Hoy, los aficionados recuerdan a Paquirri, ese torero dominador de todos los tercios, más tosco que la mar pero a la vez poderoso con la muleta, y sobre todo, uno de los mejores estoqueadores de todos los tiempos.
Hoy, los programas de telebasura, para ser fieles a su morbosa tradición, volverán a hablar de dimes y diretes extrataurinos del torero gaditano, de testamentos, malos rollos familiares, carteles malditos y restante bazofia televisiva que a los aficionados a los toros nada nos interesa.
Como somos unos cuantos a quienes las imágenes y escritos de la trágica tarde de Pozoblanco ya nos resultan cansinos, hoy, en este humilde blog, rendiremos tributo a un mito a través de uno de sus mayores triunfos en Las Ventas.
Así cuentan en la biografía de "Paquirri, nacido para morir" aquella tarde isidril del año 1979:
《Sucedió en Madrid, el jueves 24 de mayo, durante la feria de San Isidro de 1979. En la Venta del Batán destacaba por su trapío una corrida de Torrestrella. Paquirri, el Viti y Palomo Linares están anunciados para matarla. [...]
Irrumpe Buenasuerte. Veleto, negro bragado, listón y girón, con 533 kilos, y se desata la pasión. Su trapío llena la plaza, que prorrumpe en aplausos. Paquirri lo recibe en el tercio con buenos lances, pero en uno echa el paso atrás. Cierra con una media emocionante. Han cambiado y Rafael Muñoz llega a los terrenos del 9. Paquirri se vuelve a él: "No le des mucho. Lo quiero entero." Buenasuerte va tres veces al caballo. Rafael obecede al maestro y mide el castigo. El segundo tercio se cubre velozmente. Paquirri advierte un inicial gazapeo, pero su preocupación se desvanece cuando comprueba su embestida certera en banderillas. El torero inicia la faena doblándose por bajo. Aún no se ha hecho con el toro, que embiste con la cara alta. Más que embestir, vuela. En los tres redondos que siguen, Paquirri no se centra y escucha una voz: "El palillo por debajo de la pala". Y Paquirri se cruza con el toro. Sólo la fuerza sumada al conocimiento, la concentración y la afición del toreo empujan al hombre hacia ese paso adelante que le coloca en el sitio para dejarse envolver por el toro, como un tornado que el torero atrae hacia sí, lo acompaña con el quiebro cadencioso de la cintura y lo vacía con displicente desmayo en tres redondos rematados con la gallardía del pase de pecho obligado, que devuelve la tormenta al lugar donde vino. Jamás la geometría del toreo, síntesis simbólica del combate, se ha trazado sobre líneas tan vibrantes, sobre un temblor tan hondo. Los "oles" jalean desgarrados, traspasados por la belleza del toreo, y la plaza parece el espacio sonoro donde se escucha la galerna. El toro no va claro por el izquierdo, pero Paquirri se juega definitivamente el ser o no ser con dos naturales imposibles y uno de pecho tan largo como un río.
La suerte de matar, ejecutada otra vez al volapié, con el torero cruzándose en la embestida alta del toro, que no espera y responde al pase de pecho dado, pero no visto por el diestro, quien con la mirada fija en la cruz hunde clamorosamente su estoque y libera la tensión estética del toreo, que es la belleza burladora de la muerte, y la transforma en pasión colectiva por el triunfo del hombre. Ya no hay discusión. Ni siquiera el presidente escudriña pañuelos. Saca el suyo por dos veces, inmediatamente. Arrastran al toro y el público pide que le den la vuelta al ruedo. El Viti en ese momento abandona el ruedo y hace asentidos gestos de que, en efecto, el toro la merece. Ya es de noche. Los focos de la plaza refulgen sobre las lentejuelas del vestido de Paquirri quien, aupado a hombros, recorre el anillo. La ovación dedicada al toro empalma y se acrecenta para despedir al torero que sale por la puerta grande.》
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