Esta es la crónica de una muerte anunciada, aunque pueda sonar a tópico el comenzar de tal forma. Como borregos llevados al matadero. Como María Antonieta llevada a la guillotina. Como Jesucristo camino del Gólgota. Cómo el funcionario que ficha a las ocho de la mañana. Así se dirigió esta tarde el aficionado a la plaza, a sabiendas de la cruz que se le cernía sobre los hombros. No era difícil esperarse semejante percal.
Cuarenta y ocho horas después de que El Puerto de San Lorenzo pegara el petardo padre, su prima la pequeña, ese Hacendado de la familia Fraile que se anuncia con el pseudónimo de La Ventana del Puerto, hace lo propio y cumple así los pronósticos que se vaticinaban cuando se anunciaron los carteles de la feria. Los lisardianos (o eso dicen que son) del Puerto de San Lorenzo solamente sirvieron para acabar en el mismo lugar que fue martirizado su santo patrón: la parrilla. Y cuarenta y ocho horas después, su prima pequeña de sangre aldeanueva (eso dicen también que son), nos agasaja con otra corriducha infame cuyo destino debiera haber sido similar: la parrilla. Para carne, sí. Para ser lidiados en una plaza de toros, no. Nunca. Ni por asomo. "Enhorabuena" por semejante hazaña, señor ganadero.
Al grito de "qué asco de ganadería", "ladrones" o "toro, toro, toro" transcurrieron los últimos albores de una tarde, otra más, para ser olvidada. Podría finiquitar de esta crónica de una muerte anunciada de forma escueta, diciendo que fueron cinco toros de la Ventana del Puerto y un remiendo de la prima mayor, el 4º, muy flojos de remos y que hicieron de la suerte de varas un puñetero trámite; descastada, simplona y delirantemente mansa. Y en cuanto a la terna, que simple y llanamente "se estrelló" ante semejante corriducha. De los toros, poco más que decir. De los toreros, tiene el asunto más tela que cortar...
La terna, de postín: Sebastián Castella, Daniel Luque y Christian Parejo, que confirmó la alternativa. Tiene tela que cortar lo suyo, y no porque anduvieran penosos. Ni estuvieron bien, ni estuvieron mal. Simplemente, anduvieron ahí. Lo intentaron a su manera los tres, se recrearon en algunos pasajes, en otros momentos porfiaron más de lo necesario, y la mataron con estocadas que tampoco pasarán a la historia. Pero tiene tela que cortar, sobre todo lo de los dos maestros de ceremonia. Porque Sebastián Castella y Daniel Luque son dos toreros de acusada veteranía y el suficiente prestigio como para andar dejándose caer, año sí y año también, ante semejantes bodrios de encierros. Mejor dicho, y para no romper la cadena, hay que señalar al primer eslabón de esa cadena: la empresa, que le compra dos corridas a todo un criador de bueyes de carreta o de arado, que lleva acumulando los petardos en esta plaza (y también en otras) como quien acumula en un archivador los papelajos de Hacienda y de los seguros de casa y del coche. La empresa, principal responsable. ¿No hay más ganaderías, que tiene que ser siempre la misma? Por partida doble, para colmo. Luego está lo de los toreros: que toda una figura del toreo como lo es Sebastián Castella, se deje caer en una corrida así, a sabiendas de lo que se viene (porque lo sabe, que de tonto no tiene un pelo), con toda la legión de partidarios que arrastra y que pagan por verle, es de traca. Que todo una figura del toreo como lo es Daniel Luque, se deje caer en una corrida así, también a sabiendas de lo que se viene (que este, de tonto tampoco tiene un pelito), con todo lo que se viene hablando de él en los últimos tiempos, con toda la gente que le espera, que confía en él y que está como loca por verle y que paga por hacerlo, también es de traca. Ambos se han estrellado con una corrida infumable. ¡¡Por supuesto que sí!! Pero no es esa la cuestión, sino el tropezar cincuenta veces con la misma piedra, sea esta el Puerto de San Lorenzo y su sucursal, u otras ganaderías que ahora no vamos a nombrar pero que todos sabemos cuáles son. Año tras año. Feria tras feria, la de San Isidro y otras. No hay perdón de Dios para ninguno de los dos, ni por supuesto para el empresario que año tras año adquiere toros a las mismas factorías de bueyes, ni para los otros toreros importantes que, pudiendo pedir corridas que verdaderamente sí tienen posibilidades de embestir, no lo hacen. No tienen perdón de Dios, no.
A Christian Parejo también le estrellaron con la bueyada, y siendo joven y bisoño todavía tiene oportunidad de aprender de estos errores. Más que nada, para no cometerlos en el futuro. En la tarde de su confirmación anduvo animoso, entró en quites, se preocupó por cuidar la lidia y hasta cumplió con cierto aseo en el toro de la confirmación; pero se embarulló más de la cuenta en el 6º, pasando momentos de apuro, y acabó haciendo que se pidiera la hora de acabar. Merece mejores oportunidades.
Lo de la Ventana del Puerto, de sangre domecq por la vía de Aldeanueva, a la parrilla. No para torear, no. Para la parrilla. Como sus primos mayores de hace 48 horas. Sería lo ideal, pero seguirán siendo lidiados en las plazas de toda España al amparo de los figurones del toreo. Y, por supuesto, volverán a Madrid más pronto que tarde. Lamentable. Para muchos no servirá, pero otros cuantos sí que amortizamos el precio de la entrada con los pares de banderillas de José Chacón e Iván García, y con la buena tarde que echó Antonio Chacón en la brega y con los palos; así como un puyazo bien señalado arriba de Patillas al 3º.
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