El toro se lanzó a por el caballo. Enloquecido, arremetió con los cuernos con todas sus fuerzas. Esto era pelea. Esto era no saber nada que no fuera rajar, rajar, arremeter y empujar. Esto era olvidarse del dolor del morrillo, no oler la sangre que le corría por la espalda, no sentir la atracción de la puerta del otro lado de la plaza. De pronto aparecieron dos bultos: aquellas cosas que no eran pelea sino persecución y que quizás él ahora comiera e inmovilizara como al caballo. Lo sacaron del picador burlándose, y luego desaparecieron.
Texto y foto: Toros en Iberia, Robert Vavra.
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