"Te perdiste una mansada que tuvo mucho que torear", me dice un buen amigo cuando cojo el móvil para interesarme por los toros, después de estar toda la tarde fuera de onda. Le sigo preguntando y me cuenta que los toros de Alcurrucén, más el remiendo de El Cortijillo lidiado en primer lugar (tanto monta, monta tanto) fueron toros muy duros de patas que no flojearon en ningún momento, que con alguna salvedad huyeron de los caballos y no se emplearon, y que en la muleta, unos más y otros menos, sacaron sus cosas. "Vamos, que ha sido una tarde muy entretenida", apostilla. Y yo que me lo perdí, resoplo resignado.
Me habla también de la pelea en varas del cuarto de la tarde, el único que se empleó y metió la cara; para luego desarrollar una nobilísima condición.
Sobre los toreros, me dice que El Cid, como nos tiene acostumbrados de un tiempo a esta parte: para echarse a llorar. Y no se detiene más en explicarme por qué, porque sólo basta imaginárselo.
De Joselito Adame, que estuvo mal ante dos bomboncitos que se dejó ir con las orejas puestas y sin ser para nada aprovechados. Otro buen amigo, con el tono jocoso que le caracteriza, comenta que Adame y sus dos tardes esta feria es el precio que hay que pagar de que los toreros españoles saqueen su país en invierno. Cosas de la reciprocidad.
Y luego está el asunto de la Puerta Grande de Juan del Álamo. Se le pidieron las dos orejas del dulce tercero, pero el señor Presidente, y me recalcan firmemente que de forma acertada, no atendió la petición a la segunda. Gran inicio de faena, muy doblándose de forma muy torera y ganando terreno al toro, pero luego el trasteo se diluyó en muletazos templados y siempre con el pico, sin cargar la suerte ni por accidente, muy despegado, y rematándolos allá en la lejanía. "Que no, que así no se deben cortar dos orejas en Madrid", sentencia.
Pero quedaba el sexto, el más encastado del encierro, y de nuevo del Álamo volvió por sus fueros del pegapasismo, un pegapasismo tan despegado que perfectamente podría denominarse algo así como "pegar pases a través de Wi-Fi". Y para culminar, dos bajonazos. Uno, del torero al toro. El otro, del público (que no aficionados), que se encaprichó en que había que sacar a Juan del Álamo a hombros aun siendo a cualquier precio, por cosas del paisanaje, de los Ginc-Tónics, para mañana presumir en el trabajo de que fueron a los toros y vieron vieron un tío salir en hombro, para darle en todos los morros al presidente y quitarle ese afán e querés ser protagonista... Poe lo que fuera, menos porque lo merecía de verdad.
Como colofón, me aseguran que Jarocho estuvo sublime poniendo banderillas. Pues ole por los banderilleros buenos.
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