domingo, 11 de febrero de 2018

ABUELITO ABUELITO, ¿QUIÉN ES EL JULI?

Esta historia comienza un día cualquiera y en un lugar cualquiera, siendo dos los protagonistas: un jubilado, quien pongamos que ronda los ochenta años, hombre bueno y sencillo que ha dedicado más de las tres cuartas partes de su vida en trabajar a destajo para darle a su familia una vida digna; y su nieto, quien no pasa de los seis años.

Sucede que el jubilado ha sido aficionado, mejor dicho es aficionado a esto de los toros desde que tiene memoria. No ha tenido otro vicio en su vida, de hecho. Jamás ha probado el tabaco, un chato de vino durante la comida es el único alcohol que consume, y no ha sido lo que se dice un apasionado del fútbol ni de ningún otro deporte. Lo suyo, lo que de verdad le alimenta el espíritu, además claro está de su familia, dice cada vez que tiene ocasión, es eso de los toros. Toda una vida viendo toros y casi cincuenta años como abonado de la plaza de Madrid, allí ha vivido grandes momentos en su vida de la mano de grandes colosos del toreo y todo tipo de ganaderías y encastes. Por ello, en los últimos tiempos siente con profunda tristeza cómo uno de los amores de su vida se degenera a pasos agigantados. Piensa incluso seriamente dejar de ir a los toros, no soporta el no conseguir reconocer eso que le enamoró cuando era crío. Prefiere vivir del recuerdo, pero aunque ya es mayor y ha visto muchísimo aquí, incluso nada menos que al Monstruo de Córdoba (de quien dice que aquello era grandeza aparte), el veneno que le corre por las venas no se lo permite. Aún, por lo menos. Y menos aún desde que su nieto pequeño, otrora protagonista de esta historia, ha empezado también a interesarse por los toros, y le pide constantemente que le lleve a la plaza, al campo, que le enseñe los muchísimos recuerdos que guarda en un armario de casa y que lleva coleccionando desde hace muchísimos años, y que, en definitiva, le hable de toros. Un buen día, el nieto, en una de esos prontos inocentes que le dan a los críos, se le ocurrió lanzarle al abuelo la siguiente pregunta:
  -- Oye abuelo, dime una cosa... ¿Quién es el Juli?
"Maldito demonio de chavea, la pregunta que me hace a estas horas de la mañana...", se dice a sí mismo el buen señor, quien el simple hecho de escuchar o leer ese nombre le corta la digestión.
  -- Es que, abuelo... Llevo escuchando desde hace tiempo que como él no ha habido otro en el toreo, dicen que es un torero muy poderoso y, además, mi amigo Ricardito, que su papá es muy seguidor del Juli, me ha dicho que hace poco le han dado una medalla por sus bellas artes, o no se qué...
Al pobre abuelo la vena del cuello se le estaba empezando a poner como el tronco de un alcornoque. No le gustaba ni un ápice escuchar si quiera ese nombre, el de Julián López Escobar "El Juli", a quien el pobre hombre le calificaba sin tapujos como "un bandido hecho pasar por torero". Detestaba cuanto menos introducir a semejante personaje en sus tertulias de toros, pero ahora su querido nieto, su ojo derecho de entre el total de siete nietos que el hombre tiene (pues ninguno hasta el momento se había interesado en absoluto por los toros) le preguntaba con curiosidad quién era ese torero. Así que el abuelo, después de respirar profundamente y sonreír con cierto aire de resignación, cogió a su nieto en brazos, lo sentó en su regazo y empezó a contarle...

