Petardazo grandioso del señor don Adolfo Martín Escudero, ganadero de reses bravas (se supone), como colofón a esta feria de Otoño. ¿Petardo de Adolfo Martín? ¿En Madrid? ¿Y en Otoño además? Nooooooo, ¡¡no puede ser, debe de haber un error!!
¿Hasta cuándo tendremos que aguantar las cuchufletas de este señor cada vez que lidia una corrida en Madrid? Y por supuesto, ¿hasta cuándo tendremos que seguir aguantando a su séquito de palmeros (que también los tiene) poner excusas de todo tipo, formas y colores sobre el lamentable juego de estos pseudoalbaserradas? ¿Que se merienda bien en casa de este señor, o cómo va el tema? ¡¡La Virgen Santa!!
La de hoy, una más de tantas de Adolfo, y que hacen la excepción de la norma a la corrida de hace cuatro meses en esta plaza: una colección de torillos chicos, mal hechos, feos, sin remate... Y lo que es peor, de un comportamiento que, a su lado, los berrendos de Florito parecen bravos. Lo suyo hubiera sido dejarlos en Los Alhijares, castrarlos y venderlos como bestias de tiro para las carretas de El Rocío. O para tirar del arado. O para el manejo de ganado bravo, pero bravo de verdad. Y a lo mejor, ni tan siquiera hubiera hecho falta castrarlos. ¿Para qué? Hubiera sido perder tiempo y fuerzas.
Solo hubo uno, uno solo, que sacó una condición que mereciera un poquito más acorde de llamarse "ganado de lidia". El 4.º de la tarde fue, y aunque no fue tampoco una cosa sobrenatural de casta, temperamento y bravura, al lado de sus otros cinco hermanos se pareció y todo, sin ir más lejos, a aquel mítico Madroñito que lidiara en esta misma plaza, hace años ya, Fernando Robleño. No se empleó en varas, se le alivió en el primer puyazo y se le apretó más en el segundo, ambos inferidos en mal sitio, sea dicho de paso; y llegó a la muleta con una nobleza exquisita y queriendo tomar los engaños por abajo. Vamos, que casi pareció más un juanpedro cárdeno que otra cosa. O uno de esos saltillos del otro lado del charco que hacen suspirar a los figurones mientras se les dibuja un corazoncito en cada pupila. Y para uno que sale medianamente bueno, no va el espada de turno y se lo deja sin torear... El susodicho fue ese fino, pinturero y artistísimo Curro Díaz, y con mucha finura, pinturería y jarte, lo mandó al desolladero sin sacarle el más mínimo provecho. Lo sacó al tercio con unos pases de tanteo, entre los cuales fue jaleado un natural de los que solamente salen en los carteles de toros, y en esos terrenos pasó al toro por el lado derecho, dándole muy poco sitio y sin demasiadas apreturas, ante lo cual el toro se quedaba corto. El pitón del toro era claramente el zurdo, y Curro se echó la muleta a esa mano sin más dilación para dibujar algunos naturales metiendo mucho pico y sin acoplarse a la franca embestida. Le sucedieron más naturales en los que pareció que se iba imponiendo con más autoridad el torero al toro, llevándolo más largo y despacioso. La tercera serie de naturales era la clave, la que iba a determinar si la cosa iba a tomar vuelo por fin, o si por el contrario todo se iba a desmoronar. Ocurrió lo segundo, el toro seguía embistiendo con dulzura y a Curro le iban lloviendo como churros los enganches, por lo que a la cuarta serie de naturales, ya con el toro más apagado, no consiguió obtener más limpieza, ni tampoco más ajuste. Y hasta aquí el quehacer de Curro Díaz, rubricado por un pinchazo y una estocada defectuosa.
No dio la corrida para nada más. López Chaves se dio de bruces con un tetrapléjico que salió en 2.º lugar, y con el que hizo las veces de enfermero, quedando muy por encima del bichejo y cumpliendo la papeleta con dignidad. En Madrid no se triunfa de esa manera (a no ser que uno se llame Enrique Ponce o Julián López Escobar, y tenga la plaza poblada de incondicionales), pero al menos hace que se gane el respeto y la valoración positiva de los parroquianos. Y tal fue el caso. También se lo ganó, y además la ovación que se llevó así lo demostró, parando al 5.º de salida. El buey (llamarlo toro es un insulto) de salida no pasaba del umbral de la puerta de toriles, y si se movía era para darse la vuelta y volver a la oscuridad. Después de proceder de esta manera en varias ocasiones, y con el matador apostillado en los terrenos cercanos a la puerta de toriles, el toro se arrancó como una bala a por el bulto que lo llamaba, el cual trataba con demasiados apuros de fijarlo en el capote. Cuando se vio prácticamente Lopez Chaves acorralado en tablas, se dio la vuelta y, andando hacia atrás, se llevó al toro hasta la misma boca de riego para dejarlo allí parado. No dio para más su actuación, el toro abandonó el ruedo arrastrado por el tiro de mulillas dando las mismas sensaciones que cuando salió: oveja vieja que no tenía ni uno. Y López Chaves inédito.
