Cinco moruchos, del Ventorrillo. Una perita en dulce, también del Ventorrillo, que lució una preciosa estampa por cierto, lidiado en quinto lugar, y al que se le cortó una oreja verbenera, la primera de esta feria, sin tan siquiera haber mayoría de pañuelos (qué patinazo el suyo, señor Presidente). En estas pocas líneas puede resumirse el despropósito de tarde que nos brindó la segunda de Feria, una tarde en la que los productos pseudobóvidos del señor Fidel San Román volvieron a las andadas después de que el año pasado nos dieran razones para confiar un poquito en ellos, con una corrida más que aceptable en agosto.
Corrida del Ventorrillo de desigual presencia: tres toritos de muy justita presentación (primero, segundo y cuarto) y tres galanes que se parecían más a lo que es un toro de lidia, destacando como se ha dicho antes a la preciosidad lidiada en quinto lugar, un negro salpicado que, a la postre, fue el único del encierro que se dejó torear. Suerte de varas simulada y de puro trámite, para variar, obviando al primero de la tarde, que recibió él solito más que el repóker restante. Y, en definitiva, corrida falta de la más importante materia prima de la Tauromaquia: la casta. Mansa, desesperadamente mansa, y descastada como si fueran moruchos de carne.
Con este material, obviamente, no se les puede pedir a los coletas que se rompan a torear. Pero lo que sí se les podía pedir, qué menos, lidiar y cumplir dignamente. Ni eso. La corrida del Ventorrillo echó mala tarde, pero los espadas no le andaron a la zaga. Eugenio de Mora estuvo toda la tarde inhibido de sus tareas lidiadoras, no fue capaz de poner a sus toros en suerte, ni tan siquiera de fijarlos en los capotes. Lo suyo fue un "no me apetece y además no puedo", pues aunque el lote que le correspondió no ayudó, él tampoco puso de su parte por cumplir sin más y con un mínimo de dignidad. Y además, el sainete que pegó con la espada al primero, fue de noche en la antigua Dirección General de Seguridad: en este orden, dos pinchazos, dos medias estocadas, cuatro descabellos y dos bajonazos más. Y el toro, más duro que una piedra, aguantando con con el hocico cerrado. Vaya con el buey.
Morenito de Aranda fue agasajado con el primer regalito de la Feria. Reconocerle al torero su afán de lucir al toro y citarlo dándole larga distancia, pero anduvo muy por debajo de la nobilísima embestida del animal. Trallazos a la par que echaba la pata atrás, y falta de mando y de sometimiento fueron las notas predominantes en una faena basada sobre todo en la mano diestra, ya que solo se echó la muleta a la zocata en una ocasión, muy avanzada la faena ya, y sin darle la distancia que le dio en anteriores series con la derecha, mostrándose el toro de esta manera más parado y con menos recorrido. Además, culminó de un pinchazo y una estocada atravesada, y aunque tampoco hubo ni mucho menos mayoría de pañuelos, el despojo cayó, para sonrojo de muchos.
Ante el segundo mojón de la tarde, Morenito tuvo detalles de toreo fino, como por ejemplo esas formas tan toreras de andarle al toro, o algunos remates de fina bisutería. Aromas de torero diferente, a fin de cuentas, pero sin nada destacable que resaltar en el toreo fundamental, pues su actuación se movió también por los derroteros de citar al hilo, quedarse en la oreja y dejar la pierna arrasada.
Cerró el cartel Román, y lo hizo para dar una nueva lección de chabacanería hecha toreo, con esas carencias lidiadoras tan cantosas, esas formas tan toscas y retorcidas, y tan... Tan... ¿Tan 2.0? Pases y pases y pases y pases y más pases al tercero; pases y carreritas detrás de la mula, pases y carreritas detrás de la mula, pases y voltereta, y de nuevo pases y carreritas detrás de la mula, y más pases todavía, y arrimón como culminación ante el sexto. Ni más ni menos que eso, en los dos actos protagonizados por Román.
Entre las cuadrillas, destacar dos soberbios pares de banderillas al quinto de José Manuel Zamorano, el único de los hombres de luces que puso a todo el personal de acuerdo en esta tarde en la que se lidió una nueva mojiganga de El Ventorrillo, y que fue nefastamente despachada por sus matadores. Y es que ante una moruchada de este calado no se puede pedir estar cunvre, pero sí al menos lidiarla con solvencia y dignidad. Pero claro, eso de lidiar, a día de hoy, es un término que suena a chino mandarino.
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