viernes, 27 de mayo de 2016

VIGESIMOPRIMERA DE FERIA: CALDERETA PARLADEÑA PARA CHUPARSE LOS DEDOS

Qué hermosura de toros los mozos de Parladé, uno a uno desfilando por el albero de Las Ventas esta tarde. Se pone a los de esta tarde al lado de cualquiera de los seis de El Vellosino de ayer, y perfectamente podrían pasar por David el Gnomo sus enemigos los trolls. Y qué chuletones más buenos se iba a sacar de ahí, y qué cecina y qué carne magra más apetitosa para una caldereta... Para cualquier cosita los de Parladé, ya ven, menos para darle emoción a una tarde de toros. ¡¡Qué aburrimiento, por Dios santo!!
Los tres primeros toros casi parecían pelotas de playa, tan recogiditos y tan regordetes. Y hasta habrá quien piense que eso era trapío, pero en fin, Madrid, su público, su tablilla de peso y sus cosas...
Los tres últimos ya parecieron más toro, luciendo unas hechuras más hondas y proporcionadas, larguitos, bien cuajados, rematados y con buenas cabezas. Tres toros con presencia, en definitiva, y que junto con el resto de sus hermanos, adolecieron de casta, poder, bravura, fiereza y todas esas cosas que se le presumen, o se le deberían de presumir, a un toro de lidia. Anunciados para darlos pasaporte a la cazuela y guisar con ellos una extraordinaria caldereta estaban Juan José Padilla, Iván Fandiño y José Garrido.

Padilla vino a Madrid muy motivado y con ganas de llevarse al público de calle, seguramente espoleado por su reciente triunfo en Sevilla. Pero pasa, ya se ha dicho miles de veces por aquí, que Madrid no es Sevilla, y tan pronto como los sevillanos se rompen la camisa a tirones por una portagayola o un par de banderillas al violín, a los madrileños nos cuesta más entrar por esa vereda. De rodillas a chiqueros se fue Padilla a recibir al primero, portagayola seguida por un ramillete de verónicas pegadas al aire y dando el pasito hacia atrás. Por hacer lo que nunca ha hecho, cuadrar en la cara un par de banderillas, el toro se lo llevó por delante y le propinó un fuerte porrazo, afortunadamente sin consecuencias graves. Levantose maltrecho y dolorido, y después de recuperarse, dejó otro par arriba y de nuevo cuadrando en la cara, para rematar el tercio con un par de esos al violín que un servidor, bendita ignorancia, no entiende. Insólito también fue ver a Padilla agarrar la muleta con la zocata y ponerse en el sitio, citar echando la muleta delante y querer tirar del toro llevándolo detrás, pero este, ante una manifiesta falta de... De... De todo, se quedaba a mitad del viaje y no puso de su parte porque la cosa rompiera. Con el cuarto las aguas volvieron a su cauce natural y aquí se vio al verdadero Padilla, el de los pares a banderillas a penca pasada, el que muletea de rodillas, el que no se pone en el sitio ni por todo el oro del mundo, el que pega pases y pases y pase, y más pases, y después de esto vuelve a pegar más pases... Y parte del público, con gran agrado, pidió el despojo. Suerte que hoy en el palco presidencial estaba la cordura hecha persona, que si no...

Fandiño... Pues eso, Fandiño. Haciendo mucho peor de lo que parecía al segundo, un animal correoso y con cierta dosis de genio, al que no sometió y lo único que se dedicó a hacer fue pegarle banderazos con la mano alzada como si quisiera parar un taxi. Y como además pegó el mitin con la espada y con el descabello, la bronca fue importante.
El quinto fue una perita en dulce. Lo más parecido que pueda haber a un perrito faldero, pero de 600 kg y con cuernos. Flojito, sin echar una mirada fuera de lugar, iba y venía a antojo del torero... Y Fandiño, con cierta disposición de intentar salvar a última hora su calamitosa feria, no dio una a derechas. Al hilo, retorcido, sin mandar sobre el animal... Un Pestiño, a fin a cuentas. Otro más.

José Garrido también ha pasado en sus dos tardes en este abono con más pena que gloria. "¿Qué queda de aquel novillero que nos hizo aflorar tantas esperanzas?" se preguntaban una y otra vez los que le siguieron en su época en el escalafón menor. Nulas opciones en el tercero, con el que alargó demasiado la faena e hizo cabrear al personal por ello, y con la suerte de cara al sortear al único de Parladé que medio se salva de la quema: el sexto. Un animal noble y con un tranco de cierta emoción, que repetía y se prestaba al lucimiento sin rechistar. Garrido no se acopló con él en ningún momento, sólo pegó trapazos allí en la lejanía, y tomando muchas precauciones. Hasta que se acabó el toro y empezó con el santo arrimón de cada día y de cada faena, y hasta cerró la faena por bernardinas, porque como nadie lo hace, para que viéramos algo nuevo. O eso pensaría él, supongo. En fin, que se le fue sin torear el sexto, hablando en plata.

Y al finalizar la corrida, y después del tostón que nos metimos al cuerpo, otro más, por la mente de algunos solo se nos pasaba un delicioso guiso de carne de toro de Parladé con patatas. Y es que para poco más sirvieron los mojones primos-hermanos de los que el pasado día 15 de mayo no valieron ni para eso, ser merendados.

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