¡¡Vaya con lo del Puerto/La Ventana!! No hacen falta presentaciones, nos conocemos las caras ya de muchos, muchísimos años atrás entre unos y otros, y aquí se sabe muy bien de qué pie cojean los toros marcados a fuego con este hierro. Corridones inolvidables en ocasiones (mayo de 2010 u octubre de 2016, por citar solo un par de ejemplos), toros importantes sueltos (recuerdo un Cubilón en aquella de 2010 que hizo sudar sangre al bueno de Rubén Pinar; o los dos Cuba del año pasado por San Isidro en Madrid y por San Fermín en Pamplona, respectivamente). Y también, tardes de hastío, aburrimiento, bostezos, mucho asqueamiento y cabezazos sobre el hombro del vecino de abono (el bueno de mi amigo Carlos un día de estos me guillotinará bajo la atenta mirada de su querida Angelita). Pues sin ir más lejos, tal que esta de Otoño de 2019, 28 de septiembre, fue una de esas para salir de la plaza renegando de todo. Por los toros y por los toreros, por ambos bandos. Los toros fueron seis mansazos de órdago, que empujaron sin demasiada gana en varas, pero con la cosa buena de que no rodaron por el suelo como otras veces, y que por lo general apuntaron nobleza y afán por prestarse al toreo en los primeros compases de la lidia, pero tardaron muy poco en irse de najas, vaticinado tal vez lo que harían los aficionados posteriormente.
¡¡Y vaya, sea dicho de paso, con la terna!! La cual estuvo confeccionada por Daniel Luque, Juan Leal y Juan Ortega. Terna de la que se presumían estilos muy desmarcados cuando salió al ruedo a hacer el paseíllo, pero no tantos fueron los contrastes cuando abandonaron el ruedo camino del hotel. Que sus estilos, perfectamente definidos, seguirán siendo los mismos; pero la tarde ofrecida por los tres tiene un mismo denominador común. Ahí anduvo como primer espada y director de lidia Daniel Luque, de quien desde muchos estamentos del Toro llevan asegurando cosas maravillosas todo el año, tal que "está en un momento cunvre", o que "el grado de madurez que ha alcanzado este torero es sorprendente", así como que "está para verlo", y tal, y Pascual, y bla bla bla... ¡¡Lo que cansa el vendehumismo!! Porque eso ha sido esta tarde Daniel Luque: humo, humo, humo y nada más que humo. Esta tarde, y toda su carrera realmente. H U M O. El mismo pegapases de siempre, que con el capote intenta estirarse con elegancia y clasicismo, y hasta es capaz de soplarle dos o tres verónicas de cartel al torito de turno, pero sin llegar a redondear al 100%. Y con la muleta, pegapasismo 2.0, cites perfileros y fuera de sitio, y mucho pico para pasar al toro en línea y en medios pases que poco dicen. Eso lleva siendo Daniel Luque toda su carrera y es lo que ha realizado esta tarde. ¿Lo que haya hecho a lo largo de esta temporada? Eso solamente lo saben él y los que le han visto y pueden hablar tanta maravilla junta sobre él. ¿Y si es verdad? No digo que no lo sea, pero a juzgar de lo de esta tarde, cualquiera sabe...
Y ya que hablamos de pegapasismo, hablemos del francesito Juan Leal. Pegapasismo a las duras y a las maduras, pero dándole un par de vueltas de tuerca más en cuanto a vulgaridad, chabacanería y tremendismo se refiere. Ante dos toretes noblotes que se dejaron torear sin más hasta que se rajaron (poco tardaron), Leal realizó dos faenas calcadas la una de la otra que se basaron en latigazos de muy tosco corte, siempre colocado muy pero que muy fuera de chacho, y echando la pierna atrás exageradamente, casi citando ofreciendo las nalgas. Y sin el "casi" en ocasiones. Y ¿qué decir del lamentable espectáculo que da con la espada? No solo porque no sea capaz ni de pinchar un balón de playa, si no por su personalísima y nada ortodoxa forma de ejecutar la suerte suprema: como si se tirara en plancha a una piscina desde un trampolín. Algo así como el infame julipié, pero mucho más exagerado. Y con estos mimbres es como se las apañó para mandar a los matarifes a sus dos enemigos: al segundo con un hermoso sainete de pinchazos y golpes de descabello, y al quinto con un bajonazo.
