viernes, 13 de mayo de 2016

SÉPTIMA DE FERIA: LA CARA, LA CRUZ Y LA CHACOTA

En la séptima de la feria de San Isidro han pasado muchas cosas. Buenas y malas, de todo, y que pueden resumirse en tres palabras: cara, cruz y chacota. 
Empezando por lo malo, la cruz, que es el tabacazo que se llevó Gonzalo Caballero en su labor muletera al tercero de la tarde. Pena, muchísima pena es lo que se siente cuando un chaval que ha demostrado en su época de novillero que sabe torear, y que además se planta esta tarde sin tener un una triste migaja que llevarse a la boca, viene a Madrid en su primera corrida después de la alternativa, jugándose todo, y acabe en el hule sin apenas haberse justificado. Se le desean desde este humilde espacio los mejores deseos de recuperación y un pronto retorno a este ruedo para terminar lo que apenas pudo empezar. 

Siguiendo con lo que dio de sí la tarde, llega el turno de la chacota. Pero no una chacota así, sin máz. Lo que viene siendo una chacota monumental. Un atropello en toda regla. Una burla al aficionado. Una mofa más de Taurodelta (y ya van...). Una afrenta, un esperpento, una vejación, un cachondeo, una chufleta, una chirigota, una ofensa, una mortificación, un zaherimiento, un escarnio, un ultraje, un vejamen, un desmán, un agravio. Y podría seguir así, pero pueden darme las campanadas de fin de año. Los protagonistas de la chanza, Taurodelta con su jefe supremo José Antonio Martínez Uranga a la cabeza, y Pedro Gutiérrez Moya, a quien todos conocemos como "Niño de la Capea". Y es que la responsabilidad de estos señores ante lo ocurrido con su ahijado e hijo, respectivamente, es absoluta. Todos sabemos de la carencia del menor atisbo de facultades para ser torero que derrocha el ahijado e hijo, respectivamente, por lo que la sonora traca que ha habido esta tarde en la Plaza de Madrid no nos pilla a nadie de imprevisto. El niño de padrino y papá, respectivamente, no sabe ni coger un capote, y no queramos por tanto que sepa echar la tela abajo y fijar al toro mientras se anda hacia delante ganandole terreno. Más al contrario, pasó grandes apuros en el saludo de capa a los tres toros que tuvo que estoquear. La cosa sigue mal cuando se inhibe de la lidia y manda a los picadores que procedan a trocear a los pobres animales, al que cerraba plaza llegó incluso a meterlo tres veces bajo el peto, la última en la puerta de arrastre. Y llega el último tercio, y como el toro puede tener carbón y eso no interesa, se le espantan las moscas mientras se hace gala del baile de San Vito, y rápido a por la espada. Tal como en el primero de la tarde. Pero no termina lo malo aquí, ya que es con la espada donde se ve lo peor de lo peor. Varias entradas saliéndose de la suerte, pinchazos en cualquier sitio, si medio entra la espada nunca será en todo lo alto, el pertinente mitin con el descabello para que los antitaurinos tengan para rebuznar un rato, y como el tercero de la cuadrilla tiene envidia y quiere ser también partícipe del jolgorio, a base de diezmil cachetazos se acaba con el toro. Sale el cuarto toro, y El Capea, que en el tercero ha hecho el quite del perdón por algo que recordaban vagamente a chicuelinas, quiere ante todo demostrar que él está por aquí no solo por el padrino y el padre. O sea, quiere ante todo demostrar lo que no existe. Y oigan, que el tío hasta llegó a dar el pecho, echar la pierna delante y llevarse al toro atrás, y lo llegó a conseguir hasta en cuatro ocasiones. Que por otro lado digo otra cosa: si yo soy ganadero y un tío tan patán consigue hacerle eso a uno de mis toros, lo primero que hago nada más llegar a la finca es prepararme una barbacoa con la señora madre que parió a ese toro. Y vuele el mitin con la espada, y un poco más y se queda el bicho para que se lo lleven los berrendos de Florencio el mayoral. 
La tarde sigue, y como Gonzalo Caballero no puede salir a continuar la lidia, es El Capea quien tiene que liquidar al toro que cierra plaza. ¿No querían caldo? -dijo el karma- pues ¡¡tomen tres tazas!! Y otro toro más que salió con pies, y vuelta a la sangría en varas, y vuelta a no querer ni ver al animal en el tercio de muerte, y vuelta a darles para rebuznar a los antitaurinos nada más coger la espada y el descabello. 
En todo esto consistió la enésima oportunidad de uno de los peores toreros que se recuerdan de todos los tiempos, algo que puede calificarse de mil y una formas, pero me niego a llamarlo espantá. Calificarlo de tal forma sería mancillar el buen nombre de grandes colosos de antaño como Rafael "El Gallo", Cagancho, Curro Romero o Rafael de Paula. 
Pero no importa nada de todo lo expuesto, El Capea seguirá por ahí manchando el buen nombre que un día su señor padre sembró, y lo peor es que este lo seguirá permitiendo. Allá él.

Y como en las buenas ocasiones lo mejor queda para el final, hablemos de la cara de la tarde: Morenito de Aranda, que en su último cartucho de Madrid antes de entrar de lleno en la temporada y quedar a la buena de Dios, se llevó una oreja de ley del quinto. Ya en el segundo de la tarde se le vio predispuesto a hacer las cosas bien con un buey de carreta que no hacía otra cosa que pegar gañafones y topar. Morenito se puso en el sitio, no se amedrentó y quiso en todo momento torear por bajo y enroscarse al toro. No había material para culminar tan buenas intenciones. Sí lo hubo en el quinto, un mansurrón, como toda la corrida de El Ventorrillo, que sí sacó más nobleza y permitió al Moreno de Aranda de Duero pegar muletazos cargados de pureza por ambos pitones, siempre dando el pecho, llevando al toro toreado atrás y, además con mucho gusto. De media estocada en lo alto mandó a la industria cárnica al toro, y paseó tan merecida oreja con una sonrisa de oreja a oreja que se bien podría traducirse en un "con la falta que me hacía algo así".

De todo, como el la botica, en esta séptima de abono isidril, que tuvo una cara, una cruz, y una chacota. 

#FuerzaGonzaloCaballero


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