Y es que todo aquello cuanto aconteció fue vulgar, tanto por parte de los seis cárdenos como por la de aquellos caballeros que vistieron de luces. Aquel que postulaba a ser cartel más interesante de toda esta feria acabó haciendo aguas, y prácticamente desde el primer momento. De la corrida de La Quinta se esperaba mucho más. Se esperaba poder, bravura en el caballo, casta y complicaciones; pero todo eso se echó en falta durante toda la tarde. Los seis toros de La Quinta, bonitos y muy en tipo, salieron sosos, blandos y pastueños. En el caballo no se les castigó en exceso, apenas se emplearon y algunos hasta llegaron a defenderse con mal estilo; en la muleta, fueron un derroche de sosería. Fue una corrida de toros toreables sin más, a la que le faltó romper, noblota e iritantemente descastada. Seis toros de embestida simplona y juego vulgar, a los que todo lo que se le realizó derrochó las mismas trazas de vulgaridad.
Todo, o casi todo... Porque por momentos, Uceda Leal borró esa vulgaridad de un plumazo y con algunos detalles muy pintureros. Detalles sueltos de toreo eterno. Demasiado sueltos. Su aroma a torero clásico, algún que otro muletazo y una buena ejecución del volapié. En eso consistió su faena al cuarto, y por eso le llegaron a dar una oreja de lo más barata. Toda esa esencia, esa torería añeja, esos pases de la firma y esos pocos muletazos no hicieron en conjunto como para una oreja, y menos aún con el colofón de una estocada desprendida, por muy buena que fuera la ejecución de la suerte.
A diferencia de Uceda Leal, no lograron hacer olvidar esa vulgaridad ni Daniel Luque ni Emilio de Justo. No es que no lo lograran, sino que fueron cómplices y hasta cooperadores necesarios. Daniel Luque va ya a por los veinte años de alternativa, que se dice pronto. Veinte años de alternativa y prácticamente todos ellos ahí arriba, codeándose con las figuras, echando números de figura y con una publicidad propia de figura. Se venden grandes logros de este torero por ahí fuera, se vende un toreo primoroso y de gran técnica... Pero es llegar a Madrid y ante su afición, y no deja de ser un torero vulgarote, pegapases y aburrido que es incapaz de decir gran cosa. Este ha sido el Daniel Luque de los últimos veinte años, y el de esta tarde no ha sido diferente: dos faenas a sendos toros que se dejaron, calcadas la una de la otra, largas, y totalmente vacías de contenido. Tuvo material como para haber estado algo más que decoroso, pero... ¿Es que se le atraganta Madrid, o es que realmente este torero no da más de sí? Después de veinte años de lo mismo...
Emilio de Justo también tuvo un lote como para haber estado mucho mejor de lo que estuvo. Y, lejos de estarlo, echó una tarde para olvidar. Le faltó ese paso adelante, un paso adelante de por lo menos veinte kilómetros de longitud. A este torero también le sobra la elegancia y las buenas maneras, pero se embarulla en los medio muletazos, en la falta de quietud, en la falta de confianza para aguantar clavado en la arena con el fin de llevar el muletazo hasta el final... Su lote no se comió a nadie, pero anduvo desconfiado, perdido. Sin saber ni querer meterle mano. Ambos, Luque y de Justo, se contagiaron de la sosería de sus toros y acabaron acusando el mismo pecado.
La vulgaridad de los toros y las dos terceras partes de la terna, fue guía de un verdadero fiasco. Uceda Leal, con sus cosas, fue ese "de todas las tardes de toros se puede rescatar algo". Aunque ese algo no haya sido para el premio que se llevó. Pero a estas horas, eso ya es lo de menos.
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