y tres vueltas al ruedo después (dos de David Galván y una de Víctor Hernández con oreja en mano), el personal desertó la plaza con las sensaciones de que lo de El Pilar podría quedarse en su casa durante una larguísima temporada. También, que la finura de David Galván ya quisiéramos verla con toros de verdad. Y, por supuesto, rezumando cierto optimismo con Víctor Hernández. Siempre queda algo positivo, aun en tardes en las que pensamos haber sido atracados.
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