Manuel Escribano cerró cartel, y lo hizo sin pena ni gloria ante otros dos cabestros cárdenos que no tenían la más mínima gota de temperamento corriendo por sus venas. Se fue a portagayola en ambos turnos, siendo arrollado por el 3.º aunque afortunadamente sin consecuencias; banderilleó con dificultad a este mismo toro, dejando cuatro palos en cuatro entradas como buenamente pudo; de la misma manera que este mismo toro le puso en aprietos durante la faena de muleta, pues no era lo que se dice para florituras, pero quiso tratarlo como si lo fuera. También banderilleó al 6.º, de manera vulgar, pero valiéndose de un par al violín haciendo un quiebro para arrancar algunas palmas. Ninguna palma arrancó cuando, muleta en mano, se plantó delante de ese buey para proponer su faena, pero para entonces la afición, aburrida y hastiada de tanta bazofia, ya pedía la hora y solamente miraba hacia la puerta de salida. De puntillas pasó Escribano durante toda la tarde, si bien saludó una calurosa ovación tras romperse el paseíllo, en recuerdo a aquella fuerte cornada que le infirió un toro de Adolfo Martin en San Isidro. Una ovación que, precisamente, se inició en ese tendido de terroristas, asesinos, borrokas, ce de erres y genocidas que, con sus pitos, provocaron claramente aquella infortunada cornada. El resto de la plaza, sensible y muy respetuosa con todos los toreros, no parecía acordarse.
Y para no acordarse es la tarde que se ha vivido en Madrid el día de autos. Una tarde de las que echan a patadas de la plaza al más aficionado a esto.
domingo, 6 de octubre de 2019
QUINTA DE OTOÑO: ENCERRONA DE LIDIAS COMPLETAS Y DESTOREO AMANERADO
Se llevaron en hombros de manera triunfal (y triunfalista, sea dicho de paso) a Antonio Ferrera. Dos horas y media después de hacer el paseíllo en solitario y entre grandes ovaciones. Dos orejas fue su balance numérico, y que en verdad podrían haber sido más si la espada hubiera entrado a la primera en momentos puntuales. Pero la Tauromaquia es mucho más allá que cortar una, dos, cuatro o veinte orejas, o no cortar ninguna. Y también, es mucho más que andar pegando derechazos y naturales a diestro y siniestro, como si solamente eso fuera torear. No, el toreo va mucho más allá de esos moldes modernos basados en la faena de muleta como único sentido de una corrida de toros, y de dejar fuera de todo lugar el resto de la lidia. Y en su día grande en Madrid, Antonio Ferrera ha demostrado estar completamente de acuerdo con que la lidia no es solamente torear de muleta. Verdaderamente ha sido delicioso contemplar a lo largo de los seis toros que ha lidiado en solitario cómo ha cuidado la lidia de principio a fin, de cómo ha movido el capote para fijar a los toros en él, de cómo se ha preocupado en dejar a los toros colocados en suerte para entrar al caballo, de cómo ha entrado en quites en todos los turnos y ha mostrado una variedad de suertes como hacía tiempo que nadie mostraba. En resumidas cuentas, que como lidiador ha dado una tarde espectacular, muy entregado de principio a fin y metido en el festejo desde el primer momento.
Pero ahora bien, si Ferrera ha demostrado a lo largo de sus seis toros tener en la cabeza un concepto de lo que es la lidia muy a la antigua (como tanto gusta a los aficionados) también ha demostrado quién es el Antonio Ferrera verdadero cuando agarra la muleta y comienza a torear por derechazos y naturales. O mejor dicho, cuando hace el conato de torear: un amaneradísimo ventajista que de torear, lo que se dice torear... Pues muy pero que muy flojito. Demasiado flojito, plasticidad aparte.
