Ahora se dice que el quite no tiene razón de ser porque ya no existe peligro para los picadores (el picador es como si hubiera crecido, mientras el toro ha menguado), y lo cierto es que si, rara avis, hay una caída al descubierto, vienen ocurriendo dos cosas: o que los matadores, muy complacidos, ven hacer el quite a los peones, o que lo intentan ellos, en cuyo caso, generalmente, se las componen de modo que acaban por echar al toro encima del grupo que forman el picador y los monos, con lo cual el riesgo del primero ha disminuido, porque comparte el peligro con cada uno de los monos y, a veces, el toro, no sabiendo cual escoger para víctima, no hace nada por ninguno.
Antes no era así. Los quites se podían dividir en auténticos y ficticios; los primeros eran efectivos... ¡Cuántas veces, en el crítico momento de meter la cabeza, entre el piquero y el hocico del toro se interpornía el capote de Bombita, de Pastor, de Gallito..., venido no se sabe por dónde! Este verdadero quite, que no se ajustaba a las reglas de arte, sino que consistía en llevarse al toro con el capote a un terreno en donde no hubiese ni asomo de peligro. Este quite, cantado por poetas y literatos, era uno de los rasgos más grandiosos de la corrida. Los quites de la otra clase, si no efectivos, eran efectistas. Los toreros aprovechaban la oportunidad para lucirse y para entretener al público, estableciendo un artístico paréntesis entre vara y vara: una lonchita de jamón entre dos medias barras de pan de una especie de bocadillo. Era recomendable que en estos quites simbólicos se castigase poco al toro, y por eso resultaban indicadísimas todas las alegrías de la escuela sevillana: largas, revoleras, navarras, galleos, etc. Es decir, que hasta los aficionados serios, en quites, transigían con esta clase de toreo de adornos, por reconocer que estos estaban muy en su punto.
Se procuraba, repetimos, no castigar sin necesidad al toro; pero no había que cuidarlo, como ahora se dice, pues aquel tenía cuerda de sobra y no era producto de estufa como ahora (el verbo se las trae... ¿Ustedes se figuran a un duelista cuidando a un contrincante para que no se muera antes de tiempo?).
Claro está que no todos los diestros tenían que situarse en la escuela sevillana, y a los de otros estilos les estaba completamente permitido torear por verónicas, faroles, medias verónicas, etc, ¡bueno fuera! De todo ello nacía el contraste, este beneficioso contraste que se fue borrando poco a poco, a la par que hemos venido recortando la fiesta, la cual se ha venido a menos, como sucedería al señor que fuese regalando fincas a sus amigos y, por tener muchos, se hubiese quedado ya solo con un mediano pasar, en lugar de su anterior grandeza.
VEINTE TOROS DE MARTÍNEZ (LUIS FERNÁNDEZ SALCEDOQ)
Extracto que viene a colación de la famosa corrida lidiada el 3 de julio de 1914 en Madrid, en la que Gallito se encerró con 6 toros, más el sobrero de regalo, de la mítica vacada de Vicente Martínez. En aquella apoteósica y triunfal tarde, cuentan que José realizó la friolera de ¡¡26 quites diferentes!!
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