Casta, palabra que hace referencia a determinado tipo de condición que sacan los verdaderos toros de lidia, y que se caracteriza básicamente por imprimir verdad a la Tauromaquia, por emocionar al que se sienta en la dura piedra del tendido, y en causar descomposición a muchos de los que gastan el chispeante (muy en especial a los figurines esos del se torea mejor que nunca). Casta es lo que han desarrollado algunos ejemplares que esta tarde han salido al ruedo de Las Ventas herrados con una A coronada, divisa azul y encarnada y procedentes de la finca cacereña Las Tiesas de Santa María, donde el gran Victorino Martín Andrés lleva algunas décadas dando culto a eso mismo: a la casta.
Corrida la de Victorino en la que hubo de todo, desde un buey de carreta que tuvo honor de abrir plaza, hasta algunos ejemplares con casta y mucho que torear, tal que segundo, sexto y, sobre todo, el tercero, un ejemplar herrado con el número 20 y que respondía al nombre de Pastelero. Así, como quien no quiere la cosa, uno de los toros de la feria.
Le correspondió la lidia y muerte de Pastelero a Paco Ureña, quien, con firmeza y decisión, fue acoplándose poco a poco al encastado animal en una faena trabajada y que se desarrolló de menos a más. Ureña sacó muletazos con mucha pureza, pero le faltó una rotundidad aún mayor ante tan importante animal para que hubiera sido de triunfo gordo. El desatino a la hora de matar le privó de tocar pelo.
Sí lo hizo Talavante, que cortó la oreja al segundo de la tarde, un buen toro al que le dio algunos buenos muletazos por ambos pitones, además de algunos remates consistentes en molinetes, trincherazos o pases de pecho con el sello propio de belleza que le imprime Talavante, así como unos doblones muy toreros que tuvieron como fin cerrar al toro para la estocada. Pero, al igual que Ureña con el tercero, Talavante realizó una faena de altibajos a la que le faltó ser más rotunda. Como la estocada cayó, nunca mejor dicho, se le protestó una oreja que, de haber sido una buena estocada, no hubiera tenido reproche alguno. Sí los tuvo la actitud apática de la que hizo gala Alejandro con el quinto, un animal descastado que tampoco es que se comiera a nadie, pero con el que se dio poca coba y le espantó las moscas de fea manera. La sensacion fue de que el toro, sin ser una maravilla, permitió haber estado mejor.
Ureña cerró la tarde y su feria ante un toro muy complicado que requería una mano de mucho poder. No la tuvo el torero de Lorca, firme, decidido y con clara actitud de hacer el toreo a verdad, pero muy a merced de un animal al que no consiguió someter y aprovecharse de las quince arrancadas que ofreció el animal.
Diego Urdiales, otrora componente del cartel, simplemente no estuvo. Abrió plaza ante un buey de carreta al cual quiso quitarse del medio en menos que se presina un cura loco tras pasarlo con aire desganado por ambos pitones, sobre las piernas; pero su mal uso de la espada hizo que el asunto se alargara. Fue muy amable al querer lucir al cuarto toro en tres varas y poniéndolo desde lejos, arrancándose el toro y acudiendo con alegría pero realizando una pelea muy discreta. En la muleta, el animal se vino abajo pronto, aunque sí ofreció algunas embestidas para que Urdiales se justificara de otra forma diferente a cómo lo hizo, fuera de sitio, desconfiado y desganado. Muy mala feria la suya.
Así las cosas, nadie perdió de vista ni por un segundo cuanto sucedía en el ruedo. Y es que cuando la casta sale a la palestra, todo interés se concentra en un solo punto: el Toro. Qué está última semana siga, como mínimo, de la forma que a ha empezado.
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