-- Así que quieres saber quién es el Juli... Bien, pues mira, el Juli es una figura del toreo en la actualidad que tomó la alternativa hace casi veinte años. Recuerdo la primera vez que lo vi torear, fue hace muchísimos años, una tarde de verano que retransmitían por Canal Plus una novillada en Chinchón y en la cual participaban novilleros de la Escuela de Madrid. El Juli vendría teniendo entonces unos once años, no creo que tuviera más. Era un crío que no levantaba dos palmos del suelo, y le echaron un becerro al que hizo de todo. ¡¡De todo!! Lo toreó fenomenal con el capote, arriesgó mucho en banderillas y consiguió soplarle buenos pares, y no quedó atrás con la muleta... Vamos, que aquel mico los dejó a todos boquiabiertos a base de desparpajo, sobriedad y grandes maneras. ¡¡Cómo ilusionaba un canterano así!! Luego, tuvo que marchar a México, pues con esa edad aquí en España no podía torear, y desde allí seguían llegando noticias de que un grandioso torero se estaba fraguando... Y en cuanto tuvo la edad pertinente, volvió a España y tomó la alternativa... Y madre del amor hermoso, lo que vino después. En todos los rincones se hablaba de un torero que arrasaba en todas las ferias, como un huracán. No había plaza que se le resistiera... Excepto una. Y esa, hijo mío, ya puedes imaginar cual es.
Y es que cuando venía a torear a Madrid aquel chavalín del que tantas maravillas se hablaban por ahí, el batacazo que todos nos pegábamos era monumental. Él el primero, pues la realidad no era otra que un torero que se mostraba fácil y variado con el capote, sí, pero vulgar como el que más con las banderillas y muy pero que muy tramposo con la muleta... Una joyita, el niño. Pero lo más descoyante de todo era la que se liaba cada vez que el señorito pisaba por esta plaza, pues en los días previos a la corrida no se hablaba de otra cosa que no fueran decenas de toros rechazados por los veterinarios, trajín de camiones entrando y saliendo de los corrales... Y luego, tanto para nada, porque las birrias que salían de los chiqueros eran para echar a correr. Así que imagínate, con esas artes en Madrid, con lo que les gusta a los aficionados de aquí la seriedad y la pulcritud... ¡¡Pues como para no cogerle una inquina terrible a semejante mochuelo!!
Y ya, cuando la prensa tomaba cartas en el asunto, que era siempre, no te quiero yo contar... Porque una cosa que ha tenido siempre el Juli muy a su favor ha sido eso mismo: a la prensa, la cual no sólo tapaba todas y cada una de las fechorías que este individuo cometía, sino que además ¡¡nos culpaba a los aficionados de todo!! Siempre contra "los reventadores", que no le dejan hacer, que le hostigan y le acosan, que protestan toros "porque se caen pero no premian su bravura"...
-- Pero abuelo, si un toro se cae es porque no tiene fuerza, y si no tiene fuerza... ¿Cómo es posible que se se deba premiar la bravura?
-- Dios santo, hasta un niño de seis años se da cuenta de esto... En fin hijo, recuerdo ahora que hablo de la prensa, para que veas un ejemplo de lo que te hablo, de cuando el Juli se encerró con seis toros en pleno San Isidro, hace ya muchos años. Pues bien, tuvo que esperar al quinto toro para que el público empezara a echarle cuentas, porque en los cuatro anteriores nadie le hizo ni puñetero caso...
-- ¿Un quite? ¿Un buen tercio de banderillas? ¿Buena faena con la muleta?
-- No hijo, no... ¡¡Por encararse con los que le pitábamos por la tardecita que nos estaba dando!! Tócate los pies... Después de eso, todo lo que hizo en ese quinto toro se aplaudió y jaleó, y hasta le pidieron las dos orejas... Pero sólo le dieron una, y gracias. Pues después de todo eso, llega un juntaletras de esos afines al régimen julianesco y titula aquello como "Una gran victoria", volviendo a la carga en líneas sucesivas contra los aficionados, culpándoles de todos los males de aquella porquería de tarde. O si no, recuerdo también dos años después, en una corrida del Puerto de San Lorenzo, también en plena feria... Qué saldo de corrida aquella, seis novillitos escuálidos, amoruchados y plenamente tetrapléjicos. Pues bien, como puedes suponer, aquella corrida fue un escándalo mayúsculo y lo que mal empezó, peor acabó, claro está. La crónica de aquella corrida en uno de esos panfletos al servicio de esta banda de antitaurinos exculpó, como no puede ser a otra manera, a su amo Julián, y por supuesto a la otra figura del cartel, de quien para no hacer sangre que no viene a cuento obviaré su nombre, pero tuvo también mucho que ver en todo ese fregado, y alegó que "es que el día de antes se lidió un corridón de no sé qué ganadería, seis mostrencos como seis soles, que dejaban a la altura de los ratones a los del Puerto de San Lorenzo de aquella tarde". Vamos, cualquier cosa, por muy ridícula que sea, es válida para tapar las muchísimas artimañas de este hombre. Siempre la prensa maquillando y tapando todo, y el que se atreva a cuestionar la excelencia del tal Don Julián,  se le tacha de reventador, talibán, irrespetuoso y miles de cosas más.
