Que viva el whisky, o la ginebra en caso los güenos afisionaos. Que viva el whisky, y también la ignorancia. ¿Qué sería de algunos toreros sin esta combinación? Mejor dicho, qué sería de los malos toreros, tan abundantes en la actualidad; y de las malas artes de los taurinejos, no menos abundantes, sin los vapores de Baco haciendo estragos en los tendidos, y sin la ignorancia y las cortas entendederas que derrochan unos pocos que en esos mismos tendidos plantan sus posaderas. Esto es el público, que no aficionado, que acude en masa (de vez en cuando solamente) a los toros: cubateo, triunfalismo, desconocimiento acerca de lo que es una tarde de toros, aplausos a todo, el discotequeo y la jarana del después... Y los toreros, su legión de taurinetes y (des)informadores a sueldo con grado en Ciencias de la Información, tan contentos. ¿Qué sería de todos ellos si las plazas se llenaran de aficionados serios y entendidos, que valoren en su justa medida lo bueno, y censuren lo malo o mediocre? Muchos, más de los deseables, verían los toros desde la televisión. Por supuesto, a esa combinación de chuzos, ignorantes y chuzos ignorantes que acuden en masa (pero muy ocasionalmente) a los toros, habría que añadirle un tercer elemento para terminar prender la mecha de su chabacanería: las protestas (algunas a destiempo, es verdad, pero al fin y al cabo no exentas de razón) de los aficionados que sí viven esto de los toros con seriedad y rigor. Y lo acontecido en la plaza de Madrid durante la última tarde de abono otoñal, es una perfecta muestra de este indeseable extremo. Otra más. Comencemos.
Enchiquerada para ser lidiada hoy, domingo 6 de octubre, una corrida de Fuente Ymbro de buenas hechuras, muy acorde al trapío exigible en Madrid. Seis toros que aguardaban la hora de que las cuadrillas de picadores y banderilleros al servicio de Paco Ureña, Roca Rey y Víctor Hernández, les den lidia y muerte. Uno a uno, y así hasta seis, los toros de Fuente Ymbro fueron haciendo el conjunto de una corrida de toros exigente, con mucho que lidiar y que torear, encastada por momentos, de acusada mansedumbre por lo general y, por ende, complicada. Complicada y exigente, sí, pero no imposible. Una corrida de toros con interés, a fin de cuentas, y que más quisiéramos echarnos a la cara en no pocas tardes que nos vemos aposentados en el duro granito de Las Ventas. No tuvo el mejor comienzo, pues el toro primero consistió en un buey de carreta, muy paradote y soso. Afortunadamente Ureña, tras probarlo y comprobar la imposibilidad de quedar algo más que aseado ante él, se lo quitó de encima sin miramientos. Nos desquitamos con lo que vino a continuación, y qué mejor forma que empezar con el 2º, un toro que se fue al caballo él solito en la primera vara, para cumplir con la tradición cuando el "lidiador" (por llamarlo de alguna forma) viene del Perú y se hace llamar Andrés Roca Rey; y se deja pegar dos varas traseras sin inmutarse. Ni fu ni fa el toro en el caballo, nada que ver cuando el matador desarrolla el trasteo y se ve cómo embiste en la muleta. Comienzo de rodillas, para variar, y con pendulazo incluido, también para variar. Ya en pie, Roca Rey comienza a pasarlo por ambos pitones con muletazos muy acelerados, sin poder con la casta del importante toro que tiene delante. Muletazos con la derecha, primero, sin parar, templar ni mandar; dos series de naturales a continuación en la que el toro vuelve a desbordar al figura, que anda además de acelerado, muy aliviado. Por debajo del toro a fin de cuentas, con parte de la plaza protestando la situación y otra gran parte sin echarle cuentas al matador... Hasta que al volver a la diestra, llega la cogida. Muy fea la voltereta y cornada incluida, que deja conmocionado al