Decir que el rigor y la seriedad de la plaza de Madrid lleva en caída libre desde hace algunos años, no es nada nuevo. Tampoco lo sería decir que cada año que pasa este hecho se acentúa aún más, y que Madrid está mucho más cerca de una vulgar plaza de talanqueras que de la plaza seria, entendida, justa y rigurosa que antaño fue. Pero a algunos aficionados, lejos de resignarse por esta triste realidad, aún les sigue doliendo que en Madrid se aplaudan toros en el arrastre que han sido inválidos, que las trampas de los toreros sean censuradas por una mínima parte de presentes que encima tienen que callar a requerimiento de voces amenazantes, que se regalen orejas por faenas ventajistas rematadas por estocadas defectuosas, que se aplauda el no picar, que se le dé a un toro una vuelta al ruedo que simplemente ha sido bueno, que se protesten toros por mansos pero esos mismos callen cuando se derrumban por su flojera manifiesta, que...
La afición y seriedad de la plaza de Madrid están en estado terminal, y en el festejo correspondiente al Domingo de Resurrección, paradojas de la vida, ha vuelto a quedar de manifiesto. Seis toros en la tarde de marras de una ganadería con buen historial en los últimos años en Madrid, la de El Torero, de los cuales, salvando al escuálido torito que hizo de tercero y el recogidito y regordete mansurrón que salió en cuarto lugar, han lucido buenas hechuras y aparatosas cornamentas. Una pena la flojera de remos de los dos primeros, que apuntaron nobleza y buenas intenciones en sus correspondientes embestidas, pero que apenas podían mantenerse en pie cuando aquel que tenían delante vestido de luces le sometía por abajo. Dos picotacitos de nada recibió el tercero, flojo de salida pero que se vino arriba en el último tercio y resultó ser un ejemplar que se dejó torear con una nobleza y eso que llaman calidad exquisitas. Mucho más complejo fue el cuarto, manso de libro al que ninguno de los hombres de luces fue capaz de fijar en las telas. Tres entradas al caballo las de este toro, saliendo de la primera dando una coz al punto de notar el palo en el lomo, dejándose pegar en la segunda un lujazo fuerte, y recibiendo una tercera vara en el caballo que guardaba puerta y en la que también le apretaron fuerte. Los corridos en quinto y sexto lugar fueron los mejores del encierro, dos toros que recibieron cada uno dos puyazos en regla y no flojearon de remos en ningún momento, y que además tuvieron mucha nobleza dentro y hasta cierto punto de casta.
Ante este material, David Mora, Daniel Luque y Álvaro Lorenzo. El primero, acabó la tarde con el vestido tal y como se lo enfundó una hora antes de hacer el paseíllo: impoluto y sin la menor mancha de sangre. No se complicó demasiado la vida ante el inválido que abrió plaza, que con más poder hubiera sido de escándalo, estando el matador fuera de sitio durante su largo e intrascendental quehacer. Muletazos por ambas manos citando siempre al hilo, metiendo el pico con su habitual descaro y dando el pasito atrás. El cuarto, muy manso y abanto, no puso las cosas fáciles, pero no es menos cierto que el toro, aunque huidizo, disponía de tal nobleza que, con inteligencia, buena elección de terrenos y temple, bien se le podía haber sacado partido. Tampoco deja de ser cierto que David Mora le consiguiera ligar algunos muletazos meritorios con la mano derecha en el tercio del tendido 8 a base de dejarle la muleta bien puesta y haciendo un uso trascendental de los toques, pero si se dice que todo esto fue con su habitual descaro para meter el pico, citar al hilo y ofreciendo el culo, pasarse al animal lejísimos y dar una descomunal zancada hacia atrás, no se falta a la verdad. Mató de estocada desprendida y trasera y, aunque se le pidió la oreja, por suerte está vez sí, no se concedió.
El hecho de mayor calado que ocurrió en la actuación de Daniel Luque esta tarde es que le quedan otros dos toros menos para ser figura. Uno, el segundo, con un poco más de fuerza hubiera sido para cogerse un empacho toreando. Pero le faltaba precisamente eso, lo más importante: la fuerza. Una pena. La faena de Luque estuvo repleta de enganchones y trapazos marcando el camino hacia fuera siempre. Mató además de una preciosa estocada que hizo guardia, más pinchazo y estocada que degolla al animal. No fue el quinto el toro con el que Luque, de una vez por todas y después de tantos años, se hiciera la figura que tanto ansiaba. Y no porque el animal no valiera para ello. Más bien, porque el que no vale, ni para figura, ni para torero de culto, ni para absolutamente nada, es el propio Luque. Digamos que este quinto, que pidió los papeles y tenía muchísimo que torear, se fue precisamente sin eso: sin torear. Y nuevo mitin con la espada, para redondear la gran tarde de un torero al que cada día le viene más grande todo esto. Lo dicho, dos toros menos para ser figura.
A Álvaro Lorenzo, quien cerraba cartel, van a empezar a lloverle los contratos a partir de este día. Con tres orejas cortadas en Madrid, no es para menos. Pero tres orejas en el Madrid, o del Madrid mejor dicho, de ahora, del siglo XXI, del de los tiempos de hacer pasar por torear mejor que nunca la vulgaridad y las trampas, así como pasar por toro más bravo que jamás se ha lidiado un borrego escuálido e inválido dotado de una nobleza infinita y despojado de la mayor virtud del toro bravo: la casta. Una oreja del noble tercero, al cual empezó la faena de muleta doblándose de forma muy torera. Basa Lorenzo los primeros compases de la faena sobre la mano izquierda para dejar muletazos con mucho sabor y aroma. Sabor moderno, y aroma a Tauromaquia 2.0, pues eso de cargar la suerte y rematar los muletazos atrás no es algo que brillara a lo largo de su actuación, y si lo hicieron, fue por su ausencia. Coge la mano derecha para dejar muletazos que tampoco destacaron por el clasicismo del toreo eterno, y cierra Lorenzo con bernardinas que terminan de calentar al personal. Una estocada desprendida perdiendo la muleta culminó la obra, y ni eso fue impedimento para que el despojo le fuera concedido. Barato, barato...
El sexto cumplió y metió riñones las dos veces que entró al caballo, dejando una pelea aceptable. Lo fue también su comportamiento en la muleta, muy noble y con casta, lo cual Álvaro Lorenzo aprovechó. A su manera, claro. Los que esperaran que se cruzara, diera el pecho, embarcara al toro con la panza de la muleta y vaciara el muletazo atrás, esperaban un imposible. Más trapazos, por ambos pitones, hacia fuera mientras metía el pico con descaro y retrocedía la pierna sin pudor, fueron el principal componente de la faena misma faena de siempre, la que hacen la inmensa mayoría de los que se visten de luces, sean figurones, aspirantes, jóvenes o veteranos, y en cualquier plaza y feria, ya sea Madrid, Sevilla, Bilbao o Valdenueva de las Piedras. Y culminada de nuevo con una estocada defectuosa por trasera y desprendida. Y las dos orejas cayeron como si se hubiera toreado con verdad, clasicismo y pureza, y se hubiera matado de forma fenomenal. En Madrid, nada menos. Y el buen toro que fue este sexto fue tratado como el paradigma de la bravura al serle concedido la vuelta al ruedo en el arrastre.
Ya nada importa, sea lo que sea. Todo vale, incluso en Madrid. Para gloria de algunos, que se creen que los males de la Fiesta se solucionarán con exceso de triunfalismo; y para desgracia de la propia Fiesta, a la que la alarmante falta de autenticidad, en el toro y en el toreo, le está matando.
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