Ser aficionado a los toros conlleva muchas cosas. Buenas y malas. Una tarde de toros puede dar para muchas alegrías, ocasionadas porque salga uno o varios toros de categoría, un sublime tercio de banderillas o de varas, buenos muletazos o excelentes estocadas. También puede dar para unos cuantos cabreos cuando los toros se caen y/o salen aborregados, cuando los coletas de turno toquen la moral de uno intentando engañarlo, o cuando la corrida es simplemente insoportable, algo que por desgracia pasa con cierta asiduidad.
Yo lo tengo claro, lo mejor de ser aficionado a los toros, por encima de ser testigo de grandes faenas y corridas, son las amistades que se van hilvanando a través de la Fiesta. Se empieza por compartir opiniones a la salida de la plaza cada tarde, y se termina por acabar de cena con las novias, o una simple quedada en una fría tarde invernal, cuando no hay toros en España y no hay motivo aparente para verse.
Hace unos días tuve uno de esos encuentros con un buen amigo al que no veía desde que acabó la temporada taurina en la capital del Reino. Hablar de toros con una persona como esta, entrada en años ya y con no poca experiencia en esto de los toros, se convierte en toda una aventura en la que se comparten numerosas vivencias, anécdotas y conocimientos de muy difícil olvido. Son, en definitiva, encuentros cargados de positivismo, pues hasta de los encontronazos que se tienen se aprenden cosas que, de haber estado solo, muy difícilmente hubiera llegado a sacar en claro (aunque reconozco que es duro asumir que el Fundi tiene lo mismo de maestro que Fernando Torres de mejor jugador español de todos los tiempos).
¿Que a qué viene toda esta chapa ahora? Pues viene porque una de esas anécdotas que escuché con tanto agrado, me sirvió para resolver un misterio que llevaba arrastrando desde hace tiempo, y que supongo que muchos de los que hayan visto Tarde de Toros, también.
Tarde de Toros es una película de culto para los aficionados a los toros, donde se juntan dos de los grandes maestros de todos los tiempos junto con un torero de menos renombre pero que, a juzgar por lo visto en la cinta, no toreaba nada mal. Juntando varias situaciones paralelas en torno a la corrida, sale a relucir la figura del joven maletilla deseoso de una oportunidad que le ayude a abrirse camino, y acaba por tirarse de espontáneo en el segundo toro para conseguir llamar la atención de todos, en especial la del empresario de la plaza, quien ningunea al chico cuando este, antes de comenzar el festejo, acude a su encuentro para pedir una oportunidad.
Al final, el joven maletilla resulta corneado y fallece en la enfermería de la plaza.
¿Quién fue el intérprete de este espontáneo en las escenas delante del toro? Este fue el misterio que tanta curiosidad me inspiraba, y cuanto más veces veía la escena y palpaba lo bien que el personaje de marras toreaba, más deseoso estaba de descubrirlo. Y fue este buen amigo mío, cuyo padre estuvo presente en el rodaje de Tarde de Toros, quien me ha destapado el misterio. Y la historia tiene mucha miga: resulta que ese maletilla fue interpretado por otro maletilla de Cuatro Caminos, a cambio de un importante aguinaldo y seguramente una oportunidad de torear una novillada en Las Ventas. El ofrecimiento llevaba aparejado una condición tan dura como obvia: la voltereta debía suceder.
Pero la cosa no fue tan fácil, y no precisamente porque el muchacho no pusiera de su parte. El toro, perteneciente al mítico hierro de don Antonio Pérez - Tabernero, resultó ser tan noble y bondadoso (tonto y sin frenos, como al renombrado ganadero gustaba calificar a sus toros) que la exigencia del guion se hacía esperar. Y el chico toreaba y toreaba, divinamente por cierto (y de ello somos testigos a través del celuloide), y el animal pasaba y pasaba y no había cogida, ante el regocijo y disfrute del público, quien estaba disfrutando de buen toreo;, la desesperación de quienes grababan, y las voces del maestro Domingo Ortega que aconsejaban arrimarse más al toro. Al final, el golpe llegó, aunque por suerte el chaval salió ileso del trance. De lo que pasó el día que el chico de Cuatro Caminos tuvo la oportunidad de hacer el paseíllo en Madrid y tomar parte en un festejo real, no tenemos constancia, pero nos suponemos que el muchacho no llegó muy lejos en el toreo, como la inmensa mayoría de los maletillas. Al menos, puede quedar satisfecho de que aún, sesenta años después de aquello, queda constancia de su logro, y además, aun siendo un simple maletilla de la época, es capaz de tirar por tierra todas esas paparruchas de que en el siglo XXI se torea mejor que nunca.
Son estas anécdotas curiosas y que gusta de saber, y que no sería posible saberlas sin los conocimientos y los buenos recuerdos de los grandes aficionados que todavía quedan en nuestra maltratada Fiesta. Por ello, no puedo más que mostrar todo mi afecto y enorme respeto a estos aficionados tan necesarios y ante los cuales los jóvenes no podemos hacer otra cosa que no sea poner el oído y escucharles atentamente. Vaya para ellos esta entrada como mi humilde homenaje a ellos, que sí vieron grandes maestros de la Tauromaquia y tuvieron la gran suerte de poder idolatrarlos.