Antonio Ferrera se plantó esta tarde en Madrid para matar seis toros de distintas ganaderías con una actitud irreprochable, muy preparado de repertorio y psicológicamente para hacer frente a tan dura tarde. Como lidiador lo bordó, pero con la muleta hizo el mismo numerito de postureo que acostumbra. Abrió tarde con un toro de Alcurrucén con el que se dobló en el recibo capotero para fijarlo, aunque no terminó de conseguirlo. Lo llevó al caballo con aires antiguos, siempre por abajo y alargando los brazos. No fue fácil hacer que el toro entrara al caballo, en la primera vara fue a regañadientes y, tras un quite por chicuelinas de manos bajas, Ferrera tomó la decisión de mover al caballo de picar hasta los terrenos del tendido 5, donde el toro se hizo menos el remolón para acudir. Hizo pelea, si se le puede llamar así, de manso declarado, y en banderillas siguió alimentando esa condición esperando a los banderilleros, quedándose a media arrancada, y haciendo hilo. Con cuatro banderillas arriba se cambió el tercio, y el matador se fue a por él nada menos que a los medios. Allí lo probó por el lado derecho, pero después optó por cerrarlo más hacia el tercio. Ni en un sitio ni en otro, al toro le faltaba casta por todos sitio y Ferrera, tras sufrir una colada al segundo muletazos que dio con la zurda, lo lidió sobre las piernas y se lo quitó de encima más pronto que tarde.
El segundo llevó el hierro de Parladé, quien recibió un castigo bien inferido por Manuel Cid. Un quite por verónica regulares cerrado con una buena media de perfil que por sí sola dejó al toro en suerte para la segunda vara, de la cual se le sacó con otro vistoso quite por dos largas cambiadas y dos chicuelinas, fue el balance capotero ante este toro. José Antonio Carretero dejó un buen par de banderillas. Quizás perdió Antonio Ferrera una oreja de este pastueño ejemplar por el mal uso que hizo de la espada. Ferrera le dio fiesta, su particular fiesta muletera, pasándolo por ambos pitones abusando del pico en exceso y echándole hacia fuera en todos y cada uno de los muletazos. Eso sí, elegancia a espuertas. Medios pases aliviándose, pero pegados con claze. Que eso del desmayo entra por los ojos mucho más mucho más que una serie de naturales por abajo, largos y tirando del toro.
El tercero llevó en hierro de Adolfo Martín, que de salida miraba mucho por encima de los tableros, como dando a entender que tenía las intenciones necesarias para hacer una visita al callejón, aunque finalmente no hiciera amago de ello. Ferrera le echó el capote abajo y, andando hacia atrás, se lo sacó fuera y consiguió pararlo. Se le dejó en suerte en ambas entradas, la segunda con una revolera muy bonita tras quitarlo de la primera vara bregando a la antigua, y en ambos encuentros se defendió el albaserrada cuando sintió el hierro de la puya quemarle el pellejo, lo cual se hizo en buen sitio por el picador Antonio Prieto, que fue ovacionado. Antes de que los rehileteros se dispusieran a entrar a clavarle los palos, salió por sorpresa el subalterno Raúl Ramírez, vestido de gris plomo y azabache, para ejecutar el salto a la garrocha. Costó, pues el de Adolfo estaba muy reservón, tardó a la hora de arrancarse y parándose a media arrancada. Pero Raúl Ramírez tiró de coraje y pudo ejecutar la suerte con limpieza tras un primer intento fallido. Difícil se lo puso el de Adolfo a quien saltó a la garrocha, pero no menos a quienes entraban en turno de banderillearle. Pero ahí andaba en gran Fernando Sánchez para colocarle un par de banderillas simplemente emocionante, pues el toro le esperó hasta el último segundo, pero el banderillero aguantó, aguantó y aguantó y, finalmente, clavó en lo alto asomándose al balcón. Ovación de órdago. Se lo sacó el matador al tercio y, con la zurda, empieza a darle muletazos desde la M-30, hasta que el toro se le coló, y tuvo que rectificar y no ponerse tan fuera. En la segunda serie pareció que lo iba metiendo poco a poco en vereda, pero en la tercera el toro echó la persiana y Ferrera optó por machetearlo y terminar con él. Y a por el siguiente.
