Hoy no era un día cualquiera en la capital del Reino. No lo era no, hoy era un día especialmente grandioso, feliz y de jolgorio, pues en Las Ventas se iba a celebrar la Corrida Extraordinaria de la Beneficencia, uno de los eventos mas importantes en la temporada taurina madrileña. ¡¡Y cómo lucía la plaza!! Atestada de gente como hacía días que no se veía, engalanada con esas guirnaldas que colgaban de las localidades de barrera, y que seguramente Le Monsieur du le Bombo adquirió en el primer Todo a Cien que se encontró al salir de casa esta mañana. Qué bonitos también los tapices que colgaban de las barandillas de las andanadas, o mejor dicho los pseudotapices, pues me temo que no eran de otro material distinto al que se usa para fabricar las lonas con las que se tapa el remolque del tractor cuando va cargado de aceituna recién vareada. Y los toros luciendo unas divisas con esas monas tan espléndidas, y las banderillas que se reservan únicamente con motivo de este día tan señalado. Y tan importante fue el día de hoy, que hasta nuestro Rey, Felipe VI (aqDg, que se decía en los carteles taurinos de antaño) no quiso dejar de honrarnos con su presencia desde el Palco Real, también engalanado con motivo de la importante cita de hoy.
Y sí, tan importante fue la cita de hoy, que hasta un modesto servidor no quiso dejar de tomarse un gustazo especial por ser el día que era, y decidió dirigirse a la plaza con toda la parsimonia y la tranquilidad del mundo, a diferencia de lo que mandan sus germánicas cosumbres de bajar a la plaza casi al galope y apoyar sus posaderas en la dura piedra con, al menos, quince o veinte minutos de margen, para poder leer tranquilamente el programa de mano, disfrutar de la maña que gasta el calero pintando las rayas de picar y observar con gusto cómo se ocupan los tendidos de gente. Hoy tocaba tomarse lo de ir a los toros con tranquilidad y disfrutando enormemente del paseo, pues por un día también a uno le gusta hacer cosas extraordinarias. Oiga, que ya que la corrida de hoy es "extraordinaria", aunque sea vamos a hacer algo fuera de lo común y vamos a darle ese tinte por nuestra cuenta, ya que los taurinejos que (des)gobiernan a su antojo hoy día en esto de los toros, tuvieron a mal hace algunos años de quitar ese carácter "Extraordinario" y "Benéfico" que antaño sí que sucedía. Total, que tanta tranquilidad y tanto gustarse en el paseo diario camino a la plaza, que se me fue el santo al cielo y cuando me planté en la puerta para acceder al tendido, me encontré con la negativa del portero, pues el primer toro ya había salido. "Una pena. En fin, me entretendré echándole un ojo al programa". Y como me sobró tiempo antes de que el portero le diera visto bueno a mi acceso, me entretuve en contemplar las musarañas, llegando en estas a percatarme del urgentísimo brochazo que les hace falta a los pasillos de la plaza, así como el cambio de suelos, de rodapiés y arreglo de todas las humedades. Que ya podrían haberse preocupado más de estos menesteres que de cambiarle el hato de manera irrisoria al chulo de toriles. Pero aquí lo dicho: se desgobierna.
Así pues pasé al tendido mientras se arrastraba al primer toro, y no se me pasó por alto que este presentaba unas hechuras como para haber llevado ante el Defensor del Menor a quien se le ocurrió traerlo a Madrid para ser lidiado, por no hablar de los pitones del animalico, que lucían mas redondeados que el morro de un avión. "¿Será cosa de que abría cartel el Bombero-Torero y sus enanitos toreros?", me dio por pensar... Hasta me percaté de que, desde el tercio, saludaba una ovación un señor que lucía elegantes zahones, botas de montar y chaquetilla de corto color ocre, y se me apareció la realidad de la misma manera que Jesucristo a sus apóstoles. También pensábamos que, terminado este primer acto, iba a aparecerse en la plaza la seriedad, o al menos toda la seriedad que fuera posible dentro de que fue don Julián quien apareció por la tronera del burladero portando su gigante capote en las manos, junto a un torete de Cuvillo inválido perdido y aún más tontorrón si cabe, pues iba y venía sin maldad alguna y tragándose los cien mil muletazos que el matador le pegó. Don Julián le hizo su faena, a su manera siempre, sin apreturas, sin cargar la suerte, sin torear con la muleta plana. Y para rematar, el famoso julipié. Sí, la faena clásica de Don Julián, pero con un toque más, digamos, "artístico", pues tiene últimamente este torero la costumbre de ponerse con la figura más erguida y hacer las cosas más relajadas. ¿Se habrá cansado de retorcerse también? Si es por eso sería lógico, no podía ser bueno para las lumabres esas formas tan julianescas de destorear. La faena de Don Julián, en otra plaza, seguramente hubiera sido premiada con las orejas, el rabo, la pata, los entresijos y hasta la asadura. Eso, en el hipotético caso de que el virus de la indultitis no se hubiera propagado por los tendidos. Pero en Madrid, todas esas cosas se toman a mal, y el premio para el matador quedó en tímidas palmas al ser arrastrado el toro.
