Mansa, correosa y complicada corrida de Baltasar Ibán. Apareció la casta con los ibanes, como era de prever, pero un casta acompañada de genio y mansedumbre que hicieron de ella una corrida no apta para torear bonito, ni para esas faenas interminables de tropecientos mil telonazos en los que el toro y el torero terminan tal cual, sin despeinarse ambos. Una corrida de toros mala y dura. Pero más dura fue aún la terrible imagen de Román colgado del pitón durante unos interminables segundos cuando el tercero de la tarde le echó mano entrando a matar, y cuya consecuencia fue una fortísima cornada de 30 centímetros en el muslo que le originó diversos destrozos musculares. Dramática secuencia, y más aún cuando se lo llevaban a la enfermería chorreando sangre a borbotones e intentando taponarse la herida por sí mismo.
La cogida de Román marcó negativamente, aún más, la corrida de Ibán. Esta ya empezó con mal pie cuando el primero fue devuelto a los corrales. Bien es verdad que el toro no andaba muy sobrado de fuerzas y que se le dosificó mucho el castigo en varas, pero no había doblado una pezuña hasta que Pepe Moral lo tumbó, literalmente, de un latigazo cuando intentaba hacer un quite. Y a partir de ahí, el toro empezó a caer en cada capotazo al que era sometido, teniendo que salir Florito con sus bueyes a recogerlo y llevárselo para dentro. En su lugar salió un sobrero de Montealto al que dejaron crudo en varas, y el resultado fue un temperamento indómito. Curro Díaz, desconfiado y haciendo uso de muchas precauciones, no fue capaz de sobreponerse a estas dificultades, realizando una faena plagada de medios pases y muchos enganchones. Acabó de fea manera con un metisaca en los bajos, más una estocada.
El segundo fue, de largo, el mejor de la tarde. Su nombre, Camarito, no podía traer consigo otra cosa que no fuera tan buena condición. Bravo de veras en el tercio de varas, pues acudió con alegría, se empleó con la cara abajo y metió riñones. El piquero, Juan Antonio Carbonell, colocó bien el palo en el primer encuentro, pero se le fue a mal sitio en el segundo, y además metió mucho el palo en sendos encuentros, lo que lastró al toro en su posterior pelea en el tercio de muerte. Ya en banderillas se vio al toro galopar con alegría cuando se le citaba y embestir haciendo surcos en el albero con el morro, por lo que en el tendido el personal se frotaba las manos mientras Pepe Moral se iba a por él muleta en mano. Y el toro empujó con verdadera casta y no menos clase en las dos primeras series por el lado derecho, pero una vez se echó el torero la muleta a la zurda, ya se le vio más desfondado, aunque no por ello sin afán de embestir. A partir de ahí, se vio que el toro quería, pero el castigo en varas había sido excesivo y se había sangrado demasiado al animal, por lo que empezó a quedarse paradote. Y tras una faena que no fue tampoco demasiado larga, acabó el toro aculado en tablas y haciendo amagos de echarse cuando el matador le dejó el primer pinchazo. Una pena, aunque no por ello dejó de ser un buen toro, y la ovación que se le tributó en el arrastre fue más que merecida. Un toro bravo en varas y que ofreció unas cuantas arrancadas encastadas, no todos los días se ve algo igual. Y más hubiera sido si se le hubieran medido un poco más los puyazos, que una cosa es dejar a los toros crudos, y otra muy distinta es masacrarlos. Hay término medio. ¿Que cómo estuvo Pepe Moral? Pues hombre, estar estar, lo que se dice estar... Pues ni eso.
