Qué gran corrida la de Victoriano del Río lidiada en la Extraordinaria de Beneficencia, que tras algunos añetes vuelve a ser Extraordinaria, pero que de Beneficencia, no tuvo ná (salvo si se tiene en cuenta el beneficio sacado por y para los propios taurinejos, obviamente). Qué seis toritos, ni en el mejor de los sueños uno los hubiera imaginado más apropiados para esa cosa llamada mejor toreo de la Historia. Tan tulliditos y terciaditos ellos, y sin hacer grandes alardes de lo que es un verdadero toro de lidia con trapío y buenas hechuras, no fuera a ser que las lentejas del mediodía se convirtieran en agua casi por arte (jarte en el argot más taurino - cultural) de magia en las mismísimas tripas del Dios supremo del toreo, véase don Julián López Escobar; y del más guapo de cuantos toreros hay en el escalafón. Y como aquí todo es tan trasparente, nunca sabremos a qué se debe tanto camión de toros en los alrededores de Las Ventas durante las últimas 24 horas. Ahhhhhh, cierto, que el Juli andaba por ahí acartelado. Qué cosas, y qué gafe arrastra consigo esa pobre criatura allá donde pisa.
Las seis garrapatas con cuernos tan pésimamente presentadas por Victoriano del Río, como decía, fueron una auténtica delicia. Así como sin fuerzas y haciendo del primer tercio, como manda la costumbre, algo enteramente prescindible; pastueños, sosainas, sin causar molestias a The Maestros para que no sufrieran a la hora de torear como nunca se ha toreado y, en definitiva, descastados y bobalicones. Qué lástima que la talibana y leguaraz afición de Madrid no tenga ni idea de toros y sean tan malos aficionados, que si no hubiéramos vivido un acontecimiento de tal calado histórico como lo hubiera sido escuchar una ovación dedicada a Emilio Muñoz en esta misma plaza.
A los de Victoriano pues se les olvidó en casa la casta y el poder del que hacen gala sus mismos hermanos cuando las figuras del toreo no hacen intrusión en su corrida, y eso se vio condensado en una tarde aburrida y tediosa de inválidos, descaste, toreros pegapases, vulgaridad y hasta algún que otro despojo bochornoso, para que a Julianín el de Velilla se le pasara el mosqueo que se llevó ayer en Toledo cuando no le concedieron otro despojo, cuán niño de cinco años a quien le regalan una piruleta para que deje de llorar. Dicho despojo llegó tras estoquear al cuarto, de una estocada, o mejor dicho, de un julipié caído, tras una faena marca de la casa. ¿Qué esperábamos, que a Julián le diera por colocarse en el sitio, ofrecer la muleta plana, cargar la suerte y todos esos menesteres que nunca le veremos ni aunque se alineen los planetas? Muchos trapazos, colocado con un pie en Manuel Becerra y otro en Avenida de América, metiendo el pico con el descaro que le caracteriza, y todo todito todo hacia fuera. Ni uno rematado atrás. Eso sí, muy templadito
y sabiendo mover el trapo al mismo ritmo que marcaba la pobre babosa que había por ahí, que recordaba al coche de Fernando Alonso. Delirio juligan, que se acentuó cuando el matador acortó distancias hasta dejarse lamer los muslos por el torillo, a quien solamente le faltaba ponerse de rodillas y pedir perdón cuando tocaba la muleta. Ante su primero, un toro sin la más mínima casta, el Juli, pues fue el Juli. Sin más. Nada que no fueran sus latigazos de siempre con todo el pico y pésimamente colocado. Lo dicho, El Juli.
A José María Manzanares tampoco le gustan los toros que derrochan poder, y por ello hizo lo inhumanamente posible por que le mantuvieran en el ruedo al cojo salinero que hacía de segundo, del cual se ha llegado a oír y leer por ahí que "qué impaciente la afición de Madrid, haciendo presión para devolver a un toro que apuntaba grandes cosas". Y es que claro, ¿a quién le importa que el pobre animal estuviera lisiadico perdido y no se tuviera en pie, si ante él se hubiera podido torear muy a gusto? Qué barbaridad....
Se quedó Chemari con las ganas de tal cosa y los cabestros tuvieron que retirar de ahí al lisiado, para dar paso a un sobrero de Domingo Hernández, quien ahora resulta no ser sólo ganadero, sino también ser discípulo adelantado de los zotes enfarlopados esos llamados Chatarra Palace. Dicho ejemplar, así como quien no quiere la cosa, hizo una gran pelea en varas mientras tomaba dos puyazos en toda regla y en honor a los restantes de Victoriano, y posiblemente en el de los de Cuvillo de mañana. Llegó el animal a la muleta con las fuerzas justas y suficientes para aguantar veinte muletazos bien pegados de verdad, que los tenía. No sucedió tal cosa. Manzanares no fue capaz de darle ni uno, pero ni uno en condiciones a este toro, solamente trapazos hacia fuera, a media altura, haciendo así que el animal se defendiera; y desde la periferia naturalmente, no fuera a ser que se le manchara el elegantísimo vestido en el que estaba metido, que la elegancia cuesta un precio elevado conservarla. Más de lo mismo ante el quinto, un pobre animalito tetrapléjico que no era ni mucho menos conveniente bajarle la muleta para que no se derrumbara. Muchos trapazos a media altura, desde fuera y llevando en todo momento al pobre animalito en línea recta. Y el personal, aburrido y cabreado de tantísimo despropósito, le acabó pidiendo la hora al torero.
Talavante, en la última de las cuatro tardes que se ha anunciado en esta feria, cerró cartel con uno de esos días apáticos que de vez en cuando le entran. Al tercero, rajado y siempre al abrigo de las tablas del 10, no lo quiso ni ver. Empieza faena con un estaturario en el cual por poco se ve arrollado, lo que le hace recapacitar y darle dos ayudados por bajo para posteriormente comenzar, así de buenas a primeras, sin someter al toro ni poderlo antes de nada, toreando sobre la mano zocata, o mejor dicho, trapaceando mientras se quedaba en la oreja y se echaba al toro fuera, a la par que el toro, viéndose en los terrenos de tablas, repetía. Se lo sacó el matador a los medios, y allí nasti, que el animal no quería nada. Y otra vez se fue Talavante a las tablas, donde no le puso demasiado empeño en sujetarlo y robarle algunos muletazos. Lo siguiente fue espantarle las moscas con poco decoro y hacer un quiero y no puedo absurdo que para algunos pocos no coló, quitándose del medio rápido al marrajo. El sexto, también inválido y descastado, ofreció pocas opciones de triunfo, mostrándose Talavante apático y a disgusto, trapaceando vulgarmente y sin convicción alguna al animalito.
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