lunes, 29 de septiembre de 2014

THE CASTA

Me queda una cosa muy clara, una vez ingerido y digestionado correctamente el festejo de ayer domingo en Las Ventas. En la Fiesta de los toros, más allá de "Maestros", arte, filarmónicas amenizando una corrida, cócteles, aplicaciones tecnológicas para que lleven la bebida al tendido, o "juventud taurina", hay un elemento clave alrededor del cual se mueve todo: la casta. Miren, si yo quisiera endulzarme el oído y el ánimo con un melodioso concierto de música, en el Teatro Real de Madrid los hay a pares a lo largo del año. Si quisiera llenarme el buche de delicatessen culinarias, en cualquier tabernáculo de la Plaza Mayor sirven unos bocadillos de calamares acompañados de una cerveza bien tirada por menos de 4€, y sin necesidad de aplicaciones del móvil ni rábanos. Pero una corrida de toros en la que se derrocha tanto cuidado para esas giliflautadas como dejadez y falta de respeto para cuidar su actor principal, véase el Toro, me parece una total fantasmada más propia de Telecinco y su "amor" por la moralidad y ética que en sus programas se derrocha a diario, que del mundo del toro. Si en una corrida hay filarmónicas, grandes maestros y "jartistas" del destor... perdón, del toreo; camareros online o cócteles posteriores al festejo, pero a la par salen cabritas desmochadas y obedientes como un perrito, la Fiesta se va, con perdón, a la mierda. Pero si por el contrario, la casta se hace presente en el ruedo y el Toro, lejos de ser un colaborador, hace gala de su afán de lucha, ya puede venir la mujer barbuda y ejecutar la suerte de don Tancredo haciendo el pino, que la Fiesta recupera su verdadera esencia. Ayer en Las Ventas, en una novillada marcada por la mansedumbre de los seis actores principales, hubo casta y, consecuentemente, emoción y riesgo. Pero pasa que la casta, para el que se viste de luces, es incómoda y pesada y, a diferencia de la nobleza y toreabilidad que derrochan los excelsos toretes a modo de las figuras, hace trabajar y sudar la gota gorda. La casta de un toro hay que cuidarla. A la casta hay que someterla, poderla, aormarla, lidiar con ella, tener recursos para hacerla frente. Si no, puede pasar que la casta se torne en genio y en toro se vuelva a la defensiva. O que se aburra. O que al matador o novillero de turno le deje en paños menores. O todo a la vez. Y este fue el triste desenlace de la tarde de ayer. Hay quien diga que demasiado para unos chavales que están empezando. Puede que sí, pero podría ser argumento que adquiriera verdadera fuerza si los chavales hubieran hecho al menos amago de adaptarse a las condiciones de sus oponentes, y no intentar imponer la monofaena de siempre a estos toros que de tontos no tenían un pelo. Los toretes a modo podrán tolerar que su matador se quede en la oreja o al hilo, que les lleven a media altura, que les den capotazos innecesarios o que les aburran con ciento y pico mil trallazos de cualquier forma. Da igual, el torete no va a tener maldad ninguna. Pero todo eso, a los toros de ayer, si no se revolvían y achuchaban a su matador, se defendían o se desentendían de la muleta por puro aburrimiento. Cosas de la casta. Novilladas, ya no digo corridas, novilladas como ésta, ponen de vuelta y media el escalafón de matadores en menos que de se presigna un cura loco, empezando por esos que van por ahí como "The Maestros". El primero salió flojeando de remos, y por si fuera poco, el paletillazo que recibió del picador lo terminó de destrozar. El presidente Trinidad, muy remolón para devolver inválidos en corridas de "glamour", esta vez para nuestra sorpresa fue rápido para enseñar su pañuelo verde. Se corrió turno y salió el que iba a hacer de cuarto, y aquí empezó la fiesta. El animal salió apretando mucho a los adentros, y a su matador, que no sabe hacer otra cosa que hacer su faena ya preparada desde que hace el paseíllo, como todos vaya, en lugar de sacar hacia fuera a la fiera con capotazos por bajo templando la embestida, tiró el capote y salió corriendo como una vieja. En varas, baste con decir que el animal salió hasta dando coces, y en banderillas se cumplió el trámite rápidamente sin que nadie tuviera agayas suficientes para imponerse al toro y dominarlo. Total, que el bicho quedó en un marrajo no apto para faenas excelsas y "jartísticas", y como eso hoy en día no sirve para crear arte, Luis Gerpe se fue a por la espada muy rápido, sin siquiera doblarse por bajo y lidiar sobre los pies. Más preocupante