viernes, 4 de octubre de 2019

CUARTA DE OTOÑO: LO MEJOR ES HACER RESET, Y A DORMIR

Pues eso, que mejor irse a casita, cenar tranquilamente, e irse a dormir (o a acostar, según las preferencias de cada uno). Y mañana, al levantarse de la cama tras amanecer un nuevo día, como si no hubiera pasado nada. Como si nadie se hubiera comido uno de los peores encierros que se le recuerdan a Fuente Ymbro en esta plaza. Casi como si nadie hubiera vivido una tarde de toros que, según iba transcurriendo, iban aumentando proporcionalmente las ganas de colgarse de las rejas de la andanada...

¿Cabe decir algo más acerca de semejante asco de corrida? ¿Verdaderamente merece la pena analizar una por una a las cinco bestias de tiro de que se lidiaron con la G de Gallardo, y a aquella que salió como sobrero con el hierro de Manuel Blázquez? Y para qué, si está dicho todo. Corrida muy mal presentada y que destapó a todas luces las verdaderas pretensiones del ganadero: hacerse una limpia de cercados la mar de hermosa. Pues lo consiguió, triunfó en esa empresa y, además, cortando dos orejas y rabo. Pero si se habla de lo que ofrecieron en el ruedo, se diría que no han ofrecido posibilidades de nada. Nada de nada. En el ruedo al menos, en la cazuela ya se verá. Ni pelearon en los jacos, ni sacaron poderío, ni ganas de pelea durante la lidia, ni nada. Y de casta no hablamos. Uy, la casta... ¿Dónde habrá quedado eso esta tarde? Mejor dicho, dónde habrá quedado a lo largo de toda la feria, porque vaya lo que llevamos encima entre unos y otros, Señor.

Y sí, hubo toreros ahí enfrente. Dieciocho exactamente, si las cuentas no me fallan. Tres matadores, con la taleguilla bordada en oro; nueve subalternos, plata o azabache su bordado; y seis montados a caballo tocados de un castoreño, calzona, gregoriana y chaquetilla bordada en oro los seis. ¿Que si hubo lucimiento por su parte? Depende de por quién preguntemos, aunque en líneas generales, más que menos, la respuesta sería un NO gigantesco. Los seis señores esos del castoreño, la gregoriana, la vara y el caballo, mejor no referirse hacia ellos. Se podría caer en las descalificaciones, las injurias y todas esas cosas que dañan la reputación del que las infiere, y tampoco es el mejor plan. Solamente preguntar, si se puede claro, si tanto cuesta rectificar los marronazos. ¿TANTO?

Pero TOREROS, con mayúsculas y en letras doradas, solamente hubo uno. Pelillos a la mar, ha sido uno de los más grandes, si no el que más, de todo lo que llevamos de siglo XXI. Y esta tarde hizo el paseíllo en Madrid por última vez en su vida para decirle adiós a esta plaza, su plaza. La plaza donde mejores improntas de lo que es ha sido toreo ha dejado. Vino voluntarioso de agradar, aunque una cosa sea la voluntad y otra el acierto. Estuvo aliviado y sin querer demasiadas complicaciones toda la tarde, dejó algunos pasajes de buen toreo de capote ante el toro que abrió plaza... Y sobre todo, vivió una tarde emotiva en la que la afición que tanto le ha querido y le querrá por los restos le sacó a saludar no una, sino dos veces para romperse el paseíllo. La misma afición que, de manera unánime, le obligó a dar una vuelta al ruedo a la muerte de su último toro en Madrid, más por los múltiples recuerdos que la emoción hacían agolparse en la mente de cada uno que por lo estrictamente realizado en el ruedo. Sí, la afición que, al querer abandonar la plaza por su propio pie, le agarró por banda y le sacó en hombros de la plaza tras otra vuelta al ruedo clamorosa. Gloria a los toreros grandes, gloria a don Manuel Jesús Cid Salas. Ya habrá tiempo para dedicarle unas palabras más detenidamente, en otro marco que no sea el de la crónica de un petardo ganadero.

Acompañaron a la mejor zurda de los últimos veinte años Ginés Marín y Emilio de Justo, quienes tuvieron a bien de brindarle un toro cada uno. El primero, más joven espada de la terna, no hizo más méritos en el ruedo que los suficientes para decir que su lote fue imposible de meterle mano por cualquier parte, que se deshizo de ambos toretes sin excederse demasiado (lo que es de agradecer), y que otro día será. Emilio de Justo dejó algo más. Finos accesorios de toreo caro, tales que pases de pecho al hombro contrario como pocos ya se ven, o trincherazos bellísimos, ante el sobrero que salió en segundo lugar, de Manuel Blázquez (divisa gaditana perteneciente a la AGL, puro origen Cuvillo, así salió de bueno...). Pero todos esos detalles se diluyeron entre los medios pases, los cites perfileros, el pico y demás cosillas que Emilio de Justo sacó a relucir en lo fundamental. Hizo un esfuerzo y derroche de firmeza ante el quinto. Muy abanto de salida y ante la incapacidad de la cuadrilla por fijarlo en los capotes, se puso el mono de trabajo el matador y lo bregó él mismo impecablemente. Llegó incluso a llevarlo de punta a punta de la plaza (desde toriles, donde el toro ya se hacía en remolón antes incluso de anunciarse la salida de los picadores, hasta la puerta grande), valiéndose de una brega impecable. Ya con la muleta en la mano, tragó parones varios y miraditas que descomponen para al final, conseguir robarle muletazos por el lado derecho de muy buen corte, muy mandones, corriendo la mano hacia dentro y de mano baja. Demasiado para lo que hubo enfrente.

Al hacer de los matadores y de los picadores, añadir el buen manejo de capote por parte de Curro Robles, y los buenos pares de banderillas que colocó Lipi. Pero sobre todo, las ganas de que tan infame tarde vivida llegara a su fin. Ante este tipo de situaciones, lo mejor es resetear las neuronas e irse a dormir, que mañana será otro día.






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