Juan Ortega tiene vitola de "torero artista", y se puede decir que bien ganada porque en los últimos tiempos le hemos visto torear bien de verdad. Además, es un torero diferente, que desprende aroma añejo por los cuatro costados, que anda por la plaza que da gusto y ante el toro hace las cosas con mucho garbo y parsimonia. Y Madrid, que tiene especial devoción por este tipo de toreros, le espera y le seguirá esperando. Hoy le esperaba y se quedó con las ganas de ver algo más que su simple torería y plasticidad. Cierto es que dejó algún que otro retazo de sabor añejo, como una media verónica de cartel para colocar al 3.º en suerte al caballo, o la manera de sacarse al 6° más allá de la segunda raya para comenzar la faena de muleta, andando y con gran torería. Pero su tarde también fue para olvidar. El más complicado del encierro, 3.º de la tarde, se lo llevó él. Un toro que derrochó genio y mansedumbre, que calibrada en lo que había detrás de la muleta y que pedía el carné de lidiador, algo que un torero como Juan Ortega no es ni mucho menos. Ahí delante se las vio, primeramente, el banderillero Antonio Chacón para colocarle un par de banderillas al sesgo como hacía años que no se veía, clavando prácticamente pegado a las tablas y asomándose al balcón. Suerte que Jesús Arruga, como buen tercero que es, andaba muy bien colocado y presto a hacerle un quite providencial, porque el toro le hizo hilo y estuvo a puntito de cazarlo. Y también Juan Ortega ahí delante se las vio y deseó para intentar interponer su faena a un toro que no estaba para muchas florituras, y el resultado fue el previsible: poco asentamiento, mucho enganchón y sensación de que el toro se subía a las barbas de su matador. Y ante el 6.º, tan manso y deslucido como los anteriores, más de lo mismo por parte de Juan Ortega: mantazos por aquí y mantazos por allá, enganchados en su mayoría y la sensación de que estaba completamente contagiado por la abulia de la tarde, o que quizás estaba deseando también de que todo terminara para irse a ver el fútbol. Poco notable fue también el uso que hizo de la espada Ortega durante la tarde. Ante toreros de este estilo solo cabe decir lo de siempre: otro día será.
Algo así decimos también de una ganadería como el Puerto de San Lorenzo, tan acostumbrada ella a intercalar corridas con interés y auténticos petardos. Hoy tocó el festival pirotécnico, uno más entre los muchos que nos ha dado. Son unos cuantos añetes ya viniendo a Madrid y lidiando hasta dos festejos por temporada, e incluso tres se ha dado el caso; y ya se la espera como una vieja amiga de la que cualquier cosa puede esperarse.
Juan Ortega tiene vitola de "torero artista", y se puede decir que bien ganada porque en los últimos tiempos le hemos visto torear bien de verdad. Además, es un torero diferente, que desprende aroma añejo por los cuatro costados, que anda por la plaza que da gusto y ante el toro hace las cosas con mucho garbo y parsimonia. Y Madrid, que tiene especial devoción por este tipo de toreros, le espera y le seguirá esperando. Hoy le esperaba y se quedó con las ganas de ver algo más que su simple torería y plasticidad. Cierto es que dejó algún que otro retazo de sabor añejo, como una media verónica de cartel para colocar al 3.º en suerte al caballo, o la manera de sacarse al 6° más allá de la segunda raya para comenzar la faena de muleta, andando y con gran torería. Pero su tarde también fue para olvidar. El más complicado del encierro, 3.º de la tarde, se lo llevó él. Un toro que derrochó genio y mansedumbre, que calibrada en lo que había detrás de la muleta y que pedía el carné de lidiador, algo que un torero como Juan Ortega no es ni mucho menos. Ahí delante se las vio, primeramente, el banderillero Antonio Chacón para colocarle un par de banderillas al sesgo como hacía años que no se veía, clavando prácticamente pegado a las tablas y asomándose al balcón. Suerte que Jesús Arruga, como buen tercero que es, andaba muy bien colocado y presto a hacerle un quite providencial, porque el toro le hizo hilo y estuvo a puntito de cazarlo. Y también Juan Ortega ahí delante se las vio y deseó para intentar interponer su faena a un toro que no estaba para muchas florituras, y el resultado fue el previsible: poco asentamiento, mucho enganchón y sensación de que el toro se subía a las barbas de su matador. Y ante el 6.º, tan manso y deslucido como los anteriores, más de lo mismo por parte de Juan Ortega: mantazos por aquí y mantazos por allá, enganchados en su mayoría y la sensación de que estaba completamente contagiado por la abulia de la tarde, o que quizás estaba deseando también de que todo terminara para irse a ver el fútbol. Poco notable fue también el uso que hizo de la espada Ortega durante la tarde. Ante toreros de este estilo solo cabe decir lo de siempre: otro día será.
Algo así decimos también de una ganadería como el Puerto de San Lorenzo, tan acostumbrada ella a intercalar corridas con interés y auténticos petardos. Hoy tocó el festival pirotécnico, uno más entre los muchos que nos ha dado. Son unos cuantos añetes ya viniendo a Madrid y lidiando hasta dos festejos por temporada, e incluso tres se ha dado el caso; y ya se la espera como una vieja amiga de la que cualquier cosa puede esperarse.
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