Petardo de Adolfo Martín. Da igual cuando se diga, el comentario es reciclable y sirve para todas las ocasiones. Aquí somos fieles a las tradiciones, y si lo que hoy correspondía era la traca de Adolfo Martín, no se podía fallar a la cita. Como corderos llevados al matadero, o como benditos que caminan hacia la plaza en las tardes de lisardianos. Pues hoy lo mismo: benditos aposentándose en la dura piedra para ser testigos de otra agolfada infame. Otra más. ¿Cuántas llevamos? Cualquiera sabe, hace ya años que perdimos la cuenta.
Petardazo de Adolfo Martín en Madrid, y de los gordos. Petardo tras petardo. Traca tras traca. Mascletá tras mascletá... Cuando lidia Adolfo Martín en Madrid, más parecen esto las calles de Valencia en plenas Fallas, que otra cosa. No parece llegar el día en que se le dé a esta insufrible vacada el larguísimo descanso que merece. Es lo mismo de todos los años: corridas de hechuras y tipos muy variados, que van desde toros bien hechos y en tipo, hasta animaluchos que parecen no parecen saber qué es el pienso ni el pasto. Y en comportamiento, el denominador común es el que se lleva marcando durante los últimos 15 años: que Adolfo Martín es una vacada totalmente descastada, sin poder ni raza alguna para emplearse en el caballo ni tampoco en los capotes ni la muleta. Una ruina. ¿Hasta cuándo debemos seguir aguantando esta chacota? Basta ya de colar a Adolfo Martín como "ganadería predilecta de Madrid", solo por el mero hecho de descender del tronco Albaserrada. Esa monserga ya no funciona, en Madrid queremos TOROS. Sean del encaste que sean, pero TOROS. TOROS como los de Victorino ayer. TOROS como los de Fuente Ymbro hace días, o como los de La Quinta o El Torero, por citar las poquísimas ganaderías que han cumplido en esta calamitosa feria. TOROS, no conatos. Es ya hora de que a unas cuantas ganaderías se les dé un largo descanso de las ferias, y Adolfo Martín es una de ellas.
Ni sesenta de minutos de festejo habían transcurrido cuando se arrastró el tercer toro, y ese fue el hecho mas relevante en ese momento. Las tres babosas lidiadas en primer lugar no dieron lugar a lucimiento alguno por parte de los tres matadores. Con habilidad, aseo y brevedad cumplieron el trámite Antonio Ferrera, Manuel Escribano y José Garrido, inéditos en esos tres primeros toros. Tampoco cambiaron la tónica los tres que siguieron, pero algunas cosillas por parte de los matadores y, sobre todo, la lluvia que cayó, pareció entonar a los presentes. Llovió durante la lidia del cuarto, pero viendo la reacción de los que aguantaron en el tendido, parecía que llovía ginebra, más que agua. Ángel Otero y Víctor Manuel Martínez dejaron sendos pares de banderillas colosales a ese 4°, un inválido que hizo méritos más que sobrados para hacer asomar el pañuelo verde. No ocurrió, por desgracia, y lo que vino a continuación fue la clásica perfomance ferreriana. Larguísima faena, faena bajo la lluvia, de muletazos a media altura para que el pobre animalito no doblara, aderezados de esas contorsiones y ese amaneramiento. Hubo una serie, por el pitón izquierdo, que fue muy despaciosa y donde Ferrera tiro del toro hacia adentro. Buenos naturales aquellos, y si hubiera cortado en ese momento, quizás la faena hubiera sido interesante. Pero no, lo que siguió fue la parafernalia de arrojar el palo al suelo y continuar nuevamente las contorsiones y los trapazos. Así, hasta hacer sonar el aviso antes de entrar a matar. ¿Qué necesidad había? Pinchó, y eso posiblemente impidió que se solocitara el despojo.
Llovió también durante el 5°, otra babosa que se quedaba a medio viaje y le costaba arrancarse. Escribano anduvo como es Escribano: portagayola, tercio de banderillas espectacular, muy digno y aseado trasteo con el torete y hasta voltereta, afortunadamente sin consecuencias. Llegó a arrancarle algunos muletazos sueltos con mérito, a base de tragar. Pero tuvo un mal colofón: estocada trasera y desprendida. El Presidente, acertado al no conceder la oreja tras una estocada como tal. Se celebra y agradece el rigor que los presidentes están teniendo este año.
A José Garrido también le aplaudieron y jalearon mucho durante su trasteo al 6°. La lluvia, que era de ginebra... Pero su quehacer ante ese esmirriado torillo, noble y de embestida simplona, no tuvo gran cosa. Lo pasó con aseo y despegado por ambos pitones, arrebatado a veces el torero. Una faena larguita, correcta sin más, y culminada de un feo bajonazo. Otro día más en la oficina para este torero, que no parece demostrar en esta plaza, tras una década de alternativa, ese presunto "toreo artista" que se lleva pregonando desde su época de novillero.
Y donde esta el honor del ganadero
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