Recapitulemos: Una becerrada, que nos colaron como novillada, del Torreón el jueves, desesperadamente inválida, descastada, mansa y boba, con tres novilleros que llevan la vulgaridad y el neotoreo por bandera.
Una novillada, que nos colaron como corrida, del Puerto de San Lorenzo, del mismo símil que la del día anterior, con un Diego Urdiales que estuvo hecho una lástima, y un López Simón que... bueno, todo quedó dicho en su momento sobre su lamentable show.
Y de ayer, un servidor no podrá hablar mucho porque, por motivos familiares, se ausentó de su abono. Aunque todos los que por mí fueron cuestionados sobre lo del Vellosino, coinciden: para colgarse de una encina.
Hoy, la cosa ha sido diferente. Y no es porque esta tarde en la ex primera plaza del mundo se haya lidiado un corridón de toros que derrochara casta, bravura, nobleza, pies y poder. Ni mucho menos, vaya. Absolutamente todo lo contrario. Adolfo Martín ha mandado a Las Ventas un lote de toros feos, mal hechos, terciados e impresentables. Un saldo ganadero impropio de lo que se supone debería ser lidiado en Madrid que, por otro lado, sí ha sacado mansedumbre, nulo poder, y apenas casta. Pero tuvieron algo los seis que no hemos visto en toda esta santa feria: malas intenciones, incertidumbre en cada arrancada, carencia de esa desesperante bobaliconería que produce bostezos, y tedio. Solo el simple hecho de estar ahí abajo aguantando el tipo e intentando sacarles algo, ya era muy meritorio. Mis respetos para todos los hombres de luces, ya fueran de oro o plata, que hoy han estado ahí delante.
Lidiar con ellos, lejos de esas monofaenas de cien banderazos combinados con el típico arrimón, era lo que correspondía en una tarde como la de hoy.
Lidiar ha sido lo que ha hecho Rafaelillo con el animal que abrió plaza, el cual sabía latín y arameo antiguo. Algunos amagos de saltar al callejón y un pasotismo total cuando le presentaban los capotes fue la carta de presentación de este marrajo. Poco a poco, la alimaña fue enterándose del percal que allí se cocía, y llegó al último tercio orientado y con malas ideas. Rafaelillo lo sacó fuera doblándose con él, para después intentar la faena por la derecha. Una colada y varios achuchones fue lo que llevó al murciano a realizar una lidia sobre los pies con mucha solvencia y retazos de toreo añejo. Muy bonito. El resto fue una faena que tuvo el inconveniente de alargarse más de lo debido, pero en la que hubo algunos buenos muletazos arrancados con pundonor e inteligencia.
Con el cuarto en el ruedo, volvieron las estampas antiguas cuando Rafael paró al toro con unos lances rodilla en tierra, como los que ya solo se ven en vídeos en blanco y negro. Se permitió el torero incluso el lujo de dejar al toro de lejos en la segunda vara con una larga muy larga y de preciosa factura. El animal se arrancó pensándolo mucho y con trote cochinero, y la "cátedra" no tuvo más remedio que aplaudir, aunque a estas horas un servidor desconoce si aplaudían el puyazo casi en la paletilla o los cabezazos del manso, doliéndose del puyazo descaradamente. Todo el mundo expectante cuando Rafaelillo agarró la franela roja, pero la expectación se convirtió en decepción cuando el animal tocaba la muleta en la mayoría de los muletazos y el matador, lejos de dar la distancia oportuna, se echó encima del toro e intentó torearlo como si fuera una máquina de embestir. ¿Y si hubiera sido de uno en uno?
No obstante, gran tarde del pequeño gran Rafaelillo, que dejó un concepto de lidiador antiguo, valiente y con poderío.
Fernando Robleño fue la antítesis. Se olvidó, a diferencia de su compañero, de todo concepto lidiador, y su actuación se basó en la desconfianza, los mil pases, la mala colocación y la falta de temple.
Paco Ureña, también murciano, se desquitó, y de paso nos desquitó a quienes confiamos en él, de sus dos malas actuaciones en mayo en esta plaza. Un ramillete de buenas verónicas y una media de libro para recibir al tercero puso a toda la plaza de acuerdo. Su faena de muleta a este toro se circunscribió a ese terreno pantanoso y tan de moda que es el del arrimón, y hasta acabó por los aires, para gusto y disfrute se los que aman el morbo. Entró a la enfermería al estoquear al toro, de manera discreta y sin ningún alarde; y volvió salir sin que nadie nos enteráramos y también discretamente, sin paseítos por el ruedo ni ovaciones a destiempo.
Fue después de todo esto, en el sexto, cuando Ureña se lió la manta a la cabeza y nos volvió a todos locos. Poco centrado en el inicio de faena, hasta que el toro le volvió a dar un nuevo susto. Fue entonces cuando se medio centró y dibujó una serie con la derecha muy perfilera y escondiendo la pierna. Ya tenía a gran parte de la plaza en el bolsillo, pero entonces faltaban, mejor dicho faltábamos, los inconformistas. Quienes solo botamos de la piedra cuando se carga la suerte y se torea en redondo. Y el señor Ureña, que parecía que lo tenía presente, no quiso dejar de darnos el gustazo y hacer que esos inconformistas nos volviéramos locos cuando, de frente y a pies juntos, dibujó tres naturales y el de pecho de aunténtico escándalo. La cosa no terminó ahí, no señor, a ello le siguió otra serie de naturales cargando la suerte y toreando en redondo, y donde sobresalió uno que volvió loco a todo el mundo. Unos, se echaban las manos a la cabeza sin terminar de creerlo. Otros, se levantaban de su localidad con los brazos tocando el cielo. Otros, gritamos el "OLE" más sentido de muchos meses. ¡¡Qué forma de torear al natural!! Paco Ureña, con aquellos naturales, convirtió la plaza de Madrid en un delirio unánime que hacía ya mucho tiempo que no se veía. A ello le siguieron unos doblones torerísimos con el fin de preparar al toro para la estocada. Pinchazo, bajonazo que hizo guardia y de nuevo estocada que le privaron de una oreja, e incluso de dos.
La última tarde de esta feria tuvo mucho contenido, y lo principal es que el aburrimiento brilló por su ausencia. Gestos muy toreros de un Rafaelillo a la antigua, Paco Ureña terminando de postularse como un torero a seguir en 2016, y mojón de corrida de Adolfo Martín que, sin embargo, mantuvo el "ay" en todo momento y, consecuentemente, la emoción que da la incertidumbre y las malas ideas de estos animales.
¡¡Ah!! Y los doa pares de banderillas del subalterno Jesús Romero al quinto toro. Un banderillero más modesto, pero siempre que viene a Madrid ha de desmonterarse. ¡¡Qué maravilla!!
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