La corrida lidiada por Fuente Ymbro en este último festejo de abono puede tener varias lecturas. Que a nadie se le escapa que fue esta una corrida mansa, con la casta muy justa y tampoco muy sobrados de poder, a la que no se le picó prácticamente y apenas desarrolló dificultades en la muleta. Pero eso sí, se dejó torear y hubo ejemplares verdaderamente de triunfo por su nobleza, dulzura y manejabilidad. Entonces, se podría decir que si esta corrida hubiera llevado otro hierro que nos tuviera acostumbrados a petardos colosales y tardes tediosas año sí y año también, la corrida hubiera causado sorpresa y hasta cierto agrado, más que nada por aquello de "por lo menos se dejó torear, porque para lo que suele soltar por aquí y por otros sitios...". Lo malo del tema es que no, que lejos de pertenecer la ganadería a uno de esos hierros infumables que andan por Madrid año sí y año también sin razón, la corrida iba herrada a fuego con una G rodeada de una herradura y lucía divisa verde. O sea, Fuente Ymbro, ganadería que ha dado grandes tardes en esta plaza a base de casta y poderío de sus toros. Por lo tanto, una corrida tan sumamente flojita y toreable le deja a uno muy a medias tratándose de una ganadería de la que se espera mucho más.
Cinco fueron los ejemplares lidiados por Fuente Ymbro, pues hubo uno, el 6°, que volvió por donde salió por obra y gracia de los únicos bueyes que deberían pisar el ruedo de Las Ventas, los cabestros de Florencio Fernández Castillo. En su lugar salió un sobrero del Conde de Mayalde que no desentonó nada ni del juego habitual de esta ganadería, ni del juego que estaba dando la corrida: mansito, sin excesivo poder y muy pastueño, aunque bien es verdad que en varas recibió un puyazo que bien valía por lo que no se les dio a los otros cinco. Y es que aunque el toro no era una cosa loca de rezumar fuerzas por los cuatro costados, cuando el matador le presentó el capote para recibirlo de salida se frenaba y se le metía por dentro, por lo que hubo que apretarle en el caballo. Y fue esto seguramente por la cosa de este toro lleva toda la feria anunciado como sobrero, y tanto trajín en los corrales de pasarlo de un sitio a otro, ahora enchiquerarlo porque esta tarde está como sobrero, ahora sacarlo porque la corrida terminó y no hicieron falta sobreros, y vuelta a empezar un día tras otro, les pasa factura a los animales. De los cinco de Fuente Ymbro, complicado de veras fue el 1°, por su mansedumbre, poca fijeza y afán de huir de todo lo que se le ponía por delante. El resto, más que menos, fueron unos caramelitos. Iban y venían una y otra vez, metían bien la cara, embestían largos y no se cansaban. Eran, como solía decir un afamado ganadero de antaño, tontos y sin frenos.
Y ante tales regalos para los cinco sentidos, ¿a qué se dedicó la terna durante toda la tarde? A nada. A nada, salvo a pegar pases con una vulgaridad y una falta de alma que provocaron un tedio de enormes magnitudes durante las dos horas y media que se prolongó el festejo. En defensa de los tres espadas, podría argumentarse que durante la totalidad de la corrida soplaron rachas de viento que hicieron muy difícil el milagro de torear, y que ello llevó tanto a Morenito de Aranda, como a Pepe Moral y a José Garrido a no encontrarse del todo confiados ante la cara de los toros. Pero bien es cierto también que aunque Eolo hizo de las suyas, hubo otros momentos en que estuvo calmado, y ni por esas los toreros fueron capaces de asentarse y tirar de tan bondadosos ejemplares, que se fueron al desolladero sin torear uno a uno. Al menos, ya que el viento dificultó sobremanera los quehaceres de los matadores, cierto es que podrían haberlos dado muerte haciendo un uso decoroso de los aceros, pero he aquí otro gran lunar de la actuación de los tres matadores: la suerte suprema se desarrolló siempre entre pinchazos, bajonazos, golpes de verduguillo y cachetazos por parte de los peones, y ni tan siquiers hubo una sola estocada medianamente digna de ser mencionada en toda la bendita tarde. Ni tampoco un quite, ni una verónica, ni un detalle que rezumara la más mínima torería. Tan solo el banderillero Antonio Chacón puso un buen par de banderillas al 3° y movió el capote con muy buenas maneras ante el 6°, lo que le valió escuchar algunos aplausos sinceros.
El resto de la tarde, se diluyó en un desencanto provocado por la falta de casta de los gallardos, la vulgaridad de los espadas y la falta de contenido que ha imperado durante todo el festejo. Buena manera de finiquitar la feria.
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