Bendito "ay", entendiéndose ese "ay" como una exclamación de susto, incertidumbre o remordimiento. Más vale "ay" de susto, que el "ay" que acompaña al bostezo, en señal de aburrimiento y de cabreo. Muchos "ay" de bostezo en las cuatro últimas semanas, por desgracia. La mayor parte de las tardes, y solamente exceptuadas aquellas tardes en que lidiaron José Escolar Gil, Los Maños, Santiago Domecq... Y Victorino Martín.
Sí. Hoy, en la última de la feria de San Isidro, se lidió una corrida de Victorino Martín. Como antaño. Y como antaño, los victorinos volvieron a traerse la casta, la incertidumbre, las malas ideas, las complicaciones, toros que buscan los tobillos, algunos toros de excelente juego, alguna que otra alimaña... Y, con todo ello, EMOCIÓN. ¡¡Qué necesidad de todo eso!! La corrida de Victorino Martín cerró la feria con un corridón de toros cinqueña, de pavorosa presencia, complicada, encastada, exigente y con mucho que torear. Le faltó entrega a la corrida en varas, como también le faltaron a los seis toros otros tantos picadores que señalaran los puyazos en el sitio y en su justa medida. Porque tan importante corrida de toros, fue pésimamente picada, por lo trasero y lo muchísimo que se les pegó. Pero, aun así, la corrida se vino arriba. Gloria al Toro bravo, a la casta, y gloria a los victorinos como estos.
En un reñido mano a mano, que rezaban los carteles taurinos de no tan antaño, lidiaron semejante encierro y le dieron muerte a estoque Paco Ureña y Emilio de Justo. Pero de reñido, lo que se dice reñido... Pues es que tuvo muy poquito, en verdad. Más que nada porque no hubo color entre uno y otro. Uno, en valor, cabeza y toreo, se comió al otro. O lo que es lo mismo, Paco Ureña puso la épica, la emoción y hasta el buen toreo; mientras que Emilio de Justo puso las dudas, la medrosidad y hasta el cabreo entre los aposentados en los tendidos. ¿Cómo se puede dejar ir de esa forma a un lote como el que dispuso? Paco Ureña se jugó la vida toda la tarde: ante la alimaña que abrió plaza, aguantó estoico y se la jugó con toda la verdad del mundo, recibiendo incluso una fuerte paliza que le provocó una aparatosa brecha en la frente. Cuajó por el pitón derecho al exigente tercero, con muletazos verdaderamente mandones y pasándoselo en cada uno de ellos rozando las colgaduras de la entrepierna. Le cortó una oreja a este toro tercero tras pinchazo y estocada. Y también se la jugó ante el quinto, un toro que no mereció tan larga faena ni tanto porfiar pegando mantazos. No fue essta una faena aseada, ni mucho menos merecedora de grandes alardes, pero dio la cara Ureña. Y así, se marchó para casa ofreciendo una buena dimensión ante tan exigente corrida.
A Emilio de Justo le sonrió la suerte sobremanera a las 12 del mediodía, momento en que alguien cercano a él sacó el papelito con los números de los toros corridos en cuarto y sexto lugar. Dos grandiosos toros por exigentes y bravos de verdad, en el tercio de muleta. Dos grandiosos toros, que, a fin de cuentas, entran en las quinielas para llevarse unos pocos premios. Y Emilio de Justo no pudo estar ni más desacertado, ni más por debajo de la situación ante semejantes animales. Se resumen ambas faenas en lo mismo: muletazos muy fuera de sitio y sin el valor suficiente para alargar el muletazo hasta el final. Medios pases, a fin de cuentas, citando muy fuera de cacho siempre y, si bien algunos dotados de despaciosidad, pero quitándole el trapo del hocico al animal a mitad de viaje. Dicho de otra forma, tuvieron muy mala suerte estos dos toros a las doce de la mañana. También se las vio Emilio de Justo con un toro segundo que se movió y metió la cara con franqueza, pero tampoco se las entendió. Feria muy, pero que muy sobrevalorada la de este torero. Puertas grandes, despojos y ovaciones aparte, claro. Madrid está bajo mínimos en lo que exigencia se refiere.
Ureña fue la cara y dio la cara. Emilio de Justo, la cruz y una cruz para sus toros y muchos de los aficionados. Y los seis toros de Victorino Martín, formaron el conjunto de una corrida de toros extraordinaria que hace sonreír. Más que sonreír, lo que hace es afición y reforzar ese sentimiento de veneración que cualquier aficionado a la Fiesta tiene por ese bendito animal que es el Toro bravo. Que sea pues enhorabuena al ganadero, y la súplica de que sea se continúe la misma línea. La de la casta y la emoción, línea que siempre caracterizó a la vacada que creara su señor padre hace décadas.
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