miércoles, 4 de marzo de 2020

LAS PUYAS PARA LA CONCURSO DE JEREZ: UNA MORANTADA MÁS

Para entender mejor qué pretende uno de la Puebla con "sus puyas" para la próxima corrida concurso a celebrarse en Jerez, quizás sea adecuado contestarse a una pregunta de suma importancia: ¿qué es la suerte de varas? O mejor dicho, ¿qué trascendencia tiene la suerte de varas en el toreo hoy en día? Hay dos respuestas posibles, una corta y una larga.

La corta, compuesta por una palabra: NADA.

La larga, pues se podría definir como una especie de mosca cojonera para los matadores (en especial los figuras y los que se las dan de figuras)  y público que aquellas arrastran (público, que no aficionado). Mosca cojonera o trámite, como se prefiera, el cual se resuelve pronto en plazas que no son de primera categoría con una sola entrada al caballo y un refilonazo como norma general (salvo si el animalito a lidiar saliera, por cosas de la vida, con más poder que el acostumbrado, y entonces hubiera que machacarlo de un solo puyazo). Y aquí paz y después gloria. Peor en plazas de primera categoría, pues el reglamento obliga a dos entradas, que se suelen resolver también como mero trámite y, normalmente, con sendos refilonazos (salvo cuando suele tratarse de plazas como Bilbao o Pamplona, donde el Toro impone más y suele salir con más poder). Y ya si hablamos de Madrid, la mosca cojonera deja de serlo, convirtiéndose en un mosquito tigre que porta el coronavirus (o algo peor, viendo cómo se toman algunos que todavía queden aficionados que reivindiquen todo el esplendor de la suerte de varas). Y ¿por qué los toreros de ahora pueden permitirse el lujo, tarde sí y tarde también, de prescindir de la suerte de varas? Pues porque el medio-toro a lidiar, con su bravura del siglo XXI, así lo permite. El medio-toro ya sale al ruedo picado, lidiado y dispuesto a tragarse sin tan siquiera pestañear una faena de muleta kilométrica, que necesita de una embestida suave, pastueña y noble hasta decir basta. La suerte de varas, por lo tanto, está de más ante un torete de estas características. 

Y así es como se ha llegado a la más absoluta degeneración de la lidia del toro bravo (y del propio toro bravo), la cual consiste en pegar pases. Simplemente eso, pegar pases. Ni suerte de varas, ni quites, ni apenas toreo de capote; los peones que gasten torería para cubrir el segundo tercio cada vez menos frecuentes, y ni tan siquiera el más mínimo decoro para realizar la suerte suprema con pureza y verdad. Nada que no sea pegarle pases (que no TOREAR) al animalito de turno. En otros tiempos, muy remotos ya, la suerte de varas lo suponía todo, junto con la suerte de matar. Posteriormente llegaron José y Juan, y con ellos la concepción de la faena de muleta como algo más que preparar al toro con miras a la suerte suprema, y todo fue evolucionando y convirtiéndose el último tercio en una expresión de lo más artística y de poderío ante el Toro, pero sin dejar de lado algo tan fundamental en la lidia como lo es la suerte de varas. Sin dejar de concebir, a fin de cuentas, la lidia como algo dividido en tres tercios. Hasta que entró en escena el llamado toro artista y todo aquello se fue al mismísimo carajo para convertirse en la pantomina a la que ha llegado ahora la lidia.

Ahora parece ser que al señor Morante de la Puebla, que en los últimos tiempos se las quiere dar de romántico empedernido, le ha entrado la vena por preocuparse de la suerte de varas. Con motivo de la corrida concurso de Jerez que estoqueará mano a mano con el Juli (monta tanto, tanto monta), al genio se le ha ocurrido la brillante idea de sacar a la palestra unas puyas de menor tamaño y, por lo tanto, menos dañinas. Algo así como que "los toros sangran demasiado en la suerte de varas (no serán los de las ganaderías que él suele lidiar, no), y lo que se pretende es conseguir que con una puya más pequeña se consigan más entradas al caballo y el toro llegue con fondo al último tercio. Que igual si hacemos una lectura superficial y rápida, cualquiera se levantaría del asiento y, tras destocarse, aplaudiría como un loco la idea. Pero pasa que si se ahonda un poco en el asunto, uno no tarda en darse cuenta que es una metedura de pata, como mínimo, gigante. Quizás reducir el tamaño de las puyas sea la solución más fácil en este punto al que ha llegado la Tauromaquia, pero no quiere decir eso que sea la más congruente. Si no se le hubiera despojado al toro de todo su esplendor, un esplendor consistente en casta, bravura, poder y pies, no harían falta puyas más pequeñas, es más, a nadie se le pasaría por la cabeza tal idea. Quizás si a todo ese esplendor del toro le acompañara la existencia de picadores verdaderamente competentes que sepan hacer la suerte, que piquen en lo alto y que se olviden de limitarse al puyazo trasero y a golferías tales como barrenar, no harían falta puyas más pequeñas. Quizás si todos y cada uno de los matadores y novilleros del escalafón entraran sin demora a hacer el quite en lugar de pegar voces al picador para que levante el palo, su única defensa para no ser desmontado,(¿o para darle más fuerte? Nunca se escucha con claridad si es vale o dale), y así evitar algunas carnicerías que se cometen desde lo alto del jamelgo, no harían falta puyas más pequeñas. Quizás si se revisara y se pudiera dar una solución al peso del caballo y del peto para que los toros no se desfonden tanto empujando al Caballo de Troya, no harían falta puyas más pequeñas.

Pero no, es mucho más fácil después de la degeneración que ha sufrido el espectáculo, el tema de las puyas más pequeñas. ¿Se imaginan que ahora hubiera que concienciar a los ganaderos para que vuelvan a seleccionar poderío, fuerzas, pies y casta, en detrimento de la toreabilidad y de la clase? ¿Y lo de concienciar a los matadores para que ordenen picar en el sitio y no en mitad del espinazo, y hacer el quite con rapidez y diligencia en lugar de quedarse mirando a las musarañas desde la lejanía? ¿Y ya conseguir que los picadores se suban a un caballo más ligero? Entra la risa de solo pensarlo.

Y aunque sea la solución más fácil y rápida, lo de las puyas más pequeñas no deja de ser una morantada más que añadir a su importante colección de disparates.

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