matador. Y ¿qué viene a continuación? La desfachatez. La mayor de las ignorancias. La desvergüenza. El no saber estar. La nota de los chuzos, los ignorantes y los chuzos ignorantes: ¡¡Echar la culpa de la cogida a las protestas!! Y aquí viene la gran bronca, gritos de "fuera fuera" por parte de los tendidos de sombra a los tendidos de sol, insultos, cortes de mangas y ladridos más propios de dóberman. Irónico cuanto menos que aquellos que solamente van a los toros un par de veces al año, como mucho, pretendan echar de la plaza a los que acuden domingo tras domingo. Y una vez en pie Roca Rey y repuesto de la conmoción, vuelve a la cara del toro entre los vítores entremezclados de insultos por parte de sus legiones de seguidores. Muletazos arrebatados, arrimón final y la histeria colectiva. Y pinchazo más una estocada en buen sitio. Y oreja al canto, una oreja como premio a una faena vulgar, muy por debajo de la excelente condición del toro, que nadie aplaudió hasta que sucedió la voltereta. Una voltereta que, según los chuzos, los ignorantes y los chuzos ignorantes, fue culpa de las protestas... Que viva el whisky, la ginebra, los ignorantes y también las protestas. ¿Qué sería de los malos toreros sin todo este cóctel explosivo?
Tras la nota de color, la corrida siguió su curso. No sin más sobresaltos. A Víctor Hernández le dieron otra orejita verbenera, más por la inercia de todo lo relatado anteriormente que por otra cosa. Con los chuzos, los ignorantes y los chuzos ignorantes ya calientes, no había stop posible. Anduvo Víctor Hernández templado por momentos ante este 3º, pero sin conseguir someterlo por abajo. El toro nunca humilló, pero el matador tampoco acertó a bajarle la mano. ¿Y si resultara ser uno de esos toros con "teclas que tocar"? Un trincherazo ligado a un pase del desdén, de cartel de toros ambos, fueron lo mejor de una faena atropellada y poco asentada que finalizó con una novedad: bernardinas, no sin sobresalto. Nunca antes se vio algo así. La estocada cayó trasera, contraria y tendida, pero sirvió para que el toro doblara, y no fue impedimento para que la oreja fuera concedida.
Traspasado el ecuador de la corrida y con Roca Rey en la enfermería con dos cornadas, Paco Ureña se tuvo que hacer cargo de dos toros más. Y ante ellos, más fu que fa. Ni se entendió con su toro, el 4º, ni quiso ver al que hubo de lidiar en lugar de Roca Rey, en último lugar. Un toro ese último muy complicado por manso y reservón, pero no por ello imposible para la lidia. Los banderilleros sudaron tinta para dejarle como buenamente pudieron cuatro palos arriba, de uno en uno y obviando que los pares al sesgo y a la media vuelta también existen. Y Ureña, tas probarlo por el pitón izquierdo sin siquiera machetearlo por abajo con poderío, se lo quita de encima malamente. Es una lástima, pero lo de Paco Ureña empieza a preocupar de veras, cosa poco extraña dadas las circunstancias.
A Víctor Hernández no se le vio fino tampoco ante un encastado 5º, que se dejó pegar sin más dos extraordinarios puyazos por parte de Agustín Collado. Así sí, picador, ¡¡así sí!! Cometió el matador el mismo pecado que ante el 3º: no bajar nunca la mano. Y con ello, las tarascadas, los tornillazos, las coladas, el matador desbordado y a merced del encastado animal... Una pena.
Que viva el whisky, la ginebra, los ignorantes y también las protestas. Vivan. Vivan todos ellos. Y gracias a todo ello también. Los amantes del triunfalismo andan de celebración cuando semejante cóctel recorre los tendidos de las plazas. Y la Tauromaquia, de luto. El rigor y la seriedad en un espectáculo como este debería ser santo y seña; y las cucamonas de los chuzos, de los ignorantes y de los chuzos ignorantes, alejadas de las plazas de toros.