fue ver cómo daba la suerte natural para acabar con el manso. ¿Qué les enseñáis en las escuelas, por Dios! Con el segundo manso en el ruedo seguíamos todos sin hipo, pero no porque el animalito fuera una alimaña, sino más bien por la torpeza de su novillero, Roberto Blanco, quien con tan mala colocación y tan poco asentamiento de zapatillas se llevó varias tarascadas y hasta una voltereta. Tuvo este animal quince arrancadas para poner los tendidos boca abajo, pero como hoy en día lo que se lleva son faenas larguísimas sin mando y encimismo barato, el animal se fue al desolladero aburrido de tanto trapazo y sin torear. Caso muy parecido al tercer manso, con la salvedad de que esta vez Martín Antequera lo bregó fenomanal y todos pudimos dar cuenta de la excelente embestida del novillo. De la faena del debutante Daniel Crespo nada recuerdo a estas horas, y por algo será. Sí recuerdo que el novillo acudía pronto a los cites y embistiendo como una locomotora del AVE, pero no era el típico mojón que se torea solo. Un toro - piano, que diría la "crítica" taurina actual, por la cantidad de teclas que tenía que tocar. Después de una faena interminable, las mulillas arrastraron otro novillo que se fue sin torear. En cuarto lugar salió el sobrero de Benjamín Gómez, ganadería por cierto que podemos ir tomando muy enserio. Manso y sin emplearse en el caballo, al igual que todos los novillos, pero con muchísima nobleza y casta. Un novillo para hartarse a torear y hacerse figura. Luis Gerpe, aún con el susto en el cuerpo después de vérselas con un marrajo "a contraestilo", toreó a la verónica con poco temple y siempre dando el pasito atrás, pero fue muy jaleado por ello. De nuevo vimos un subalterno lucirse con el capote, Regino Agudo, que nos mostró la exquisita embestida que tenía este sobrero. Gerpe le puso ganas, corazón y mucha tozudez, pero nada más. Ni con el marrajo ni tan siquiera con el toro de cortijo, y ya van ya unas cuantas de veces que este novillero se va sin demostrar absolutamente nada. El quinto manso de la tarde volvió a poner de manifiesto que Roberto Blanco de esto no tiene ni puñetera idea. Todo al revés: si el animal pedía las tablas, el niño a los medios; si por arriba no quería absolutamente nada, la mano como si fuera a parar un taxi en lugar de torear; que había que estar muy cruzadito porque el animal a la mínima iba al bulto, él desde la oreja. Así llegó otro porrazo más para su colección. Pero él se creería que estaba bordando el toreo, porque no se fue a por la espada hasta que no le sonó un aviso, y no volvió el novillo al corral porque el presid... digooooo porque Dios no quiso. Total, que otro novillo tapado que arrastraron las mulillas. El escobar que cerraba plaza fue vilmente destrozado contra un burladero por un banderillero muy hijo de Satanás llamado Ramón Moya y, por si fuera poco, el picador terminó poniendo la guinda al pastel con un marronazo en la paletilla. Total, que tuvo que salir a pasear de nuevo Florito con sus bueyes. Lo sustituyó otro sobrero de Benjamín Gómez que de nuevo volvió a demostrar por qué los aficionados la pedimos para el año que viene, si tuviera género para cumplir el expediente. Poco se empleó en el jaco, pero se comía la muleta, como también se merendó al novillero. Un derroche de nobleza, pero nobleza encastada, no chochona. Mucho para un novillero poco placeado y que encima gusta del toreo moderno. Pero como de autobuses pobló los tendidos, allí pareció que Gallito había resucitado. Milagrosamente, y aún no entiendo como, Trinidad no hizo honor a su fama de orejero, y todo quedó en una vuelta al ruedo en la que nos mostró la preciosa y enorme jeta que el muchachito posee. Como queda reflejado, la casta, o The Casta, fue la protagonista del festejo, y eso hoy en día es mucho. En otros tiempos, esta novillada tan mansa hubiera sido tildada de petardo y gran decepción, pero hoy en día salimos frotándonos los ojos ante tanto derroche de casta. En aquellos tiempos supongo que sería impensable que los asaltadiligencias que mandan en la Fiesta del siglo XXI la evitan y rajan sobre ella con tanto descaro, y siendo secundados por sus lacayos de la prensa. Con todo ello, no podemos felicitar al ganadero ante tanta mansedumbre, pero sí agradecerle que siga trabajando sobre la base de la casta y que se ponga las pilas con la bravura. Que de ganaderos con el espíritu de Pablo Iglesias ya estamos servidos.

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