El tercero fue, sin lugar a dudas, un cabrón. Un cabrón manso, reservón, con muy malas ideas, que esperaba a los peones en banderillas y que medía en cada capotazo y muletazo. Su pelea en varas fue como la de todo mansazo que se preste, es decir, sin emplearse, con la cara dirijida al castoreño del picador, defendiéndose y pegando cornadas al peto. En banderillas estaba aculado en tablas y muy agarrado al piso, por lo que los peones sudaron más sangre que Jesucristo en Getsemaní para bregarlo y banderillearlo. Acabaron entrando para ponerlas de una en una, como en el rejoneo pero sin caballo, y en una de esas El Sirio sufrió una tarascada y le propinó un fuerte revolcón, sin consecuencias graves aparentes. Román hizo señas al palco para cambiar el tercio aunque el toro aún no tenía los cuatro palos reglamentarios arriba. Y bueno, eso puede estar muy bien, porque hay veces que aplicar cualquier norma a rajatabla llega a ser injusto e incluso peligroso, en los toros y fuera de los toros. Pero pregunto, inocentemente y a riesgo de a uno se le acuse de chuflón, faltón, irrespetuoso y todas esas maravillas que los taurinejos estos sueltan por el hocico cuando se les lleva la contraria: a un toro tan complicado, ¿no cabría ponerle los pares a la media vuelta, al sobaquillo o al sesgo, antes de pedir el cambio de tercio sin las cuatro banderillas reglamentarias arriba? ¿O es que en las escuelas ya no se enseñan esas cosas, y solo se enseña a decir "baja tú", "eres un chufla", o "qué falta de respeto"? ¿No? Pues quién lo diría... Total, que el presidente se mantuvo en su sitio y no cambió el tercio hasta que las cuatro banderillas flamaban en el morrillo del toro. ¿Hizo bien? Pues hombre, hay otros recursos antes que saltarse el reglamento, pues esto último se entendería legítimo si fallara lo demás. Y lo demás no solo no falló, es que ni se intentó. De manera que Román, muleta en mano, se fue a por el reservón y genuino ibán, que tenía un peligro sordo. Y allí delante aguantó, estoico, sapos y culebras en forma de arreones y embestidas inciertas. No era toro para florituras ni para torearlo al uso moderno, pero Román lo trató como si lo fuera para tal cosa, poniéndose ahí delante con mucha verdad, ofreciendo la muleta sin ventajas y llegando incluso a tirar del toro con verdadero mando en algunos muletazos. Fue mucho más que digna su labor. El resto, fue una dramática historia. La cuadrilla recogió la oreja que le fue concedida.
Con el estómago de todos los presentes encogido, hizo aparición el cuarto. Por si hace falta decirlo, no se empleó en varas y fue picado de manera lamentable. Fue este un toro que sacó casta y más nobleza, si bien su pitón bueno fue el derecho. Curro Díaz comenzó la faena con torería y dejó bonitos detalles de fina bisutería. Por ese lado derecho lo pasó el torero suavemente y haciendo gala de sus personalísimos amaneramientos, pero muy despegado y descargando siempre la suerte. Faena tan llena de estética como vacía de verdad, pues nunca pisó los terrenos donde se hace el toreo y no hubo una sola vez en que no diera el pasito atrás. Con la zurda, más de lo mismo, solo que el toro no embistió por este pitón izquierdo com tanta claridad. Mató Curro de una estocada caída, y cayó una oreja que se presumió muy excesiva.
El quinto manso fue también muy castigado, además de muy mal castigado, en el primer tercio, defendiéndose con gañafones y cornadas al peto. Pepe Moral volvió a dejar en claro que no fue esta su tarde, pues se mostró muy desconfiado y precavido, además de molestado por el viento en diversas fases de la faena. El toro acudía siempre al cite con nobleza y se desplazaba, pero Pepe Moral nunca lo llevó por abajo y el animal, que por arriba no quería nada, se defendía de cada trallazo y acabó pareciendo peor de lo que en realidad fue. Mal además con la espada.
Y cerró la corrida un ejemplar que, para variar, tampoco fue derroche de bravura en el caballo ni el piquero escatimó en puyazos carniceros. El tercio de banderillas que se sucedió volvió a hacer florecer las preguntas de los pares a la media vuelta, al sesgo y demás, pues fue un toro muy incierto, acudía a los cites a arreones y, por ende, complicado de banderillear. Curro Díaz lo sacó al tercio y, sin apenas probaturas, agarró la muleta con la zurda para, muy de frente y dando el pecho, mover la muleta suavemente. Muchos fueron los altibajos de la faena, algunos muletazos fueron buenos pero se perdían en otros muchos enganchados. Después de algunas series de naturales, cogió el torero la muleta con la diestra, pero sin ponerse tan de verdad y metiendo mucho el pico. El toro ya se quedaba corto y se quedaba a medio viaje. Y cuando volvió a la zurda, ya no había toro.
Fue esta de Baltasar Ibán una corrida de toros que, a diferencia de lo que nos tiene acostumbrados, fue mala por mansa, correosa y peligrosa, que no imposible. Una mala corrida de toros, pero precisamente ahí estuvo el meollo de la tarde: eran toros. Mejores o peores, más dulces o más complicados, pero TOROS.
#FuerzaRomán
No hay comentarios:
Publicar un comentario