Emilio de Justo se fue en volandas de la plaza, luego de ser agasajado con las dos orejas del 6° toro. Los ingredientes de semejante chanza eran ideales para que ocurriera algo así. Una cogida en el 1° que le impide continuar la lidia. Una tarde cuesta abajo y sin frenos, en la que nada bueno ocurrió. La milagrosa recuperación del herido y el posterior anuncio de que saldría a lidiar su segundo toro en último lugar. El gesto rebosante de coraje por parte de un hombre que, tras ser herido, se pone el mundo por montera -valga la redundancia- y desea salir de la enfermería para finiquitar lo que empezó. Y como guinda a tan formidable pastel, la jarana, la verbena, la sinrazón y el whisky a mares, instalados todos ellos en los tendidos. Y parece ser que hasta en el palco presidencial, qué diantres.
Toda esa ristra de ingredientes llegó a desequilibrar una balanza en cuyo plato opuesto se encontró una faenita en la que el toreo brilló por su ausencia en todo momento. Una faenita, para colmo, rematada con una estocada no ya defectuosa, sino calificada de auténtico SARTENAZO. Ni de una oreja era, ¿cómo se puede premiar semejante esperpento con una puerta grande en Madrid? De sobra es conocido el matarratas que venden a precio de whisky y de ginebra por los tendidos pero... ¿Al palco presidencial también llegan esas cosas? La Presidencia y su séquito de asesores tan solo debieran beber agua, pues esta aclara la vista, es buena para el hígado y riñones, y además hace ver las cosas con mayor rigor. Eso es precisamente lo que ha perdido la plaza de Madrid, rigor... ¡¡Acabáramos!!
Emilio de Justo fue aparatosamente cogido en los prolegómenos de su faena de muleta al 1°, por lo que fue inmediatamente evacuado a la enfermería, visiblemente conmocionado y pálido. Borja Jiménez declina el realizar cualquier intento de lucimiento, y se quitó al toro de en medio con media estocada efectiva. Durante la lidia de los toros 2º, 3º, 4º y 5º no ocurrió nada sobre la arena. La corrida de Victoriano del Río tuvo como denominador común la justeza de fuerzas, y aunque a los toros se les vislumbraba buena condición y afán de embestir bien de verdad, todo quedaba muy deslucido por esa flojera de remos y falta de poder. Ante ese percal, tanto Borja Jiménez como Tomás Rufo anduvieron cada uno a lo suyo.
Por parte de Borja Jiménez, definitivamente decir que ha caído de pie en Madrid. Y cuando en Madrid un torero cae de pie, se le disculpa absolutamente todo. Los cites fuera de cacho, los medios muletazos, el no cargar la suerte con indisimulado descaro, el meter el pico... A eso se dedicó Borja Jiménez en su faena al 3º, con el que comenzó de manera vibrante desde los medios con varios pendulazos sin ceder ni un milímetro de terreno, y algunos remates en forma de pase de la firma. Continuó una serie con la derecha en la que se limitó a acompañar, y otra más en la que ya hubo algún muletazo de trazo más largo y mandón, pero siempre citando perfilero y descargando la suerte. El toro, muy flojito, embistió con bondad y metiendo bien la cara; pero cuando Borja se echó la muleta a la zurda acortó mucho las distancias y hasta aquí. Siguieron ya los muletazos ejecutados de uno en uno, citando muy encima y con el toro ya parado. Tras un pinchazo y una estocada caída, se le aplaudió y la sensación fue de que hasta perdió una oreja. Visto lo visto, no iba muy desencaminado tal pensamiento... Ante el 5º se vio a un Borja Jiménez mucho más indolente, poco esmerado y desganado. Como si la cosa no fuera con él. Muy manso y flojo el toro de la ganadería de Cortés, con el que su matador realizó una faena larga y vacía del más remoto contenido.
Lo de Tomás Rufo se resuelve en una palabra: vulgaridad. Extremada vulgaridad ante el 2º, y extremadísima vulgaridad ante el 4º. No hubo acople ni deseo de hacer el toreo por parte de Tomás Rufo en toda la tarde, ante dos toros flojitos que se dejaron y propiciaron algunas embestidas que bien podrían haber sido aprovechadas para decir algo más. A Tomás Rufo se le empieza a agotar el crédito.
Arrastrado el 5º sale Emilio de Justo de la enfermería. La ovación es grande, y no es para menos. Salir a torear tras sufrir una contusión en la zona costal, es muy de agradecer y ciertamente respetable. Pero una cosa es eso, y otra muy distinta es la chacota que vino a continuación. Veamos: sale el 6º y Emilio de Justo lo saluda con un ramillete de verónicas cadenciosas, arrebatadas y de muy buen estilo. Pasa el torito por el trámite de la grúa, perdón, del caballo, y recibe dos refilonazos de nada. Pero durante el tercio de banderillas el toro muestra algo que no se había visto en los cinco anteriores: alegría y trasmisión en sus embestidas. Morenito de Arles lo lidia muy bien y aunque el animal tiene tendencia a irse suelto, el peón consigue sujetarlo. Se presiente que hay toro y su matador se va a los medios sin dilación, tira el estoque al suelo y, con la derecha, lo cita para comenzar por naturales con esa mano. Se limita a acompañar y no someter al toro en la primera serie; y cuando se dispone a querer templar las embestidas en las que siguen, el toro le engancha la muleta continuamente. No hay limpieza, ni ajuste, ni mando, ni nada que a torear se le parezca. Hay plasticidad, mucha plasticidad y elegancia por parte de Emilio de Justo; así como épica al andar ahí, después del percance sufrido una hora y media antes. Eso merece el mayor de los respetos, pero de ahí a jalearle absolutamente todo como si de Pepín Martín Vázquez resucitado se tratare, hay un abismo. Continúa la faena intercalando algunas series más por ambos pitones, y en las que el asunto no remonta. Los medios muletazo y los enganchones se suceden, pero no importa: Emilio de Justo está calando hondo en parte de los tendidos. Finaliza la faena con unos naturales de frente muy acelerados y pegando un feo latigazo con el que quitar la muleta a mitad de viaje, pero lo más brutal de todo viene al dejar la estocada. Esta resulta ser un bajonazo prácticamente en el número 6 con el que el toro -el cual, efectivamente, fue el único de los seis que embistió con emoción- fue herrado en el campo. No importó nada: dos orejas de auténtica vergüenza -quizás, las más bochornosas que se hayan visto en los últimos años- fueron cortadas. La épica de salir a torear tras el percance, el desarrollo aburrido de la tarde y, por supuesto, los ginc-tónic y los ballantines con limón, hicieron milagros. En el palco presidencial también, sí. ¿Hasta allí llega el nefando botellón?
Entre gritos de "fuera del palco", "vergüenza", y gestos de negación con las manos se llevaron en volandas a Emilio de Justo tras serle otorgadas dos orejas que fueron el perfecto antónimo de su apellido. La plaza de Madrid sigue rebajando su exigencia, rigor, nivel, credibilidad y hasta la etiqueta de Capital Universal del Toreo. Una plaza de talanqueras es lo que parece.
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