viernes, 20 de mayo de 2016

DECIMOCUARTA DE FERIA: CÓMO COJEAN, CÓMO COJEAN LOS DEL PUERTO PARA QUE LES VEAN

Hermoso ha sido el desfile de inválidos, cojos, lisiados y tetrapléjicos que nos ha colado como corrida de toros esta tarde Taurodelta, una más, a través de una de sus ganaderías de cámara predilectas: El Puerto de San Lorenzo. Hablar de El Puerto de San Lorenzo es hablar de una importante colección de tostones acumulados y tardes tediosas, de borreguez, de bueyes de carreta, de toretes lisiados, etcétera etcétera etcétera. Y esta tarde, faltaría más, no ha sido menos, y dicha colección se ha engrosado aún más. Toros bien presentados y parejos de hechuras que, desde el primer momento que los toreros les presentaban el capote, empezaban a declarar sus blandengues intenciones. Y claro, eso del caballo y de picar, vaya novedad más novedosa, ha sido mero trámite.
Y es que en una tarde como la de hoy tampoco hubiera sido pertinente traer ganado con una pizca de poder y de casta, no fuera que al maestro de maestros se le fuera por otro lado y sudara más de la cuenta. Tampoco lo hubiera sido para el de los nosecuántos toros para ser figura, a quien parece encantarle disponer de babosas para justificar sus nulos quehaceres. Sí hubiera sido una jodienda mayor para Román, que venía a confirmar la alternativa y a jugarse gran parte de su futuro; y digo hubiera porque, a pesar de quedar inédito con el toro de la confirmación, para él ha sido el toro más potable del encierro, el sexto, y con el que no se ha entendido. 

Enrique Ponce ha sido tratado hoy en Madrid con un respeto y una predisposición de la que muy pocas veces, por no decir ninguna, ha dispuesto en este fuero. Ha recibido al segundo de la tarde con verónicas templadas dando el pasito para atrás siempre, lo que no ha sido impedimento para llevarse una gran ovación. Entendió Ponce a la perfección a este inválido, llevándolo muy elegantemente con una suavidad y un mimo del que ya podrían aprender en las escuelas (pero a ser posible con TOROS, por favor). Empezó doblándose con él para sacarlo a los medios, y de ahí sacó tres doblones muy toreros que enardecieron al personal. Siguió con la derecha, muy despacio todo, dando tiempo entre muletazo y muletazo al animal a recuperarse, y dando pases sin obligar mucho.. ¡¡Qué gran enfermero, sí señor!! Y cuando se hizo con el toro, llegó la fiesta: muletazos con la derecha de esos que, como dicen los que entienden, paran los relojes, y pases de pecho largos, y remates con la mano izquierda de categoría; todo ello con una elegancia y una torería que para qué más. Oigan, que lo de que citara al hilo, con el pico, que no se colocara ni una sola vez en el sitio y que descargara la suerte constantemente, ya si eso lo dejamos para otro momento... Se presume que, tratándose de Ponce, cosas así iban de serie. El fallo a espadas privó al maestro de un triunfo sonoro. 
Para ver al maestro en cuarto lugar, tuvieron que salir tres toros. Tanto el titular como el primer sobrero, también de El Puerto de San Lorenzo, salieron cojos, por lo que dieron trabajo a los cabestros del célebre Florito. Salió el segundo sobrero, una ratita de Valdefresno que, para no desentonar, tuvo de toro de lidia lo que Belén Esteban de intelectual. Salió arrebañando mucho terreno al matador y poniéndolo en aprietos, por lo que recibió en el caballo más que los cinco restantes juntos. Llegó a la muleta pegando topetazos, que no embistiendo, sin recorrido y con la cara mirando hacia las andanadas. Ponce porfió con él, pero siempre en su línea del fuera de cacho y el archiconocido pico de su muleta. Ante tan nefasto material, lo más decoroso hubiera sido no perder mucho tiempo y acabar con el mismo macheteo que usó después de este quehacer. En definitiva, Ponce solventó su actuación en Madrid con un trasteo que derrochó tanta elegancia y temple como ventajismo. La oreja no es el sitio para torear ni el pico de la muleta el mejor instrumento para embarcar al toro. Ni descargar la suerte la mejor declaración de intenciones para torear con pureza. De Ponce, evidentemente, no podemos esperar otra cosa a estas alturas.

Con Daniel Luque seré breve: los mismos trasteos de siempre cargados de su clásica vulgaridad ante dos babosas lisiadas, y un bonito bajonazo para mandar al quinto a manos de los carniceros. Dos toros menos para ser figura.

Y Román, confirmante de alternativa en el día de hoy, que tuvo la suerte de espaldas en el primero al partírsele la pezuña nada más empezar la faena.
Si la mala suerte se cebó con él de esta manera, la diosa Fortuna fue justa al propiciarle en su lote esta mañana un animal, el sexto, con un pitón izquierdo que tenía tres cortijos. Román fue todo voluntad, pero nada más. Ni colocación, ni temple, ni mando, ni acierto, ni nada. Una pena para un chaval que viene a confirmar a Madrid jugándose todo, pero el toreo es así.

Raúl Martí, en dos pares de banderillas al sexto, hizo resurgir en Las Ventas la enorme torería y pureza que gastaba el gran Montoliú para banderillear los toros. Enorme ese torero, fijando al toro sujetando el par con una sola mano, y andándole despacito despacito para clavar cuadrado en la cara. Andar a los toros también es torear.

Una borregada más de El Puerto de San Lorenzo, cuyo representante, me imagino, ya habrá cerrado a estas horas una corrida para la feria del año que viene, y quién sabe si alguna otra o una novillada para el transcurso de este año. ¿Por qué? Son ganas de importunar.

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