El cuarto fue de Victoriano del Río, con el cual intentó lucirse en un recibo capotero a pies juntos, pero pronto el toro optó por irse a explorar otros territorios. Dejó al toro al relance esta vez en ambos encuentros con el caballo, y el quite que se sacó de la manga fue por caleserinas muy vistosas. El de Victoriano sacó algunas arrancadas más que aprovechables que Ferrera se dejó ir tras una faena tan amanerada como las demás, y tan vacía de toreo como las que la precedieron y sucedieron. Series de medios muletazos por ambos pitones, dejando la muleta muy retrasada casi siempre a la hora de citar. Plasticidad, toda la del mundo, qué duda cabe. Y quizás sería por eso por lo que el público se volvió loco y, de no haber sido de nuevo por la espada, hubiera premiado con otra oreja la obra. Pero torear, si esto consiste en lo contrario a los medios muletazos, los cites fuera de cacho y los tirones hacia fuera... Pues como que nasti.
De Domingo Hernández fue el quinto, al que recibió con lances echando el paso atrás. Cumplió este toro en varas, entrando en quites Ferrera esta vez por orticinas. José Chacón se llevó una ovación más que merecida tras correr al toro a una sola mano casi de punta a punta de la plaza. Sirvió el garcigrande en el último tercio, de condición empalagosa y con mucho que torear. Ferrera siguió en su línea de primar lo preciosista por lo bueno de verdad, en una faena carente de acople y mando, pasando siempre al toro en una magna colección de medios pases aliviándose una barbaridad. Pareció que a la mayoría del personal le entraba por los ojos más el postureo ferrerista que otra cosa, pues a gran parte de la plaza le dio por jalear tanto destoreo preciosista. Para matar, sacó de la chistera la estocada recibiendo tras citar dando mucha distancia, y aunque la espada cayó algo trasera, la ejecución fue espectacular. Y cayó la primera oreja, que fue protestada por parte de la parroquia.
Con media puerta grande abierta y la gente con él a carta cabal, Ferrera se fue a portagayola para recibir al último de la tarde. De Victoriano del Río fue y, tras la portagayola, Ferrera intentó fijarlo cuando volvió a entrar en su jurisdicción el toro con una especie de serpentinas muy vistosas, intercaladas con un conato de toreo a la verónica. En el caballo no se empleó el toro, y los dos últimos quites de la tarde consistieron, tras la primera vara en una larga cambiada de rodillas; y tras la segunda en un buen ramillete de chicuelinas con el compás abierto y una gran media verónica. Fernando Sánchez volvió a colocar otro par de banderillas colosal, y en el polo opuesto José Manuel Montoliú firmó un petardo con los palos al clavar solamente una por cada de las dos pasadas que realizó. Con cuatro palos arriba y tras una bronca de la concurrencia al negarse Ferrera a poner banderillas él mismo, pidió el matador los palos para dejar colocado un buen par al quiebro, pegadito a tablas, que terminó de enloquecer a la plaza. Se palpaba en el ambiente que iba a haber lío. Ferrera comenzó la faena de rodillas y dejándose venir al toro de lejos. Una vez en pie, surgieron una vez más esas formas amaneradas tan ferreristas, los medios pases, los trallazos hacia fuera y, sobre todo, la falta de TOREO. Alguno remates tales que pases de pecho o pases de la firma sí llevaron el sello de la calidad, pero a la faena le faltó lo que le llevaba faltando al toreo de muleta de Ferrera toda la tarde: verdad, dominio, pureza... Y al final, tras una estocada corta y dos descabellos (para más inri) otra oreja al esportón, que podían haber sido dos si no llega a ser de nuevo por la espada. Suficiente para irse en volandas y convertir la tarde en triunfal. ¿O triunfalista?
Según se mire...
No hay duda de que Antonio Ferrera vino a encerrarse con seis toros en Madrid con una actitud impecable, una preparación óptima y un buen repertorio entrenado. En la lidia, actuación más que notable, pero en el toreo fundamental un cerapio del tamaño de un miura como los que van a correr por La Estafeta.
Pero ahora bien, si Ferrera ha demostrado a lo largo de sus seis toros tener en la cabeza un concepto de lo que es la lidia muy a la antigua (como tanto gusta a los aficionados) también ha demostrado quién es el Antonio Ferrera verdadero cuando agarra la muleta y comienza a torear por derechazos y naturales. O mejor dicho, cuando hace el conato de torear: un amaneradísimo ventajista que de torear, lo que se dice torear... Pues muy pero que muy flojito. Demasiado flojito, plasticidad aparte.