El tercer cuvi hizo aparecer en el ruedo algunas cosas que no son muy acostumbradas a ver en este hierro, tales como la incertidumbre, las dificultades y la exigencia. La casta, quizás, tuvo algo que ver. Y efectivamente hubo casta por parte de este toro, y como es lógico las dificultades aparecieron con ella. Ya desde su salida mostró sus cartas, pues el toro hizo cosas raras y el matador mandó a su peón pararlo, detalle desgracidamente ya perdido y que a lo mejor sería bueno utilizar con mayor frecuencia. Al toro le arrearon en varas y aun así no se vino abajo en ningún momento, puso las cosas difíciles a los banderilleros en el segundo tercio e hizo hilo hasta el final hasta el punto de pegarle al Pirri una cornada cuando ya estaba metido en el burladero. Urdiales no por ello se amedentró. Más bien al contrario, pues ya ha demostrado infinidad de veces que es un torero muy fino pero puede imponerse a la casta y torearla. Después de unos pases de tanteo, comenzó a darle fiesta al toro sobre la mano derecha, con una primera serie en la que ya dejó entrever sus muy puras maneras, pero resultando algo aceleradas. Con la segunda serie de derechazos comenzó la emoción en los tendidos, pues el toro empujaba con picante y emoción, y Urdiales fue capaz de templarlo, hilarlo en la muleta y llevarlo muy sometido hacia atrás con exquisito mando. Siguió sobre la mano derecha una serie más, no sin dejar de hacer el toreo, y se la echó a la izquierda. Le costó a Urdiales hacer entrar al toro por este pitón, pero finalmente consiguió pegarle algunos naturales con muchísima verdad. Poco más allá se extendió la faena, duró lo necesario y, tras cambiar la espada, Urdiales quiso cerrar la faena toreando por naturales de frente, quizás con más intención que acierto, aunque alguno sacó con mucho estilo, cerrando con detalles añejos que fueron de cartel. Lástima que la estocada hiciera guardia, pues perdió lo que a buen seguro hubiera sido una oreja de ley. Faena cargada de clasicismo, poderío, sabor añejo y muy finas maneras, y ante un toro de Cuvillo que tuvo mucha importancia.
Fue al arrastre de este tercero cuando la vejiga me dio un serio aviso de que necesitaba espacio libre, por lo que tuve que hacerle caso y abandonar mi querido abono para visitar los lavabos. Y ciertamente, no sé si porque la faena de Urdiales me dejó más embelesado de la cuenta, o porque en esta tarde me he tomado la libertad de hacer las cosas con muuuuuucha calma, o vaya usté a saber por qué, pero cuando quise regresar al tendido me encontré con una nueva negativa del señor de la puerta, y me quedé con las... ¿Ganas? de ver la lidia del cuarto. Cuando entré volví a percatarme de un nuevo ejemplar que, siendo arrastrado por los mulilleros, mostraba con claridad otros dos pitones muy redonditos, y hechuras que le hubieran dado más trabajo todavía al Defensor del Menor. Y también, al mismo señor de antes con los zahones y la chaquetilla de corto color ocre paseando por el redondel con una oreja.
Vuelve la lidia a pie con el 5° y Don Julián ante él. Fue este cuvi un animal al que le dosificaron mucho el castigo y que tampoco hizo gran cosa bajo el peto. Empujó mucho mejor cuando el banderillero le echaba el capote abajo, y el caso que en el segundo tercio el animal dejó claras sus intenciones: que se iba a dejar torear a placer. Y así fue, pues seguía la muleta con una nobleza exquisita y no se cansaba de seguirla hasta donde Don Julián le llevaba, o sea hacia fuera siempre. De la faena de este señor, ¿qué decir? Bueno, para empezar, que fue muy jaleada a la par que protestada por quienes no tragan con ciertas cosas. Don Julián no dejó de ser él mismo en ningún momento, con sus trallazos hacia fuera, su tan archiconocido uso del pico, sin cargar la suerte ni por accidente y tantas esas cosas tan julianescas que tanto mosquean en Madrid. Y de nuevo, el uso del infame julipié, aunque esta vez hubo de repetirlo en reiteradas ocasiones, pues dio varios pinchazos.
El 6° fue un inválido al cual le mostraron el pañuelo nada más ser comenzado el segundo tercio, siendo sustituido por un sobrero marcado a fuego con el 4 de La Reina. No fue lo que se dice bravo en varas, pues huyó despavoridamente las dos veces que entró, ni tampoco se le picó en exceso. El toro llegó a la muleta con movilidad, pero derrochando muy mal estilo embistiendo. A Urdiales le costó mucho meterse con el toro, no logró ponerse esta vez tan de verdad como acostumbra y tuvo tendencia a mostrarae más perfilero y llevando al toro fuera, sobre todo en los primeros compases de faena. Tampoco estuvo centrada la concurrencia, pues al mal estilo del toro se le unió una trifulca en los tendidos, vaya usted a saber por qué (el gintónic parece ser que tuvo la culpa, como siempre en estos casos), y Urdiales se vio solo ante el toro y sin ningún ojo puesto en él. Pero poco a poco fue discurriendo la faena y Urdiales fue centrándose cada vez más, acoplándose a la situación de manera progresiva, plantando las zapatillas en unos terrenos más comprometidos, y tirando del toro hacia atrás. Lo logró y consiguió sacar naturales muy de verdad, pero la embestida del toro ya carecía de emoción y sí derrochaba sosería. Finalizó el trasteo con una estocada de muy buena ejecución pero que cayó desprendida.
Fue una tarde en la que Don Julián fue eso, Don Julián; y en la que Urdiales volvió a dejar muy claro que lo que él tiene en la cabeza es el toreo verdadero. Y también fue una tarde en la que la Extraordinaria de Beneficencia fue de todo menos eso: extraordinaria y benéfica.
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