En Madrid, ya te digo, jamás se le ha tragado. Por golfo, por sinvergüenza, por meter las narices más allá de donde le corresponde en sorteos y asuntos de corrales, por mentiroso, por tramposo, por ratonero, por...
-- Pero abuelo, ¿por qué dices que es tramposo y mentiroso?
-- Verás hijo, llevo más de sesenta y cinco años viendo toros. He visto torear a Manolete, a Domingo Ortega, a Pepe Luis Vázquez; he sido testigo en directo de todas y cada una de las puertas grandes de un coloso como el Viti en la plaza de Madrid, me he emocionado tantas veces como me he cabreado con un genio de la talla de Curro Romero... Y con todo eso y mucho más, sé cuando un torero va de verdad, y cuando quiere engañar. Un torero va de verdad, de primeras, cuando no hace ascos a ninguna ganadería y ningún encaste; y ya delante del toro cuando escatima en las trampas del pico de la muleta para echarse a los toros fuera, no cargar la suerte o retrasar la pierna. El Juli es la antítesis a todo eso. No es que le haga ascos a algunas ganaderías, es que no se sale de las siete u ocho que tanto le gustan. Sin ir más lejos, en la próxima feria de Fallas no está incluido en los carteles porque o le dan la ganadería que quiere, que no es otra que su hierro fetiche, o puerta. Y así ha sido, puerta...
Luego está lo del destoreo, que es hacer todo al revés conforme mandan los cánones clásicos. Si torear es ponerse en el sitio y llevar al toro toreado y sometido trazando un semicirculo sobre el propio cuerpo, este tipo lo que hace siempre es quedarse fuera de cacho, y con un descaro enorme pegar el trallazo hacia fuera y escupir al toro con el pico de la muleta trazando una línea recta... ¡¡Y eso lo quieren hacer pasar como el se torea mejor que nunca!! El colmo de la paciencia... Bueno, y si yo le contara a un gran estoqueador que fue Rafael Ortega cómo hace para matar a los toros, le da un aire. Porque esa forma que tiene el Juli de matar, cuarteando y dando un saltito al final para meter la mano ya al paso de las banderillas, es infame y tramposa donde las haya, el perfecto resumen de su tauromaquia, vaya.
-- Oye abuelo, el otro día mi amigo Ricardito me contó que su papá el otro día estaba muy enfadado con un señor que se llama Néstor García porque dice que el Juli ha hecho mucho daño a...
-- Ah, ya sé a qué te refieres. Mira hijo, no puedo comentar mucho de ese tema porque no he leído el libro donde ese señor que dices se ha despachado a gusto. He escuchado comentarios de algunos amigos que sí lo han leído, y mi opinión es que el señor Néstor cuenta cosas interesantes, pero que tampoco viene a decir nada nuevo que no supiéramos del Juli...
--Dime una cosa abuelo... Yo te oigo muchas veces decir que cualquier día de estos dejas de ir porque estas cansado de que te tomen el pelo. Y la abuela dice que cada vez que vienes de los toros vienes amargado como la hiel y de muy mal humor... Si tantos disgustos te da, ¿por qué sigues yendo?
-- Porque en ese sentido tengo cierto orgullo de torero, hijo. Los toreros, la gran mayoría, dicen muchas veces "yo me iré cuando quiera, no cuando diga el público". Pues a mí me pasa parecido, pero al contrario: dejaré de ir a los toros cuando yo quiera, no porque me eche esta banda de antitaurinos que gobierna el toreo. Podría haber dejado de ir a los toros hace ya años, porque después de ver a tantos grandes toreros de tantas épocas diferentes, no creo que vaya a ver hoy día algo que supere a lo que yo he visto hace años, por mucho que la tontería esa de que se torea mejor que nunca haya cogido peso. Sigo yendo a los toros por dignidad de aficionado, porque tengo la firme creencia de que los toros y el toreo es algo muy diferente a lo que hoy venden como lo sublime, y mientras yo tenga fuerza y salud, seguiré pisando las plazas en defensa de esa creencia, como hacen tantos otros aficionados también cansados de tantísima matraca y tanto mentiroso.
-- Jo abuelo, qué grande eres...
-- ¿Por qué, por lo que te he dicho? Algunos, unos cuantos por desgracia, tomarán mis opiniones como una total falta de respeto a los que se ponen delante del toro, dirán que toree yo entonces, y muchas más paparruchas del mismo estilo. Como si los taurinejos de hoy en día respetaran a la Fiesta, al Toro y al aficionado... Y no, no me hace falta torear para demostrar qué es el toreo, me viene bastando con hablarles de Manolete, del Viti, de Camino, de los Bienvenida o de Andrés Vázquez, entre muchísimos otros...
-- Háblame a mí de ellos, abuelo...
-- Otro día con mucha más tranquilidad, hijo. Ahora ve a jugar fuera, que el abuelo tiene que ordenar algunas cosas.

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