Antonio Ferrera se plantó esta tarde en Madrid para matar seis toros de distintas ganaderías con una actitud irreprochable, muy preparado de repertorio y psicológicamente para hacer frente a tan dura tarde. Como lidiador lo bordó, pero con la muleta hizo el mismo numerito de postureo que acostumbra. Abrió tarde con un toro de Alcurrucén con el que se dobló en el recibo capotero para fijarlo, aunque no terminó de conseguirlo. Lo llevó al caballo con aires antiguos, siempre por abajo y alargando los brazos. No fue fácil hacer que el toro entrara al caballo, en la primera vara fue a regañadientes y, tras un quite por chicuelinas de manos bajas, Ferrera tomó la decisión de mover al caballo de picar hasta los terrenos del tendido 5, donde el toro se hizo menos el remolón para acudir. Hizo pelea, si se le puede llamar así, de manso declarado, y en banderillas siguió alimentando esa condición esperando a los banderilleros, quedándose a media arrancada, y haciendo hilo. Con cuatro banderillas arriba se cambió el tercio, y el matador se fue a por él nada menos que a los medios. Allí lo probó por el lado derecho, pero después optó por cerrarlo más hacia el tercio. Ni en un sitio ni en otro, al toro le faltaba casta por todos sitio y Ferrera, tras sufrir una colada al segundo muletazos que dio con la zurda, lo lidió sobre las piernas y se lo quitó de encima más pronto que tarde.
El segundo llevó el hierro de Parladé, quien recibió un castigo bien inferido por Manuel Cid. Un quite por verónica regulares cerrado con una buena media de perfil que por sí sola dejó al toro en suerte para la segunda vara, de la cual se le sacó con otro vistoso quite por dos largas cambiadas y dos chicuelinas, fue el balance capotero ante este toro. José Antonio Carretero dejó un buen par de banderillas. Quizás perdió Antonio Ferrera una oreja de este pastueño ejemplar por el mal uso que hizo de la espada. Ferrera le dio fiesta, su particular fiesta muletera, pasándolo por ambos pitones abusando del pico en exceso y echándole hacia fuera en todos y cada uno de los muletazos. Eso sí, elegancia a espuertas. Medios pases aliviándose, pero pegados con claze. Que eso del desmayo entra por los ojos mucho más mucho más que una serie de naturales por abajo, largos y tirando del toro.
El tercero llevó en hierro de Adolfo Martín, que de salida miraba mucho por encima de los tableros, como dando a entender que tenía las intenciones necesarias para hacer una visita al callejón, aunque finalmente no hiciera amago de ello. Ferrera le echó el capote abajo y, andando hacia atrás, se lo sacó fuera y consiguió pararlo. Se le dejó en suerte en ambas entradas, la segunda con una revolera muy bonita tras quitarlo de la primera vara bregando a la antigua, y en ambos encuentros se defendió el albaserrada cuando sintió el hierro de la puya quemarle el pellejo, lo cual se hizo en buen sitio por el picador Antonio Prieto, que fue ovacionado. Antes de que los rehileteros se dispusieran a entrar a clavarle los palos, salió por sorpresa el subalterno Raúl Ramírez, vestido de gris plomo y azabache, para ejecutar el salto a la garrocha. Costó, pues el de Adolfo estaba muy reservón, tardó a la hora de arrancarse y parándose a media arrancada. Pero Raúl Ramírez tiró de coraje y pudo ejecutar la suerte con limpieza tras un primer intento fallido. Difícil se lo puso el de Adolfo a quien saltó a la garrocha, pero no menos a quienes entraban en turno de banderillearle. Pero ahí andaba en gran Fernando Sánchez para colocarle un par de banderillas simplemente emocionante, pues el toro le esperó hasta el último segundo, pero el banderillero aguantó, aguantó y aguantó y, finalmente, clavó en lo alto asomándose al balcón. Ovación de órdago. Se lo sacó el matador al tercio y, con la zurda, empieza a darle muletazos desde la M-30, hasta que el toro se le coló, y tuvo que rectificar y no ponerse tan fuera. En la segunda serie pareció que lo iba metiendo poco a poco en vereda, pero en la tercera el toro echó la persiana y Ferrera optó por machetearlo y terminar con él. Y a por el siguiente.
