A Sebastián Castella le sale un primer animal de Victoriano del Río que no fue picado, y una vez en el tercio de muleta se dedicó a ir y venir sin molestar y metiendo la cara. Castella anduvo despegado, vulgar y sin querer saber nada.
Paco Ureña se las vio con un segundo toro al que asestaron dos puyazos paletilleros y lidiaron aún peor. ¿Que cómo resultó ser tal ejemplar en la muleta? No hace falta echarle mucha imaginación. Ureña no anduvo confiado en ningún momento y se limitó a tirar líneas, sin más.
Cuando Ginés Marín abreviaba con el mansazo tercero, que no tuvo un pase y provocó con ello que se le agradeciera la brevedad a su matador, la tarde empezaba a ir ya cuesta abajo y sin frenos. Un día más en la oficina, a fin de cuentas.¿Qué más daba ya una más que una menos, si es casi todos los días igual? Pero hete aquí, que el asunto remontó e, ironías de la vida, lo hizo de la mano de dos marrajos herrados con el hierro de Toros de Cortés. Qué bromas gasta la vida...
Salió ese toro cuarto y, cuando Sebastián Castella le presenta el capote, el animal se frena, hace amago de apretar para adentro y huye despavorido. No consigue la cuadrilla fijarlo en el percal y el animal va de un sitio a otro a su aire. Salen los picadores y se empieza a intuir que iba a costar un mundo ejecutar la suerte de varas, y no nos equivocábamos: el toro, tras un primer puyazo en el que el piquero le mete las cuerdas, huye despavorido y comienza a dar vueltas al ruedo a su aire. Más vueltas al ruedo se pegó en diez minutos, que alguna de las figuras del toreo actuales. Entre medias, el toro pasaba por la jurisdicción de ambos piqueros, pero a ninguno le daba tiempo tan siquiera a darle un refilonazo. Se empezaba a mascar lo del pañuelo rojo por los tendidos, pero algunos iluminados (desgraciadamente, no pocos) solicitaban a los bueyes de Florencio. Iluminados, entiéndase, por los efluvios de San Caralimpio, San Canuto y el dios Baco. ¡¡Lo que hace el alcohol, Dios santo!! Finalmente, el único pañuelo que asomó fue el blanco, anunciando banderillas. Banderillas, a secas. Y José Chacón le echó el capote abajo al marrajo en tres o cuatro ocasiones y consiguió fijarlo. Y Rafael Viotti clavó dos pares con mucho mérito. La tarde comenzaba a coger sentido. ¿Cómo iba a entendérselas el bueno de Castella ante semejante ejemplar? Hete ahí la cuestión... Y la cuestión fue la que sigue: Castella se dobla con el manso con torería, poder y ganándole terreno, lo que levantó los ánimos de la concurrencia. Pero cuando nadie lo esperaba, tras esos doblones y como quien no quiere la cosa, saca unos derechazos imponentes, de mano muy baja y gustándose. El delirio. ¡¡Qué derechazos aquellos, y cómo se hizo Castella con el manso y en tan pocos muletazos!! Siguió con otra serie con la derecha muy meritoria, pero tras ella la faena decayó estrepitosamente. Castella siguió dando pases, con la diestra y la zurda, pero no derrocharon la misma intensidad ni la misma verdad que los primeros. Algunos pases de pecho y, sobre todo, dos cambiados de mano con los que corrió la mano lentamente y tirando del mando hacia dentro. Faena, a fin de cuentas, muy de más a menos, y que si hubiera cortado antes seguramente hubiera quedado mucho más maciza. Pero ahí quedaron aquellos derechazos y aquel comienzo de faena ante un marrajo por el que nadie apostaba. Pinchó Castella, y perdió una oreja bien ganada. O dos orejas de auténtica verbena, quién lo sabe.
Al marrajo cuarto le siguió otro marrajo aún más marrajo, el quinto. Pero esta vez, el pañuelo rojo sí asomó. Banderillas negras, y una lidia por parte de la cuadrilla de Paco Ureña que no fue, ni mucho menos, como la que protagonizaron minutos antes José Chacón y Rafael Viotti. Tampoco se vino arriba este marrajo como el anterior ya que, a diferencia del mismo (que sí regalo embestidas de calidad), este quinto embistió a arreones, midiendo mucho en cada muletazo y quedándose corto. Ureña, lejos de venirse abajo, hizo un sobreesfuerzo ante él: aguantó con firmeza, se puso en el sitio y hasta consiguió sacar muletazos sueltos de mucho mérito. Toda la faena tuvo mérito, ya que el aguante y la firmeza ante semejante animal son dos virtudes que no todos hubieran sido capaces de echar. Bravo por Ureña, que perdió otra oreja bien ganada por un pinchazo previo a una estocada atravesada y varios descabellos.
La plaza era, en este punto, una olla a presión. Pero con el sexto en el ruedo volvió a enfriarse el asunto. Un animalito que ni fu ni na, que iba y venía sin maldad y entraba a cada cite como quien entra a fichar en el trabajo. Y Ginés Marín mostró un percal nada halagüeño: ni verlo quiso, ni mucho menos confiarse. Y mucho menos dar muestra del menor decoro. Cosas de venir a Madrid sin estar recuperado de una lesión dolorosa. ¿Que se le agradece el gesto? Qué duda cabe, pero Madrid es Madrid y, si no se está al cien por cien, mejor quedarse en casa y dejarle el hueco a otro toreo que sí lo esté. Y no hay más.
¡¡Ironías de la vida!! Lo que hace años hubiera supuesto un altercado de orden público bien hermoso, hoy día... Pues eso. ¿A pasos tan agigantados ha degenerado la Fiesta?
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