Puerta grande muy pequeña, diminuta. Casi microscópica. Y de plaza de talanqueras. A Ponce se lo llevaron así en hombros por la puerta de Madrid después de derrochar, qué menos negarlo, mucha elegancia y torería durante toda la tarde. Como es él, ni más ni menos. Elegante, fino, bonito... ¡¡Llámese equis!! Pero un elegante, fino y bonito VENTAJISTA. Elegante, fino, bonito, torero, despacioso... Pero pico, pierna atrás, cites fuera de cacho y, en definitiva, destoreo. O eso, simplemente a los ojos de algunos humildes aficionados a los toros que no dejan (dejamos) de verlo así. Y encima, haciendo un uso muy deficiente de la espada. En Madrid, la mismísima plaza de Madrid, Las Ventas, presunta primera plaza del mundo, esta es la importancia que se le da a la Suerte Suprema, que ya de Suprema tiene el nombre y nada más.
Oreja del segundo de la tarde, un flojo ejemplar de Garcigrande con una embestida de ensueño, ideal para que el maestro sacara toda su artillería para dar una de sus lecciones de maestría. Ponce, que estuvo templado toreando a la verónica aunque dando siempre el paso atrás, y dejando para el recuerdo un quite de ensueño por chicuelinas, basó la faena sobre la mano derecha, llevando al toro con muchísima suavidad, elegancia y facilidad, como quien se toma un café; pero embarcando todas y cada una de las embestidas del burel con su archiconocido pico, llevándolo hacia fuera en la mayoría de las ocasiones y sin cargar la suerte ni una sola vez. Y a mí que se me vino a la cabeza esa frase que siempre les esuché a los viejos aficionados: ponerse bonito no es torear. Pero hete aquí, que con esa finura para abusar tan descaradamente de las ratonerías hechas Tauromaquia, se metió el maestro a gran parte de la plaza en el bolsillo, y tanto fue así que el horrendo metisaca y la estocada caída no fueron impedimento para que se cortara el primer despojo.
Con media puerta grande de las pequeñitas abierta, se abrió la puerta de toriles para dar salida al cuarto, un animal sin grandes alardes de hechuras pero muy cornalón y descarado de cuenta, cosa que desató la ovación en los tendidos (si por cosas así se dice de la afición de Madrid que adora el toro grande, ande o no ande, y con mucha cabeza, la mala fama la tenemos muy bien ganada, desde luego). No fue el cuarto la perita en dulce que permitió a Ponce estar a gusto un rato antes, pues este fue un toro que se movió con más carbón y tirando derrotes en respuesta a los trallazos a media altura a los que Ponce le sometía con su famoso pico. Lo sobó mucho y basándose de nuevo en la mano diestra. Muletazos a media altura, muchos enganchados, otros limpios pero hacia fuera, citando desde la lejanía. Pero de nuevo la estética volvió a imperar sobre todo. Ponce fue cada vez acortando más las distancias hasta llegar a dejar que el animal le lamiera la taleguilla, y pegar así muletazos de uno en uno que tuvieron el mismo corte de elegante destoreo. Después, un nuevo pinchazo más media estocada tendida y desprendida que tumbó al animal. Y la locura. Petición de oreja ni mucho menos mayoritaria, que cuando ya todos pensábamos que había obrado la razón al empezar las mulillas a arrastrar al toro, el pañuelo blanco asomó de la barandilla del palco y se armó la gresca. Dos orejas, una y una, por faenas que gustarán más o gustarán menos, pero después de no matar a ninguno de los dos toros medianamente en condiciones. Y la segunda, sin oeticion mayoritaria. Como en una plaza de talanqueras en cualquier pueblo durante sus fiestas, donde todo vale y no se mira nada. Madrid, denostada una vez más. Tan así está la plaza, que a David Mora le tributaron sendas ovaciones al terminar sus quehaceres, consistentes en dejarse ir a dos animales de Garcigrande que tenían que torear. No merece la pena explayarse más en la tarde de Mora.
Tampoco lo merecería la tarde de Varea, confirmante de alternativa, si no fuera porque así, de buenas a primeras, sorteó uno de los toros de la feria. Fue el sexto, Granaino de nombre y herrado con el número 60. Un toro que empujó metiendo riñones y con la cara abajo en los dos encuentros, hasta el punto de cabrearse la parroquia porque a su matador no le dio la real gana ponerlo por tercera vez en suerte. ¿Se puede tener menos afición? El toro, con dos puyazos bien pegados, llegó a la muleta con mucha casta y arrancándose como un tren. Varea, simple y llanamente, no supo ni por dónde meterle mano en ningún momento. Trallazos citando no desde Manuel Becerra, como se suele decir, sino desde la otra punta de España. No hubo ajuste, no hubo acople, no hubo claridad de ideas del matador, no hubo actitud... No hubo nada de nada, tan solo un gran toro embistiendo con casta y emoción que se comía a su descompuesto matador. Ovación cerrada para Granaino, que no merecía menos. Con el toro de su confirmación, el cual iba y venía sin maldad ni poner en aprietos a nadie, volvió Varea a da una paupérrima imagen, sobre todo con el descabello, dando hasta lugar a dudas de si sabe siquiera cómo se agarra. Hasta ocho, quizás nueve e incluso diez, porque perdí la cuenta, golpes con el verdugillo CON EL TORO SIN DESCOLGAR. Y, por si fuera poco, desentendiéndose de la lidia durante toda la tarde, tanto en sus toros como en el de sus compañeros, desocupando en todo momento su sitio en la plaza y yendo a por uvas cuando se precisaba hacer el quite. Varea, ¿a ti de dónde te han sacado? ¿Quién ha sido la mala pécora que te ha engañado para que te dediques a algo que se ve que no es lo tuyo?
¿Y de la corrida de Garcigrande, qué decir? Pues que Garcigrande, hay que reconocerlo y además se reconoce con sinceridad y sin reparos, echó una corrida que tuvo mucho que torear. Desigualmente presentados, algunos con buena planta, otros chicos e impresentables. Pero todos ellos sacaron nobleza suficiente para cortar orejas, y algunos, como el cuarto o ese gran sexto, hasta CASTA. Otros, flojitos y muy aliviados en el caballo, iban y venían con dulzura y sin hacer extraños, modelo ideal del torito moderno.
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