Vaya fachada y qué lustre más hermoso lució la novillada de Daniel Ramos lidiada ayer en Madrid. Qué gustazo daba ver lo bien puestos que estaban. Como debe ser aquí en Madrid, que para eso estamos en Madrid y eso no es ninguna tontería. Naturalmente, como las comparaciones son odiosas, es injusto que tres chavales que como aquel que dice están curtiéndose se tengan que enfrentar a seis tíos como los que los figurones contemporáneos no han olido en su vida, pero si esto fuera serio, esta debería ser la nota habitual: novilladas con trapío de corrida de toros en Madrid, que para eso es Madrid; y sin que ninguno de esos novillos parezca el padre de las buenas criaturas de Dios que lidian los "mayores". Pero como esto va a peor, es al revés y encima los que rechistamos somos los malos.
Una vez los novillos en el ruedo y después de paladear su buena presentación, demostraron que fueron unos buenazos y no pusieron en grandes aprietos a los tres niños. Los dieron cera en el caballo como si por ello fueran a quedarse más chiquitos, pero no porque fueran unas piezas; y todos unos mansos con poquita casta y sí mucha nobleza. Vinieron a verse las caras con ellos Mazzantini, Javier de Prado y Alejandro Fermin.
La tarde estaba desapacible y alcanzó su punto más alto cuando con las cuadrillas desfilando por el ruedo rendíamos gloria eterna a José Cubero Sánchez y Manuel Laureano Rodríguez Sánchez en silencio, y con un vendaval que hacía imposible la lidia y barruntando tormenta. Llovió fuerte al salir el primer novillo y el viento seguía soplando fuerte, cosa que pareció importarle poco a Mazzantini, que se hizo respetar ante este primer novillo noble y con un punto de casta y al que, con toda la mala climatología que tuvo que aguantar, le consiguió dar algunos muletazos arrebatados que demostraron buenas formas del novillero cordobés. Pasó sin pena ni gloria ante el noble y soso cuarto.
Con el segundo en el ruedo, la cosa se tranquilizó un poco, pero seguía lloviendo y no dejó de hacerlo prácticamente en todo el festejo. Ahí estuvo Javier de Prado, ese chico que ya ha venido por aquí en más de una ocasión y que lo único que ha mostrado ha sido ineptitud y unas formas un tanto circenses. Poco ha cambiado, salvo que ahora ya no banderillea, y el lamentable espectáculo que montaba en el segundo tercio ahora lo tienen relegado sus peones, que tampoco es que lo mejoren. Lo malo de esto viene cuando el chaval se cree (y le hacen creer) que ha inventado el toreo, o algo parecido. De templar no hablamos porque esa palabra no debe de estar en su vocabulario. De torear en la periferia sin mancharse el vestido, el chaval tiene un máster. De dejarse ir sin torear dos peras en dulce que no mordían, tres cuartas de lo mismo. Bueno, y la espada... ¡¡Ay la jodía espada, si casi se deja vivo al quinto!! Qué hermoso quedaba verle cuartear y meterles la espada en cualquier lado a los dos pobres animales que le tocó en suerte. Y qué hermoso quedaría verle la próxima vez en su casita sin que a nadie se le ocurra traerlo otra vez a torear a Madrid. Ni a ver un festejo siquiera, porque las habladurías dicen que el niño se pone hecho un basilisco cuando sube al tendido y a alguien de su alrededor le da por protestar. Así va España...
Lo de Alejandro Fermín, verdaderamente, no sé por dónde cogerlo. Ni lo de sus paisanos tampoco. Flaco favor le hacen los halagos que le llegarían después de la novillada. Lo suyo hubiera sido que, al terminar la novillada, alguien fuerte de su entorno le hubiera cogido en banda ya en el hotel y le hubiera dicho: "Mira niño, el toreo es otra cosa diferente a lo que tú has hecho hoy. Eso de tirar la muleta al suelo y ponerte muy cañí con el toro, y los circulares esos que pegabas, y las puñeteras manoletinas, y los desplantes de rodillas, y tal y cual, está muy bien cuando lo haces en la plaza portátil de un pueblo en fiestas, donde la mayoría son peñistas que llevan con el cubata en la mano todo el día y te aplaudirán cualquier chuminada que hagas. Pero en Madrid, la historia cambia mucho, porque allí también recibirás aplausos de tus amiguetes del pueblo a los que has regalado entradas, y también te aplaudirán cuatro o cinco personajillos engominados que, al igual que los peñistas de los pueblos, no han soltado en gin - tónic en todo el día; pero aquí en Madrid hay gente que se toma la Tauromaquia como algo serio y no les sirve para nada todo el circo que has montado esta tarde. A esos señores, que al principio te parecerán ogros pero si les cautivas con lo que exigen son unos buenazos, les van los toreros que cargan la suerte, que se colocan en el sitio, que mandan por bajo en la embestida y, sobre todo, que matan de maravilla. Y tú, pipiolo, hoy no has hecho nada, absolutamente nada de eso, que aunque no te lo creas, tiene muchísimo más mérito que el tremendismo que tú te gastas. Así que aplícate el cuento. Ah, y como vuelvas a pegarte una vuelta al ruedo después de un bajonazo como el que le has pegado al tercero... ¡¡Qué digo vuelta al ruedo!! ¡¡Como se te ocurra salir a saludar las cuatro palmas de los de tu pueblo después de liarla con la espada, me marcho de la plaza y te quedas tú solo!! Porque, como bien has observado, te has echado encima a los aficionados que se dejan su sueldo en esto porque les importa mucho, y te han pegado una bronca que te has ganado con todas las de la ley. Así que amiguete, ya te puedes espabilar" .
Pero nada de eso le habrá llegado a los oídos a este chico. Le habrán dicho que ha estado cunvre, que tiene musho jarte, que este es el camino, que tiene maneras, que los cuatro pitos han sido de cuatro talibanes que disfrutan reventando a los toreros... y unas cuantas joyitas más de ese estilo. ¡¡Y el pobrecillo se lo habrá creído y todo!! De verdad, mal camino por el que le llevan de estas maneras.
Y así se finiquitó una tarde que nos la dieron San Pedro y a San Pablo jugando a los bolos, viendo que en el ruedo pasaban pocas cosas interesantes. Aunque de tanto en cuando tenían que parar y admirar la belleza de los novillos de Daniel Ramos, que solo quedaron en eso: belleza y fachada.
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