Pues sí, bueyada insufrible la que nos hemos chupado hoy de parte de los señores ganaderos del Puerto, quienes acostumbran a darlas de cal y de arena, aunque más por desgracia de cal. Que cuando son de arena, suelen ser de un albero bello y doradito que da gusto verlo y palparlo, pero hay que tragarse antes una cuantas de cal. Como la de hoy, que no ha habido ni por dónde cogerla. Ni fuerzas, ni casta, ni emoción, ni gaitas. Aburrimiento, muchísimo aburrimiento y sopor fueron lo único que predominó en toda la tarde. Antonio Ferrera, que fue obligado a saludar una ovación tras romperse el paseíllo, no tuvo toros. Algún detalle, como por ejemplo un quite por dos largas cambiadas y una revolera doblándose toreramente; u otro quite sacando al toro a los medios bregándolo con mucho temple, y también con el capote por arriba para que el pobre animalito no se derrumbara. Pero quites-quites, de los de verdad, como los de antaño, de los que se utilizan para sacar el toro del caballo. No de esos que el peón saca al toro del jaco, le coloca al gusto del maestro y este va a lucirse, no. Quites de verdad. Y poco más por su parte, pues no había de dónde sacar.
Miguel Ángel Perera, pues igual, sin toros. Con los dos bueyes que le tocaron, ¿qué podía hacer? Hombre, pues poca cosa. Tal vez mover el capote con más decoro para recibirlos, llevarlos al caballo, ponerlos en suerte y sacarlos; y no ponerse tan pesado cuando no hay nada de dónde sacar.
A López Simón le correspondió un torete que se movió con mejor sintonía. Que no fue una maravilla el bicho, pues le faltaban fuerzas por todos sitios además de casta, pero comparado con sus cinco hermanos restantes parecía un manantial de bravura aquello. Al menos iba y venía y se dejaba torear. Y su matador, ¿qué hizo? Pues lo que buenamente sabe, que fue, primeramente, comenzar con telonazos por alto que la verdad no animaron demasiado al personal. Viendo esto el torero, perro viejo en tales menesteres, le pegó entre medias un pendulazo seguido de un pase de pecho, y con eso ya estaba el personal metido en el canasto. Siguieron varias series de muletazos por ambos pitones que se basaron en acompañar la suavona embestida del torillo. Acompañar, que no someter. Corriendo la muleta hacia fuera, siempre pefilero, descargando la suerte y fuera de cacho. Y para rematar la faena antes de tirarse a matar... Sí, lo mismo de siempre. O sea, las bernardinas dichosas. Y en esas el toro le levantó los pies del suelo y le pegó una espeluznante voltereta que le dejó visiblemente mermado. No quiso quedarse a medias, y terminó lo que empezó, aun a riesgo grave de llevarse otro trompazo. ¿Agayas? ¿Tremendismo? ¿Casta torera? ¿Conversión de la seriedad del toreo en algo puramente circense? Que cada uno lo defina como quiera. Y es algo que se podría definir de una forma u otra, depende de cómo lo vea cada uno. Porque se puede definir, a diferencia de otras cosas que son imposibles de hacerlo. Idefinible fue la manera de tirarse a matar de López Simón: justo en el momento de irse al toro, soltaba la muleta, pegaba un salto y se tiraba de cabeza sin la muleta y sin nada. Algo parecido a aquello que hacía Antonio José Galán, pero soltando la muleta a mitad de camino hacia el toro... Y así pinchó dos veces. ¿Cómo se mastica algo así? Increíble y surrealista cuanto menos. Ya en la forma ortodoxa de matar, dejó otros dos pinchazos y remató con el descabello. Perdió López Simón una oreja. O incluso dos, después de la voltereta. Muy típico.
Y ante el sexto, nada de nada. No valió el toro ni para carne, salía rajado de cada muletazo y cuando el matador conseguía ligarle dos, repetía con una sosería y falta de chispa tremenda. Malamente se lo quitó de encima el matador, y a casita a cenar y descansar.
Lo más torero de la tarde corrió a cargo de Curro Javier pareando al segundo. Cuando no hay material, hay muy poco que hacer. Ya se sabe, "Sin Toro nada tiene importancia". Y el Toro es lo que viene faltando en muchas ocasiones.
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