El cuarto fue de Victoriano del Río, con el cual intentó lucirse en un recibo capotero a pies juntos, pero pronto el toro optó por irse a explorar otros territorios. Dejó al toro al relance esta vez en ambos encuentros con el caballo, y el quite que se sacó de la manga fue por caleserinas muy vistosas. El de Victoriano sacó algunas arrancadas más que aprovechables que Ferrera se dejó ir tras una faena tan amanerada como las demás, y tan vacía de toreo como las que la precedieron y sucedieron. Series de medios muletazos por ambos pitones, dejando la muleta muy retrasada casi siempre a la hora de citar. Plasticidad, toda la del mundo, qué duda cabe. Y quizás sería por eso por lo que el público se volvió loco y, de no haber sido de nuevo por la espada, hubiera premiado con otra oreja la obra. Pero torear, si esto consiste en lo contrario a los medios muletazos, los cites fuera de cacho y los tirones hacia fuera... Pues como que nasti.
De Domingo Hernández fue el quinto, al que recibió con lances echando el paso atrás. Cumplió este toro en varas, entrando en quites Ferrera esta vez por orticinas. José Chacón se llevó una ovación más que merecida tras correr al toro a una sola mano casi de punta a punta de la plaza. Sirvió el garcigrande en el último tercio, de condición empalagosa y con mucho que torear. Ferrera siguió en su línea de primar lo preciosista por lo bueno de verdad, en una faena carente de acople y mando, pasando siempre al toro en una magna colección de medios pases aliviándose una barbaridad. Pareció que a la mayoría del personal le entraba por los ojos más el postureo ferrerista que otra cosa, pues a gran parte de la plaza le dio por jalear tanto destoreo preciosista. Para matar, sacó de la chistera la estocada recibiendo tras citar dando mucha distancia, y aunque la espada cayó algo trasera, la ejecución fue espectacular. Y cayó la primera oreja, que fue protestada por parte de la parroquia.
Con media puerta grande abierta y la gente con él a carta cabal, Ferrera se fue a portagayola para recibir al último de la tarde. De Victoriano del Río fue y, tras la portagayola, Ferrera intentó fijarlo cuando volvió a entrar en su jurisdicción el toro con una especie de serpentinas muy vistosas, intercaladas con un conato de toreo a la verónica. En el caballo no se empleó el toro, y los dos últimos quites de la tarde consistieron, tras la primera vara en una larga cambiada de rodillas; y tras la segunda en un buen ramillete de chicuelinas con el compás abierto y una gran media verónica. Fernando Sánchez volvió a colocar otro par de banderillas colosal, y en el polo opuesto José Manuel Montoliú firmó un petardo con los palos al clavar solamente una por cada de las dos pasadas que realizó. Con cuatro palos arriba y tras una bronca de la concurrencia al negarse Ferrera a poner banderillas él mismo, pidió el matador los palos para dejar colocado un buen par al quiebro, pegadito a tablas, que terminó de enloquecer a la plaza. Se palpaba en el ambiente que iba a haber lío. Ferrera comenzó la faena de rodillas y dejándose venir al toro de lejos. Una vez en pie, surgieron una vez más esas formas amaneradas tan ferreristas, los medios pases, los trallazos hacia fuera y, sobre todo, la falta de TOREO. Alguno remates tales que pases de pecho o pases de la firma sí llevaron el sello de la calidad, pero a la faena le faltó lo que le llevaba faltando al toreo de muleta de Ferrera toda la tarde: verdad, dominio, pureza... Y al final, tras una estocada corta y dos descabellos (para más inri) otra oreja al esportón, que podían haber sido dos si no llega a ser de nuevo por la espada. Suficiente para irse en volandas y convertir la tarde en triunfal. ¿O triunfalista?
Según se mire...
No hay duda de que Antonio Ferrera vino a encerrarse con seis toros en Madrid con una actitud impecable, una preparación óptima y un buen repertorio entrenado. En la lidia, actuación más que notable, pero en el toreo fundamental un cerapio del tamaño de un miura como los que van a correr por La Estafeta.
viernes, 4 de octubre de 2019
CUARTA DE OTOÑO: LO MEJOR ES HACER RESET, Y A DORMIR
Pues eso, que mejor irse a casita, cenar tranquilamente, e irse a dormir (o a acostar, según las preferencias de cada uno). Y mañana, al levantarse de la cama tras amanecer un nuevo día, como si no hubiera pasado nada. Como si nadie se hubiera comido uno de los peores encierros que se le recuerdan a Fuente Ymbro en esta plaza. Casi como si nadie hubiera vivido una tarde de toros que, según iba transcurriendo, iban aumentando proporcionalmente las ganas de colgarse de las rejas de la andanada...