Luis Cordón: como me siento, aunque joven aún desde mis muchos años, incluída en ese grupo de aficionados del que hablas, te agradezco mucho la preciosa entrada, te ha quedado de cine y nunca mejor dicho, y que me ha emocionado de verdad al leerla.
ResponderEliminarEs muy importante lo que dices, múchísimo, así aprendimos los de mi generación y yo sigo practicando lo que cuentas hasta hoy día, el ego repipi de los aficionados de tu edad en estos momentos me saca de quicio y veo mucho peligro en ello.
La condesa de Estraza
Luis:
ResponderEliminarUn abrazo muy grande, como tú, que ya es bastante. Pero te digo un cosa, no hagas caso de todo lo que te dicen esos aficionados con algunos años en el zurrón, puede que chocheen. Fíate de tu mismo, escucha, que lo haces muy bien y a menudo, pero tú eres el que mejor sabe lo que ves.
Un abrazo de nuevo. Y no digo más, porque uno tiene una imagen, como diría mi buen Marín y no me voy a poner aquí a emocionarme en público, así que lo haré en privado. De golpe has llevado a tu escrito al de la charla y a su padre, así, dos pájaros de un tiro.
Enrique, bendito el chocheo de algunos. Con lo que se aprende de esos, es más fácil fijarse en más cosas y verlo más real, ya sean buenas o malas.
EliminarUn abrazo.
Estimada señora condesa, ante todo gracias por la oportunidad que me brinda con su comentario de poder charlar con usted. Asimismo, le agradezco también sus buenas palabras para con este escrito, y le transmito la alegría que me produce que le haya causado tanto agrado.
ResponderEliminarPor otra parte, da la casualidad de que ese tema al que usted hace referencia sobre los aficionados de mi generación, también es un tema que salió a relucir en mi careo con este buen amigo mío; y él, es de su misma opinión en que hoy en día hay muchos aficionados jóvenes que se creen que lo saben todo. Y estoy de acuerdo, hay quienes no se les puede ni toser, pero bien es verdad que yo tengo amistad con otros cuantos jóvenes que saben una barbaridad de toros y da gusto escucharlos, y lo mejor de todo es que ellos también saben escuchar. En cualquier caso, esto será equivalente a eso de "todo debe haber en la viña del Señor".
Un saludo afectuoso, y gracias de nuevo.
Luis: tutéame.
ResponderEliminar1 - en primer lugar anoche me dió por generalizar y eso no esá bien. No todos los aficionados jóvenes van de listos, como es lógico, sé de chicos a los que sigo, incluso alguno del grupo de los que siguieron las indicaciones de los elementos que pusieron precio a mi cabeza de esos elementos que se sientan muy cerca de ti -ya sabes que carezco de prejuicios- a los que considero buenos aficionados, que serán grandes en cuanto le vayan cayendo los años y vean más.
2 - fíjate como serían las cosas antes cuando la gente de mi edad nos formábamos como aficionados oyendo a los mayores con la boca abierta y sin atrevernos a meter baza, mi querido amigo, que yo, y muchos como yo, vimos la famosa faena de Antoñete al toro Atrevido por televisión en directo, yo concretamente en un bar de Santander donde entonces vivía, el Farol Azul se llamaba, en la calle Vargas, y de esa faena jamás se me ha autorizado a hablar, ni atreverme siquiera, porque por aquellos años no contaban la opinión de aquellos que habíamos vito un festejo por la tele, fuéramos chicos o grandes o el mismísimo que inventó el toeo.
Por contra, hoy llega un televidente del lugar más recóndito que te puedas imaginar y le da sopas con honda al más "pintao" que tenga la culera del vaquero lavada a la piedra del granito venteño.
Sigue acudiendo a la plazas y frecuenta a aficionados mayores cuanto más ancianos, mejor, y bréalos a preguntas, es mi consejo porque en gente joven como tú tenemos puesta nuestra y confianza y cuando os vemos en Las Ventas soportando lo que soportamos nos entra como un brote de esperanza muy de agradecer.
Encantada, guapo, y perdona si he metido en la chapa algún gazapo pues ando con prisas y va del tirón.
La condesa de Estraza
Sra. condesa, en la muchas de las ocasiones, y en todos los ámbitos (no solo en el taurino), los que más hablan son los que más deberían cerrar el pico. Esto es como usted bien apunta: ver y ver y ver, y después de ver, escuchar; y a partir de ahí, como bien dice el bueno de Enrique Martín en su comentario de más arriba, que cada uno se fíe únicamente de sí mismo. De los mayores (y no todos obviamente, porque hay muchos que van de aficionados pero son de esos que solo van a la plaza cuando van los figurines o cuando torea el chico de su pueblo) solo nos queda a los aficionados jóvenes aprender de sus conocimientos y su buen entender. Por lo menos, yo intento hacerlo, aunque cuanto más cosas me cuentan, más sensación me queda de no tener ni idea de esto.
ResponderEliminarEl placer es mío, un saludo muy afectuoso.