Pero hete aquí que durante la castiza y emblemática tarde del 15 de agosto, llegó a Madrid un chaval procedente de Sevilla que hizo de las delicias de los pocos aficionados que aquella tarde se apostaron en el tendido, con un toreo que derrochó clasicismo y ese pellizco que es debilidad de Madrid. Su nombre resultaba familiar entre los aficionados de Las Ventas, pues ya había actuado como novillero unas cuantas veces, hace algunos años. Juan Ortega no tuvo el reconocimiento unánime de Madrid en su época novilleril, por eso la sorpresa que dio bajo el calor de aquella tarde agosteña fue aún más grande y agradable. ¡¡Vaya cambio, desde que le vimos la tarde de su confirmación en la primavera de 2016!! Una muy agradable sorpresa, sí señor. Sorpresa que fue en aumento a lo largo de lo que restaba de 2018, cuando llegaban más noticias de este torero, y que apuntaban todas a lo mismo: que aquí hay torero y que merecía tener su sitio.
Pues bien, meses después de aquello y tras la meditación que acarrea el largo y duro invierno, Juan Ortega hizo de nuevo el paseíllo en Madrid en esta tarde del Domingo de Resurrección, con muchas miradas puestas en él, y para vérselas con una corrida de El Torero junto a David Galván y Pablo Aguado. Elegantemente ataviado con un terno verde oscuro y azabache combinado con un corbatín color grana, su carta de presentación fue un quite al primero de la tarde por chicuelinas, resultando aturullado y poco asentado. David Galván despachó a este inválido primero sin pena ni gloria después de una faena larguísima y sin apenas transcendencia. El segundo de El Torero era precioso de hechuras y muy aplaudido de salida, y Juan Ortega salió con grandes intenciones de hacer el toreo a la verónica para recibir a este toro, pero todo quedo en eso: disposición, pues el toro le punteó el capote en todos los lances y no consiguió llegar a convencer. Puso al toro en suerte con una bonita revolera para que este tomara un picotacito que no hubiera dado ni para un análisis, y después de sacarlo y llevarlo a los medios vino el primer suceso de la tarde: cuatro verónicas despaciosas y de mucha enjudia, rematadas con una media verónica abelmontada que hubiera inspirado a cualquier pintor, y que pusieron a la plaza en pie. El toro volvió al caballo para tomar otro picotazo que le hizo aún menos pupa que el anterior. Sin picar pues, y también sin mucho poder. Se desarrolló rápido y limpio el tercio de banderillas. Juan Ortega cogió los trastos y se dirigió a los medios para brindar al personal, y acto seguido se fue a los terrenos del 7, para empezar la faena doblándose por bajo y a dos manos, dejando un torerísimo comienzo que puso al público en ebullición. Después de algunas probaturas y sin salirse más allá de las rayas de picar, llegaron tres derechazos despaciosos y muy pintureros, sin bajar la mano en exceso, pero tirando del toro y llevándolo atrás. Siguió el torero con la mano derecha dejando esparcidos por el ruedo algunos muletazos sueltos llenos de verdad, siempre de uno en uno para dejar reponerse al flojo toro entre cada muletazo, y haciendo gala además de un pellizco que hacía tiempo no se paladeaba en Madrid. Cambió a la mano izquierda y dejó algún que otro natural de bello trazo, pero la cosa no alcanzó cotas más altas dada la nula condición del toro, que hacía grandes esfuerzos por no derrumbarse. Estaba hecha la faena y el toro no daba mucho más de sí, por lo que optó el torero acertadamente a irse a por la espada. La estocada cayó, nunca mejor dicho, en mal lugar y ello hizo que la presidencia negara acertadamente una oreja que, de haber matado bien, hubiera sido merecidísima. Dio una aclamada vuelta al ruedo.
De un modo u otro la corrida acabó en este punto, porque en verdad apenas nada más ocurrió digno de mencionarse. La corrida de El Torero tenía buenas referencias de años anteriores, pero por cada animal que se arrastraba, la decepción era mayor entre los aficionados. Una corrida inválida hasta la saciedad y descastada que, por ende, hizo que los seis piqueros apretaran el brazo muy poco o nada. Ya llorarán cuando se vean en la fila del INEM, ya. Solo un toro fue devuelto (el quinto), pero alguno más debió haberse ido de vuelta a los corrales por tetrapléjico. Fue el caso del cuarto, al cual las sucesivas caídas, los dos picotacitos de nada que hubo de recibir, y ni tan siquiera las dos vueltas de campana que pegó y que tanta mella le hicieron, fueran suficientes para que el señor presidente hiciera asomar el pañuelo verde, provocando en la concurrencia un solemne mosqueo que se exteriorizó con gritos de "fuera del palco", "antitaurino" o "ladrones". Hubo alguien que comentó con cierto tono jocoso que "la empresa está en ruina y no interesa gastar sobreros, conlleva mucho gasto". ¿He dicho "en tono jocoso"? A ver si es que los tiros no van muy desencaminados.
David Galván realizó dos faenas tan largas como vulgares que no hicieron sino mosquear aún más al respetable, que ya de por sí andaba de muy mala uva no solo por la inoperancia de la presidencia al no devolver inválidos, sino por la suya misma al incentivar a la cuadrilla para que mantuvieran los capotes en alto y así intentar disimular algo más la evidente invalidez de lo que había delante. ¡¡Qué desfachatez!! ¡¡Todos, y no solo el señor del palco!!
Juan Ortega, después de su buena faena al segundo, se las vio en quinto lugar con un sobrero de Lagunajanda que no mejoró a los anteriores en cuanto a pies y casta, dejando un quehacer en el cual se le notó a disgusto, sin demasiada confianza y muy precavido. No había gran cosa que sacar ante tal ejemplar, y por suerte no se pasó mucho rato ahí delante.
Pablo Aguado sorteó el único de El Torero, sexto de la tarde, que se vino arriba en el tercio de muerte y llego a desarrollar cierto picante y mucho que torear. Se embarulló Pablo Aguado en una faena larga y repleta de medios-trallazos que resultaron enganchados en su mayoría. Para colmo, el viento sopló y eso no ayudó en nada a un matador que ya de por sí se mostró muy acelerado, poco asentado y sin ideas para templar y mandar unas embestidas de triunfo. Una pena.
El tercero, muy basto y feo de hechuras, embistió rebrincado y a la defensiva, y Aguado se preocupó más toda la faena en ponerse bonito que en someter con inteligencia las embestidas, sufriendo por ello varios achuchones y hasta una fea voltereta que le hizo pasar a la enfermería tras la estocada.
Verdaderamente aquí parece haber torero: es de Sevilla y se llama Juan Ortega. Lleva el clasicismo por bandera, gasta personalidad y está dotado de esa gracia sevillana que tanto ha encandilado a todos los aficionados a lo largo de los tiempos. Ahí quedan las ganas de volver a verlo en las próximas semanas durante la feria del Santo Patrón, y a ser posible ante ejemplares con más casta y poder, cosa harta fundamental.
Que gran tarde nos brindó el maestro!
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