¿Cabe decir algo más acerca de semejante asco de corrida? ¿Verdaderamente merece la pena analizar una por una a las cinco bestias de tiro de que se lidiaron con la G de Gallardo, y a aquella que salió como sobrero con el hierro de Manuel Blázquez? Y para qué, si está dicho todo. Corrida muy mal presentada y que destapó a todas luces las verdaderas pretensiones del ganadero: hacerse una limpia de cercados la mar de hermosa. Pues lo consiguió, triunfó en esa empresa y, además, cortando dos orejas y rabo. Pero si se habla de lo que ofrecieron en el ruedo, se diría que no han ofrecido posibilidades de nada. Nada de nada. En el ruedo al menos, en la cazuela ya se verá. Ni pelearon en los jacos, ni sacaron poderío, ni ganas de pelea durante la lidia, ni nada. Y de casta no hablamos. Uy, la casta... ¿Dónde habrá quedado eso esta tarde? Mejor dicho, dónde habrá quedado a lo largo de toda la feria, porque vaya lo que llevamos encima entre unos y otros, Señor.
Y sí, hubo toreros ahí enfrente. Dieciocho exactamente, si las cuentas no me fallan. Tres matadores, con la taleguilla bordada en oro; nueve subalternos, plata o azabache su bordado; y seis montados a caballo tocados de un castoreño, calzona, gregoriana y chaquetilla bordada en oro los seis. ¿Que si hubo lucimiento por su parte? Depende de por quién preguntemos, aunque en líneas generales, más que menos, la respuesta sería un NO gigantesco. Los seis señores esos del castoreño, la gregoriana, la vara y el caballo, mejor no referirse hacia ellos. Se podría caer en las descalificaciones, las injurias y todas esas cosas que dañan la reputación del que las infiere, y tampoco es el mejor plan. Solamente preguntar, si se puede claro, si tanto cuesta rectificar los marronazos. ¿TANTO?
Pero TOREROS, con mayúsculas y en letras doradas, solamente hubo uno. Pelillos a la mar, ha sido uno de los más grandes, si no el que más, de todo lo que llevamos de siglo XXI. Y esta tarde hizo el paseíllo en Madrid por última vez en su vida para decirle adiós a esta plaza, su plaza. La plaza donde mejores improntas de lo que es ha sido toreo ha dejado. Vino voluntarioso de agradar, aunque una cosa sea la voluntad y otra el acierto. Estuvo aliviado y sin querer demasiadas complicaciones toda la tarde, dejó algunos pasajes de buen toreo de capote ante el toro que abrió plaza... Y sobre todo, vivió una tarde emotiva en la que la afición que tanto le ha querido y le querrá por los restos le sacó a saludar no una, sino dos veces para romperse el paseíllo. La misma afición que, de manera unánime, le obligó a dar una vuelta al ruedo a la muerte de su último toro en Madrid, más por los múltiples recuerdos que la emoción hacían agolparse en la mente de cada uno que por lo estrictamente realizado en el ruedo. Sí, la afición que, al querer abandonar la plaza por su propio pie, le agarró por banda y le sacó en hombros de la plaza tras otra vuelta al ruedo clamorosa. Gloria a los toreros grandes, gloria a don Manuel Jesús Cid Salas. Ya habrá tiempo para dedicarle unas palabras más detenidamente, en otro marco que no sea el de la crónica de un petardo ganadero.
Acompañaron a la mejor zurda de los últimos veinte años Ginés Marín y Emilio de Justo, quienes tuvieron a bien de brindarle un toro cada uno. El primero, más joven espada de la terna, no hizo más méritos en el ruedo que los suficientes para decir que su lote fue imposible de meterle mano por cualquier parte, que se deshizo de ambos toretes sin excederse demasiado (lo que es de agradecer), y que otro día será. Emilio de Justo dejó algo más. Finos accesorios de toreo caro, tales que pases de pecho al hombro contrario como pocos ya se ven, o trincherazos bellísimos, ante el sobrero que salió en segundo lugar, de Manuel Blázquez (divisa gaditana perteneciente a la AGL, puro origen Cuvillo, así salió de bueno...). Pero todos esos detalles se diluyeron entre los medios pases, los cites perfileros, el pico y demás cosillas que Emilio de Justo sacó a relucir en lo fundamental. Hizo un esfuerzo y derroche de firmeza ante el quinto. Muy abanto de salida y ante la incapacidad de la cuadrilla por fijarlo en los capotes, se puso el mono de trabajo el matador y lo bregó él mismo impecablemente. Llegó incluso a llevarlo de punta a punta de la plaza (desde toriles, donde el toro ya se hacía en remolón antes incluso de anunciarse la salida de los picadores, hasta la puerta grande), valiéndose de una brega impecable. Ya con la muleta en la mano, tragó parones varios y miraditas que descomponen para al final, conseguir robarle muletazos por el lado derecho de muy buen corte, muy mandones, corriendo la mano hacia dentro y de mano baja. Demasiado para lo que hubo enfrente.
Al hacer de los matadores y de los picadores, añadir el buen manejo de capote por parte de Curro Robles, y los buenos pares de banderillas que colocó Lipi. Pero sobre todo, las ganas de que tan infame tarde vivida llegara a su fin. Ante este tipo de situaciones, lo mejor es resetear las neuronas e irse a dormir, que mañana será otro día.
Pero TOREROS, con mayúsculas y en letras doradas, solamente hubo uno. Pelillos a la mar, ha sido uno de los más grandes, si no el que más, de todo lo que llevamos de siglo XXI. Y esta tarde hizo el paseíllo en Madrid por última vez en su vida para decirle adiós a esta plaza, su plaza. La plaza donde mejores improntas de lo que es ha sido toreo ha dejado. Vino voluntarioso de agradar, aunque una cosa sea la voluntad y otra el acierto. Estuvo aliviado y sin querer demasiadas complicaciones toda la tarde, dejó algunos pasajes de buen toreo de capote ante el toro que abrió plaza... Y sobre todo, vivió una tarde emotiva en la que la afición que tanto le ha querido y le querrá por los restos le sacó a saludar no una, sino dos veces para romperse el paseíllo. La misma afición que, de manera unánime, le obligó a dar una vuelta al ruedo a la muerte de su último toro en Madrid, más por los múltiples recuerdos que la emoción hacían agolparse en la mente de cada uno que por lo estrictamente realizado en el ruedo. Sí, la afición que, al querer abandonar la plaza por su propio pie, le agarró por banda y le sacó en hombros de la plaza tras otra vuelta al ruedo clamorosa. Gloria a los toreros grandes, gloria a don Manuel Jesús Cid Salas. Ya habrá tiempo para dedicarle unas palabras más detenidamente, en otro marco que no sea el de la crónica de un petardo ganadero.
Acompañaron a la mejor zurda de los últimos veinte años Ginés Marín y Emilio de Justo, quienes tuvieron a bien de brindarle un toro cada uno. El primero, más joven espada de la terna, no hizo más méritos en el ruedo que los suficientes para decir que su lote fue imposible de meterle mano por cualquier parte, que se deshizo de ambos toretes sin excederse demasiado (lo que es de agradecer), y que otro día será. Emilio de Justo dejó algo más. Finos accesorios de toreo caro, tales que pases de pecho al hombro contrario como pocos ya se ven, o trincherazos bellísimos, ante el sobrero que salió en segundo lugar, de Manuel Blázquez (divisa gaditana perteneciente a la AGL, puro origen Cuvillo, así salió de bueno...). Pero todos esos detalles se diluyeron entre los medios pases, los cites perfileros, el pico y demás cosillas que Emilio de Justo sacó a relucir en lo fundamental. Hizo un esfuerzo y derroche de firmeza ante el quinto. Muy abanto de salida y ante la incapacidad de la cuadrilla por fijarlo en los capotes, se puso el mono de trabajo el matador y lo bregó él mismo impecablemente. Llegó incluso a llevarlo de punta a punta de la plaza (desde toriles, donde el toro ya se hacía en remolón antes incluso de anunciarse la salida de los picadores, hasta la puerta grande), valiéndose de una brega impecable. Ya con la muleta en la mano, tragó parones varios y miraditas que descomponen para al final, conseguir robarle muletazos por el lado derecho de muy buen corte, muy mandones, corriendo la mano hacia dentro y de mano baja. Demasiado para lo que hubo enfrente.
Al hacer de los matadores y de los picadores, añadir el buen manejo de capote por parte de Curro Robles, y los buenos pares de banderillas que colocó Lipi. Pero sobre todo, las ganas de que tan infame tarde vivida llegara a su fin. Ante este tipo de situaciones, lo mejor es resetear las neuronas e irse a dormir, que mañana será otro día.
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